El bueno, el feo yla bruja

—?Dios, no, Dios, no! —grité redoblando mis esfuerzos cuando el vampiro ladeó la cabeza y pasó su lengua por mi codo, gimiendo a la vez que su lengua lo lamía con movimientos lentos hacia donde fluía la sangre libremente. Si su saliva llegaba a mis venas sería suya para siempre.

 

Me retorcí. Me contorsioné. La cálida humedad de su lengua fue reemplazada por el frío filo de sus dientes, rozándome pero sin atravesar mi piel.

 

—Dímelo —susurró inclinando la cabeza para poder mirarme a los ojos—, y te mataré ahora en lugar de dentro de cien a?os.

 

Me entraron arcadas mezcladas con la oscuridad de la locura. Me resistí bajo su peso. Los dedos de mi brazo roto alcanzaron su oreja. Tiré de ella intentando llegar a sus ojos. Luché como un animal. Notaba mis instintos como una bruma entre mi mente y la locura.

 

La respiración de Piscary se volvió acelerada, incitada por mis esfuerzos y mi dolor que lo llevaron a un estado de frenesí que ya había visto demasiadas veces en Ivy.

 

—Oh, al diablo —dijo penetrándome con su fluida voz—, voy a desangrarte. Ya lo averiguaré de otra forma. Puede que esté muerto, pero sigo siendo un hombre.

 

—?No! —chillé, pero era demasiado tarde.

 

Piscary desnudó sus dientes, clavó mi brazo al suelo y ladeó la cabeza para llegar a mi cuello. La bruma de dolor aumentó hasta convertirse en un éxtasis mientras me hundía los dedos en el brazo roto. Grité a la vez que el vampiro profería un gemido de anticipación.

 

Entonces me estremeció un golpe lejano y el suelo tembló. Sufrí un espasmo. El cálido éxtasis del brazo se opuso a una sensación de dolor que me cortó la respiración. El sonido de hombres gritando se filtraba a través de la neblina de las náuseas.

 

—No llegarán aquí a tiempo —murmuró Piscary—. Llegan demasiado tarde para ti.

 

Así no, pensé, desquiciada por el miedo y maldiciendo la estupidez de mis actos. No quería morir así. Se dobló sobre mí con expresión salvaje por el hambre. Inspiré por última vez. Tuve que soltarlo todo de golpe cuando una bola verde de siempre jamás se estrelló contra Piscary. Me revolví aprovechando el leve descenso de su peso. Aún sobre mí, Piscary gru?ó y levantó la vista, dejando mi brazo libre. Empujé las rodillas entre ambos. Las lágrimas me nublaban la vista mientras luchaba con renovada desesperación. Había venido alguien. Alguien había venido a ayudarme.

 

Otra bola verde alcanzó a Piscary que se tambaleó. Logré colocar una pierna bajo mi cuerpo e hice palanca, empujando a Piscary de encima de mí.

 

Trabajosamente me puse en pie y agarré una silla. Cogí impulso y le golpeé con ella, notando el eco del golpe en el brazo.

 

Piscary se volvió con expresión salvaje. Se tensó y se preparó para saltar sobre mí.

 

Retrocedí, apretándome el brazo roto con fuerza contra el cuerpo. Una tercera ráfaga de siempre jamás me pasó rozando y alcanzó a Piscary, enviándolo por los aires hasta la pared contraria.

 

Me giré hacia el lejano ascensor.

 

Quen.

 

El hombre estaba de pie junto a un enorme agujero próximo al ascensor, envuelto en una nube de polvo y con una bola de siempre jamás en su mano, que seguía creciendo de color rojo aunque iba poco a poco adquiriendo los tonos verdes de su aura. Debía de tener la energía almacenada en su chi, ya que estábamos a demasiada profundidad como para alcanzar una línea. Había una mochila negra junto a sus pies con varias estacas de madera con forma de espada asomando por la cremallera abierta. Tras el agujero se veía la escalera.

 

—Ya era hora de que llegases —dije sin aliento y tambaleándome.

 

—Me quedé atascado detrás de un tren —dijo haciendo movimientos de magia de líneas luminosas con las manos—. Meter a la AFI en esto ha sido un error.

 

—?No lo habría hecho si tu jefe no fuese tan capullo! —le grité y luego volví a inspirar entrecortadamente, intentando no toser por la nube de polvo. Kisten había cogido mi nota, ?cómo había llegado aquí la AFI si no los había traído Quen?

 

Piscary se había vuelto a poner en pie. Nos observó y nos mostró los colmillos con una amplia sonrisa.

 

—?Y ahora sangre de elfo? No me había alimentado tan bien desde la Revelación.

 

Con la velocidad de vampiro, corrió por la gran sala hacia Quen, soltándome un revés al pasar junto a mí. Me lanzó de espaldas contra la pared y caí desmoronada al suelo. Atontada y rozando los límites de la consciencia, observé a Quen esquivar a Piscary. Parecía una sombra con sus mallas negras. Tenía una estaca tan larga como mi brazo en una mano y una bola de siempre jamás cada vez más grande en la otra. De su boca salían las palabras en latín de un hechizo de magia negra que me quemaban en la mente.

 

Me palpitaba la parte de atrás de la cabeza. Las náuseas me invadieron cuando me toqué el origen del dolor, pero no tenía sangre. Los puntos negros que flotaban frente a mí desaparecieron al levantarme. Aturdida, busqué entre la nube de polvo mi bolso con los amuletos.

 

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