Humo yespejos

No lo sé. No estaba allí; no estaba mirando en mi espejo. Sólo puedo imaginar…

 

 

Manos, que quitan los pedazos de cristal y de cuarzo de su cuerpo frío. Manos, que le acarician con dulzura la mejilla fría, que le mueven el brazo frío, que se regocijan al descubrir que el cadáver sigue fresco y maleable.

 

?La tomó allí, delante de todos ellos? ?O hizo que la llevasen a un rincón apartado antes de montarla?

 

No lo sé decir.

 

?La sacudió para quitarle la manzana de la garganta? ?O se le abrieron los ojos poco a poco mientras él embestía su cuerpo frío; se le abrió la boca, se le separaron los labios rojos, se le cerraron los dientes amarillos y afilados en el cuello moreno del príncipe, mientras la sangre, que es la vida, corría goteando por su garganta, llevándose el trozo de manzana, el mío, mi veneno?

 

Me lo imagino; no lo sé.

 

Lo que sí sé es esto: me desperté de noche por el corazón que volvía a latir y a palpitar. Me cayeron gotas de sangre salada en la cara desde arriba. Me senté. La mano me ardía y palpitaba como si me hubiese golpeado la raíz del pulgar con una roca.

 

Alguien aporreó la puerta. Tenía miedo, pero soy una reina y no quería mostrar temor. Abrí la puerta.

 

Primero entraron sus hombres en mi aposento y me rodearon, con sus espadas afiladas y sus largas lanzas.

 

Luego entró él; y me escupió a la cara.

 

Por último, entró ella en mi cuarto, como lo había hecho cuando me convertí en reina y ella era una ni?a de seis a?os. No había cambiado. No mucho.

 

Tiró del cordel del que colgaba su corazón. Quitó las serbas, una a una; quitó la cabeza de ajos, para entonces una cosa seca, después de tantos a?os; luego cogió lo que le pertenecía, su corazón bombeante —un corazoncito que no era mayor que el de una cabra o una osa—, mientras la sangre rebosaba y se derramaba por su mano.

 

Debía de tener las u?as tan afiladas como el cristal: se hendió el pecho con ellas, pasándolas por la cicatriz violeta. Su pecho se abrió, de repente, sin sangre. Lamió el corazón, una vez, mientras la sangre le corría por las manos, y se lo hundió en el pecho.

 

Vi cómo lo hacía. La vi cerrar la carne de su pecho otra vez. Vi cómo la cicatriz violeta empezaba a desvanecerse.

 

Por un momento su príncipe pareció preocupado, pero de todas maneras la rodeó con el brazo, y se quedaron allí, uno junto al otro, y esperaron.

 

Y ella siguió fría, la flor de la muerte permaneció en sus labios, y la lujuria del príncipe no disminuyó en ningún sentido.

 

Me dijeron que se casarían y que, en efecto, los reinos se unirían. Me dijeron que yo estaría con ellos el día de su boda.

 

Empieza a hacer calor aquí dentro.

 

Le han dicho cosas malas de mí a la gente; una peque?a verdad para a?adir sabor al plato, pero mezclada con muchas mentiras.

 

Me ataron y me dejaron en una celda diminuta de piedra bajo el palacio, y me quedé allí todo el oto?o. Hoy me han venido a buscar a la celda; me han despojado de mis andrajos y me han lavado la mugre y luego me han afeitado la cabeza y la entrepierna, y me han frotado la piel con grasa de oca.

 

Estaba nevando cuando me llevaban —dos hombres para cada mano, dos para cada pierna—, completamente expuesta, fría y con los brazos y piernas abiertos, entre la muchedumbre, en pleno invierno, para traerme a este horno.

 

Mi hijastra estaba allá con su príncipe. Me observaba, en mi humillación, pero no decía nada.

 

Cuando me metían dentro, burlándose y bromeando mientras lo hacían, he visto un copo de nieve que se posaba en la mejilla blanca de mi hijastra y se quedaba allí sin derretirse.

 

Han cerrado la puerta del horno detrás de mí. Cada vez hace más calor aquí dentro y fuera están cantando y gritando entusiasmados y golpeando las paredes del horno.

 

Ella no estaba riéndose ni burlándose ni hablando. No me ha mirado desde?osa ni se ha apartado. No obstante, me ha mirado; y por un momento me he visto reflejada en sus ojos.

 

No gritaré. No les daré esa satisfacción. Tendrán mi cuerpo, pero mi alma y mi historia son mías y morirán conmigo.

 

La grasa de oca empieza a derretirse y a brillar sobre mi piel. No haré ningún ruido. No pensaré más en esto.

 

En cambio, pensaré en el copo de nieve sobre su mejilla.

 

Pienso en su cabello negro como el carbón, sus labios, más rojos que la sangre, su piel, como blanca nieve.

 

 

 

 

 

NOTAS

 

 

[1] Nicholas: nombre por el que se conoce a Santa Claus. (N. de la T.)

 

[2] Juego de palabras intraducible a nuestro idioma entre tres términos de fonética similar en inglés: Bay Wolf (Lobo de bahía), Beowulf y Baywatch (Los vigilantes de la playa). (N. de la T.)

 

[3] Colección de novelas rosa. (N. de la T.)

 

[4] Jack: Nombre que se le da al mu?eco a resorte de una caja de sorpresas. (N. de la T.)

 

[5] El título en inglés es ?Sons of Man? y hace un juego de palabras con el nombre del asesino en serie Charles Manson. (N. de la T.)

 

[6] Trucos e ilusiones. (N. de la T.)

 

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