El bueno, el feo yla bruja

—No puedo. No estoy aquí.

 

Me dolió al soltar el aire de golpe. Levanté la vista para verlo cruzar la habitación hacia mí con pasos lentos y cuidadosos. Recogió la espada del suelo y la echó en su petate con una mano ensangrentada. Creí ver que también llevaba un bloque gris de explosivos, lo que explicaba cómo había hecho el agujero de la pared.

 

Parecía cansado. Caminaba encorvado, su larguirucha estatura se veía mermada por el dolor. Su cuello no parecía estar tan mal, pero prefería estar con una pierna colgada seis meses antes que recibir un mordisco cargado de saliva de Piscary. Quen era un inframundano, así que no se convertiría en vampiro, pero por la mirada de miedo que asomaba bajo su capa de confianza, sabía que podía estar vinculado a Piscary. Con un vampiro tan viejo, el vínculo podría durar toda la vida. El tiempo diría cuánta saliva de vinculación le había inoculado Piscary, si es que esa había sido la intención del mordisco.

 

—Sa'han se equivoca con respecto a ti —dijo con tono cansado—. Si no puedes sobrevivir el ataque de un vampiro sin ayuda, tu valor es cuestionable. Y tu imprevisibilidad te hace poco fiable y por lo tanto poco segura. —Quen me dedicó un movimiento de cabeza al girarse y dirigirse hacia la escalera. Observé cómo se marchaba con la boca abierta.

 

?Sa'han se equivoca conmigo?, pensé sarcásticamente. Bueno, bien por Trent.

 

Me dolían las manos, tenía las palmas rojas por lo que parecían quemaduras de primer grado. Se oía la voz de Edden arriba. La AFI se encargaría de Piscary y yo podría irme a casa…

 

A casa con Ivy, pensé, cerrando los ojos brevemente. ?Cómo se ha podido volver mi vida tan fea?

 

Cansada hasta la extenuación, me levanté cuando Edden y una fila de agentes de la AFI surgieron por el agujero que había hecho Quen.

 

—?Soy yo! —dije con voz ronca levantando la mano buena en alto al oír el preocupante sonido de los seguros—. ?No me disparéis!

 

—?Morgan! —dijo Edden esforzándose por ver algo entre el polvo y bajó su arma. Solo la mitad de los agentes hicieron lo mismo. Era más de lo que esperaba, en todo caso—. ?Estás viva?

 

Sonó sorprendido. Doblada por el dolor, miré mi estado, con el brazo roto pegado al cuerpo.

 

—Sí, creo que sí. —Empecé a temblar de frío.

 

Alguien se rió por lo bajo y el resto bajó sus armas. Edden hizo un gesto y los agentes se desplegaron en abanico.

 

—Piscary está allí —dije mirando en la misma dirección—. Estará fuera de juego hasta el anochecer. Creo.

 

Acercándose, Edden miró a Piscary, quien tenía la bata abierta, dejando ver una buena parte de su musculoso muslo.

 

—?Qué intentaba hacerte? ?Seducirte?

 

—No —susurré para que no me doliese tanto la garganta—, intentaba matarme. —Lo miré a los ojos y a?adí—. Hay un vampiro vivo llamado Kisten en alguna parte. Es rubio y está muy cabreado por lavor, no le disparéis. Aparte de a él y a Quen no he visto a nadie más que a los ocho vampiros vivos de arriba. A ellos sí les puedes disparar si quieres.

 

—?El agente de seguridad del se?or Kalamack? —dijo Edden recorriéndome con la vista catalogando mis heridas—. ?Vino contigo? —Me puso una mano en el hombro para tranquilizarme—. Parece que ese brazo está roto.

 

—Lo está —dije dando un respingo cuando intentó tocármelo. ?Por qué la gente siempre hace eso?—. Y sí, ha estado aquí. ?Por qué vosotros no? —dije clavándole el dedo en el pecho, sintiéndome repentinamente enfadada—. Si alguna vez volvéis a rechazar una llamada mía, juro que os enviaré a Jenks para que os eche polvos pixie todas las noches durante un mes.

 

Una expresión de arrogancia cruzó la cara de Edden y les echó una ojeada a los agentes que rodeaban cautelosamente a Piscary. Alguien llamó a una ambulancia de la SI.

 

—No rechacé tu llamada. Estaba dormido. Que me despierten un pixie frenético y un novio con un ataque de pánico diciéndome que habías ido a clavarle una estaca a uno de los maestros vampiros de Cincinnati no es mi manera preferida de despertarme. Y además, ?quién te ha dado mi número privado?

 

Oh, Dios, Nick. Me acordé de la explosión de energía de líneas luminosas que había canalizado a través de él y me quedé pálida.

 

—Nick —tartamudeé—, tengo que llamar a Nick. —Pero al mirar a mí alrededor buscando mi bolso y el teléfono que llevaba dentro, titubeé. La sangre de Quen había desaparecido por completo. Supongo que Quen hablaba en serio cuando dijo que no quería dejar ningún rastro de su paso por allí. ?Cómo lo había hecho? ?Magia élfica quizá?

 

—El se?or Sparagmos está en el aparcamiento —dijo Edden. Al ver mi cara pálida paró a un agente que pasaba—. Tráeme una manta, está entrando en estado de choque.

 

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