Humo yespejos

Fuimos desde el hotel a un centro comercial que estaba en algún sitio a media hora de camino, mientras Jacob me contaba lo mucho que le había gustado el libro y lo encantado que estaba de haberse adscrito al proyecto. Dijo que había sido idea suya que me alojara en aquel hotel.

 

—Te da el tipo de experiencia hollywoodiense que nunca conseguirías en el Four Seasons o el Ma Maison, ?verdad? —Y me preguntó si me hospedaba en el bungalow donde murió John Belushi. Le dije que no lo sabía, pero que lo dudaba mucho.

 

—?Sabes con quién estaba, cuando murió? Los estudios lo ocultaron.

 

—No. ?Con quién?

 

—Meryl y Dustin.

 

—?Te refieres a Meryl Streep y Dustin Hoffman?

 

—Claro.

 

—?Cómo lo sabes?

 

—La gente habla. Esto es Hollywood, ?sabes?

 

Asentí con la cabeza como si supiera, pero no tenía ni idea.

 

La gente habla de libros que se escriben solos, pero es mentira. Los libros no se escriben solos. Hay que pensar e investigar y sufrir dolor de espalda y tomar notas y se necesita más tiempo y más trabajo del que podríais creer.

 

A excepción de Hijos del hombre, ése se escribió prácticamente solo.

 

La pregunta irritante que siempre nos hacen (y al decir nos me refiero a los escritores) es: ??De dónde saca las ideas??.

 

Y la respuesta es: confluencia. Cuajan cosas. Los ingredientes correctos y de repente: ?Abracadabra!

 

Empezó con un documental sobre Charles Manson que estaba viendo más o menos por casualidad (estaba en una cinta de vídeo que me había dejado un amigo, después de un par de cosas que sí quería ver): había secuencias de Manson, de cuando le arrestaron por primera vez, cuando la gente creía que era inocente y que era el gobierno el que estaba metiéndose con los hippies. Manson apareció en la pantalla, un orador mesiánico, guapo y carismático. Alguien por el que uno se arrastraría descalzo hasta el Infierno. Alguien por el que se podría matar.

 

Empezó el juicio; y, a las pocas semanas, el orador había desaparecido y en su lugar había un farfullero desgarbado y simiesco, con una cruz grabada en la frente. Fuera cual fuera el don, ya no estaba allí. Había desaparecido. Sin embargo, había estado allí.

 

El documental continuó: un ex convicto de mirada dura que había estado en prisión con Manson explicaba, ??Charlie Manson? Escucha, Charlie era un farsante. No era nada. Nos reíamos de él, ?sabes? ?No era nada!?

 

Asentí con la cabeza. Así que hubo un tiempo en que Manson era el rey del carisma. Pensé en una bendición, algo que le había sido dado y que le habían quitado.

 

Vi el resto del documental, obsesionado. Entonces, sobre un fotograma en blanco y negro, el narrador dijo algo. Rebobiné y lo dijo otra vez.

 

Tenía una idea. Tenía un libro que se escribía solo.

 

Lo que dijo el narrador fue lo siguiente: que a los ni?os que Manson había tenido con las mujeres de La Familia los enviaron a varios orfelinatos para que fueran adoptados, con apellidos que les había dado el tribunal y que, por supuesto, no eran Manson.

 

Entonces, pensé en una docena de Mansons de veinticinco a?os. Pensé en aquel carisma invadiéndoles a todos al mismo tiempo. Doce Mansons jóvenes, en todo su esplendor, que, atraídos por una fuerza desconocida, iban llegando a Los ángeles de todas partes del mundo. Y una hija de Manson que intentaba desesperadamente evitar que se reuniesen y, como nos decía la nota publicitaria de la contraportada, ?que comprendieran cuál era su aterrador destino?.

 

Escribí Hijos del hombre al rojo vivo: lo acabé en un mes y lo envié a mi agente, a la que sorprendió, (?Bueno, no es como lo otro que has escrito, querido?, dijo amablemente), y que lo vendió en una subasta —mi primera subasta—, por más dinero del que había creído posible. (Mis otros libros, tres colecciones de historias de fantasmas elegantes, llenas de alusiones y difíciles de aprehender, apenas habían servido para pagar el ordenador con que las había escrito.)

 

Entonces Hollywood lo compró, antes de que lo publicaran y de nuevo en una subasta. Había tres o cuatro estudios interesados: me quedé con el estudio que quería que yo escribiese el guión. Sabía que nunca sucedería, que no se decidirían a hacerlo. Pero entonces el fax empezó a arrojar mensajes, bien entrada la noche, la mayoría firmados con entusiasmo por un tal Dave Gambol; una ma?ana firmé cinco copias de un contrato gordísimo; unas semanas después, mi agente me comunicó que el primer cheque estaba compensado y que habían llegado los billetes para Hollywood, para las ?conversaciones preliminares?. Parecía un sue?o.

 

Los billetes eran de clase preferente. El momento en que vi que los billetes eran de clase preferente supe que el sue?o era real.

 

Fui a Hollywood en la sección que parece una burbuja y que está en la parte de arriba del Jumbo, mordisqueando salmón ahumado y con un ejemplar de tapa dura recién salido de la imprenta de Hijos del hombre en la mano.

 

Bueno. El desayuno.

 

Me contaron lo mucho que les encantaba el libro. No acabé de entender el nombre de nadie. Los hombres tenían barba o gorras de béisbol o ambas cosas; las mujeres eran pasmosamente atractivas, de un modo más o menos higiénico.

 

Neil Gaiman's books