El bueno, el feo yla bruja

No me quedaba nada más. Durante tres latidos me quedé mirándolo fijamente. Sus labios se curvaron con una sonrisa ansiosa.

 

Me levanté de un salto. Piscary me agarró sin esfuerzo por el tobillo cuando intentaba ponerme en pie. Caí y comencé a lanzarle patadas. Logré darle en la cara un par de veces antes de que tirase de mí para inmovilizarme bajo su peso.

 

La cicatriz de mi cuello palpitó y el miedo fluyó por ella, provocando una mezcla nauseabunda.

 

—No —dijo Piscary suavemente mientras me dejaba clavada a la moqueta—, esto te va a doler.

 

Sus colmillos estaban desnudos y goteaban saliva.

 

Me esforcé por respirar e intenté salir de debajo del vampiro. Se movió a un lado y me sujetó el brazo izquierdo sobre mi cabeza. Tenía el brazo derecho libre. Apreté los dientes y me lancé a por sus ojos.

 

Piscary se echó hacia atrás. Con fuerza de vampiro, me agarró el brazo derecho y me lo partió. Los altos techos devolvieron el eco de mi grito. Arqueé la espalda y respiré entrecortadamente.

 

Los ojos de Piscary se volvieron completamente negros.

 

—Dime si Kalamack tiene una muestra válida —me exigió.

 

Mis pulmones subían y bajaban intentando respirar. La ola de dolor subió con un sonido sordo por mi brazo y resonó en mi cabeza.

 

—Vete al infierno… —le dije con voz ronca.

 

Sin dejar de sujetarme contra el suelo, me apretó el brazo roto.

 

Me retorcí por el agónico dolor. Todas mis terminaciones nerviosas ardían. Emití un gru?ido gutural de dolor y determinación. No se lo diría. Tampoco sabía la respuesta.

 

Apoyó su peso sobre mi brazo y volví a gritar para no volverme loca. Me dolía el cráneo por el miedo cuando la expresión de los ojos de Piscary se tornó en hambre. Su necesidad instintiva se había despertado instigada por mi resistencia. El negro de sus ojos aumentó. Oí mis sonidos de dolor como si saliesen de fuera de mi cabeza. Debido a la conmoción aparecieron brillos plateados flotando frente a los ojos de Piscary y mis gritos se volvieron de alivio. Iba a desmayarme. Gracias, Dios. Piscary también se dio cuenta.

 

—No —susurró pasándose la lengua por los dientes con un movimiento rápido para recoger la saliva antes de que cayese—, sé hacerlo mucho mejor. —Levantó el peso de mi brazo y solté un gru?ido cuando el tremendo dolor se convirtió en un latido sordo.

 

Se inclinó para poner su cara a pocos centímetros de la mía. Observó mis pupilas con frialdad mientras los destellos desaparecían y volvía a enfocar la vista. Bajo su impasibilidad había una creciente excitación. Si no hubiese saciado ya su hambre con Ivy, no habría sido capaz de resistirse a desangrarme. Supo en qué momento exacto recobré el conocimiento y sonrió en anticipación.

 

Cogí aire y le escupí en la cara. Las lágrimas se mezclaron con mi saliva.

 

Piscary cerró los ojos con expresión de cansada irritación. Me soltó el brazo izquierdo para limpiarse la cara. En ese instante levanté el dorso de la mano para golpearle con fuerza en la nariz.

 

Me atrapó la mu?eca antes de que llegase a golpearle. Sus colmillos brillaban. Me sujetó el brazo. Mis ojos recorrieron el ara?azo que me había hecho para invocar el amuleto. El corazón me dio un vuelco. Un hilo de sangre caía lentamente hacia mi codo. Se formó una gota roja que tembló y cayó sobre mi pecho, cálida y suave.

 

Me trepidaba la respiración. Me quedé mirando, esperando. Su tensión aumentó, sus músculos se tensaron mientas permanecía tumbado sobre mí. Su mirada estaba fija en mi mu?eca. Cayó otra gota y la noté pesada contra mi cuerpo.

 

—?No! —chillé cuando Piscary dejó escapar un gru?ido carnal.

 

—Ahora lo entiendo —dijo con una voz terroríficamente suave bajo la que se ocultaba una creciente ansiedad—. No me extra?a que a Algaliarept le costase tanto averiguar lo que te daba miedo. —Me sujetó el brazo al suelo y se acercó más, hasta que nuestras narices estuvieron la una junto a la otra. No podía moverme. No podía respirar—. Te da miedo el deseo —me susurró—. Brujita, dime lo que quiero saber o te abriré en canal, te llenaré las venas de mí, te haré jadear. Pero te dejaré que recuerdes tu libertad… serás mía para siempre.

 

—Vete al infierno… —dije aterrorizada.

 

Se apartó para verme la cara. Noté el calor del contacto de su piel donde la bata la dejaba al desnudo.

 

—Empezaré por aquí —dijo levantando mi brazo sangrante hasta donde yo pudiese verlo.

 

—No… —protesté. Mi voz sonaba débil y asustada. No podía evitarlo. Intenté acercarme el brazo, pero Piscary lo tenía bien sujeto. Tiró de él con un movimiento lento y controlado a pesar de que yo luchaba por no moverlo. El brazo roto me provocó náuseas al intentar usarlo para empujarlo con la fuerza de un gatito.

 

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