El libro del cementerio

Entonces oyó a la fiera, que se le aproximaba a todo correr, y trató de escapar; intentó ponerse de pie, pero le dolía tanto el tobillo que le era imposible apoyar el talón en el suelo, y volvió a caer sin poder evitarlo. No obstante, esta vez se derrumbó fuera del escalón, hacia el lado opuesto a la pared de roca, es decir, por el precipicio, y la distancia que lo separaba del suelo era tan atroz, que no alcanzaba a imaginar siquiera cuántos metros habría…

 

 

Mientras caía al vacío, oyó una voz que provenía del lugar donde había visto a la fiera por última vez. Sin duda alguna, era la voz de la se?orita Lupescu, que exclamaba: ??Oh, no! ?Nad!? Era exactamente igual que en esos sue?os en los que uno cae al vacío; Nad notaba el mismo vértigo, el mismo terror. Tenía la sensación de que en su mente no había sitio más que para un pensamiento, así que la idea de ?El perrazo gris era en realidad la se?orita Lupescu? competía por ese puesto con esta otra ?Cuando me estampe contra el suelo, me voy a convertir en puré?.

 

De pronto sintió que algo lo envolvía y lo acompa?aba en la caída y, al cabo de unos instantes, oyó el batir de unas alas sin plumas y todo se ralentizó de inmediato. El tan temido impacto contra el suelo dejó de parecerle inminente.

 

Las alas batieron con más fuerza; de inmediato comenzaron a ascender y el único pensamiento que ocupaba ahora la mente de Nad era: ??Estoy volando!?. Y, efectivamente, volaba. Se volvió a mirar y vio una cabeza de color marrón oscuro, calva como una bola de billar, provista de dos ojos profundos y relucientes como esferas de cristal negro muy bru?ido.

 

El ni?o volvió a pedir auxilio en la lengua de los ángeles descarnados de la noche, y el ángel descarnado sonrió y le respondió con una especie de ululato. Parecía satisfecho.

 

Acto seguido, tuvo lugar un descenso súbito y vuelta a disminuir la velocidad, hasta que por fin tocaron tierra con un ruido sordo. Nad intentó ponerse en pie, pero el tobillo le falló una vez más y cayó al suelo, recibiendo el aguijonazo de la arena arrastrada por el fuerte viento del desierto.

 

El ser volador se posó en el suelo, al lado de Nad, con las alas plegadas hacia atrás. Como el ni?o se había criado en un cementerio, estaba acostumbrado a ver imágenes de seres alados, pero los ángeles de los monumentos funerarios no se parecían en nada a aquella criatura.

 

Entonces un formidable animal de pelo gris, una especie de perro gigantesco, atravesó el desierto que se extendía a los pies de Gholheim.

 

Y el perro habló, pero la voz era la de la se?orita Lupescu:

 

—Con ésta ya son tres las veces que los ángeles descarnados de la noche te salvan la vida. La primera fue cuando pediste ayuda; ellos te oyeron y vinieron a avisarme y a indicarme dónde estabas. La segunda fue anoche cuando te quedaste dormido junto a la hoguera; ellos volaban en círculos por encima de vosotros, y oyeron a dos ghouls que decían que les traías mala suerte y que sería mejor machacarte los sesos con una piedra y dejarte en algún lugar donde te pudieran localizar más tarde, cuando estuvieras convenientemente podrido, y darse un buen banquete a tu costa. Los ángeles descarnados de la noche se ocuparon de resolver el asunto con la mayor discreción. Y ahora, esto.

 

—Se… se?orita Lupescu…

 

La fiera inclinó la cabeza y la acercó a la de Nad y, durante un agónico y pavoroso instante, él pensó que se lo iba a zampar de un bocado, pero lo que le dio fue un cari?oso lametón en la cara.

 

—?Te duele el tobillo?

 

—Sí. No puedo apoyar el pie.

 

—Pues vamos a ver cómo te subimos a mi lomo —dijo el formidable animal de pelo gris que resultó ser la se?orita Lupescu.

 

Habló con el ángel descarnado de la noche en su lengua, y la criatura se acercó y ayudó a Nad a subirse al lomo de la se?orita Lupescu.

 

—Agárrate a mi pellejo. Agárrate fuerte. Eso es, y ahora di lo mismo que yo… —Y la se?orita Lupescu profirió un agudo chillido.

 

—?Y qué significa eso?

 

—Gracias o adiós. Depende.

 

Nad imitó el sonido lo mejor que pudo, y el ángel descarnado de la noche se rió. A continuación la criatura emitió un sonido similar, desplegó sus enormes alas coriáceas, echó a correr en dirección al viento, aleteando con fuerza hasta que la corriente lo arrastró, y ascendió, igual que una cometa.

 

—Y ahora, haz lo que ya te he dicho: agárrate muy fuerte ordenó el animal, que era en realidad la se?orita Lupescu, y salió como una flecha.

 

—?Vamos hacia la muralla de tumbas?

 

—?A las puertas de los ghouls? No, no. ésas son sólo para los ghouls. Yo soy un sabueso de Dios y viajo por un camino especial que pasa por el infierno.

 

Y a Nad le pareció que ahora el perro corría aún más deprisa.

 

La luna grande se elevó en el cielo, seguida de la más peque?a y, poco después, se les unió una tercera luna de color rubí; el lobo gris siguió corriendo a través del desierto sembrado de huesos.

 

Por fin se detuvo frente a un edificio de arcilla medio en ruinas, como una gigantesca colmena, situado junto a un peque?o manantial de agua que brotaba de la roca y caía en una minúscula charca para, finalmente, desaparecer. Una vez allí el animal inclinó la cabeza y bebió, y Nad cogió un poco de agua con las manos y se la bebió a peque?os sorbos.

 

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