El libro del cementerio

—La mejor vida, las mejores viandas…

 

 

—?Tienes idea —los interrumpió el obispo de Bath y Wells— de lo delicioso que es el icor que se posa en el fondo de los ataúdes de plomo? ?O de cómo se siente uno siendo mil veces más importante que cualquier rey o reina, que cualquier presidente, primer ministro o héroe, y saber todo esto sin ningún tipo de duda, del mismo modo que sabes que una persona es más importante que una col de Bruselas?

 

—Pero ?vosotros qué sois? —preguntó Nad.

 

—Ghouls —respondió el obispo de Bath y Wells—. ?Somos ghoulsl Este chico está en Babia…

 

—?Eh, mirad!

 

Por debajo de ellos, toda una troupe de extra?as criaturillas corrían y saltaban alegremente en dirección al camino que había un poco más abajo y, sin darle tiempo a Nad a decir ni mu, un par de manos huesudas lo agarraron y lo llevaron volando a trompicones hacia donde estaban los demás.

 

Al final de la muralla de tumbas había un camino, absolutamente nada más que un camino, que atravesaba un desierto en el que no se veía otra cosa que huesos y rocas, y ese camino serpenteaba hasta una ciudad situada muchos kilómetros más allá, arriba de todo de un altísimo cerro de roca roja.

 

Nad alzó la vista hacia la ciudad y se horrorizó; se apoderó de él una sensación entre la repulsión y el miedo, entre la indignación y el odio, todo ello sazonado con una buena dosis de pavor.

 

Los ghouls no construyen nada; tan sólo son parásitos que se alimentan de carro?a. Llegaron a la ciudad a la que llaman Gholheim hace mucho tiempo, pero ya existía entonces; no la construyeron ellos. Nadie sabe (ni ha sabido nunca) quiénes levantaron aquellos edificios, excavados en la misma roca y provistos de túneles y torres. Lo que estaba claro es que había que ser un ghoul para querer vivir en un lugar así; cualquier otra criatura no se atrevería ni a acercarse.

 

Incluso desde el camino de Gholheim, estando aún a muchos kilómetros de distancia de la ciudad, Nad se dio cuenta de que ésta era un verdadero despropósito arquitectónico: los muros se inclinaban sin orden ni concierto, y el conjunto en sí era la suma de todas sus pesadillas hecha realidad. Parecía una gigantesca bocaza con los dientes torcidos. Nadie construiría algo así a menos que hubiera planeado de antemano abandonarla tan pronto como estuviera terminada; era como si sus artífices hubieran dejado impresos en la piedra todos sus miedos, todos sus delirios y todas sus fobias. Los ghouls simplemente la encontraron, les gustó y la convirtieron en su hogar.

 

Debe tenerse en cuenta que los ghouls se desplazan deprisa, de modo que, como un enjambre, avanzaban por aquel camino en mitad del desierto con la premura de un buitre, mientras Nad mareado, muerto de miedo y angustia y sintiéndose tonto de remate iba de aquí para allá, sostenido por las recias manos de los ghouls.

 

Si se miraba hacia el inhóspito cielo rojo, se distinguían unas criaturas, de grandes alas negras, que volaban en círculos.

 

—?Cuidado —advirtió el duque de Westminster—, ponedlo a cubierto! No quiero que los ángeles descarnados de la noche nos lo roben.

 

—?Malditos salteadores de caminos! ?Sí! ?Nosotros odiamos a los salteadores de caminos! —gritó el emperador de China.

 

?Los ángeles descarnados de la noche vuelan por el cielo rojo que hay sobre el camino de Gholheim…?, se dijo Nad que, llenándose los pulmones de aire, gritó tal como le había ense?ado la se?orita Lupescu: un grito gutural similar al de un águila.

 

Una de las aladas criaturas descendió hacia ellos, pero se quedó a medio camino y continuó volando en círculos, así que Nad volvió a gritar. Uno de los ghouls le tapó la boca:

 

—Una idea genial, atraerles hacia aquí —dijo el honorable Archibald Fitzhugh—, pero, créeme, no hay quien les hinque el diente, a no ser que los tengas un par de semanas asándose a fuego lento. Y, además, no traen más que problemas. Simplemente, no nos mezclamos con ellos, ?estamos? El ángel descarnado se elevó de nuevo en el reseco aire del desierto para ir a reunirse con los suyos, y Nad vio esfumarse todas sus esperanzas.

 

El duque de Westminster se echó al ni?o sobre los hombros sin demasiadas ceremonias, y los ghouls aceleraron la marcha para llegar cuanto antes a la ciudad situada en lo alto del cerro.

 

Neil Gaiman's books