El bueno, el feo yla bruja

Había muchas cosas que le molestaban desde el atracón de sangre de Piscary: el sol, que hubiese mucho ruido, que hubiese poco ruido, la lentitud de su ordenador, los grumos de su zumo de naranja, el pez en su ba?era hasta que Jenks se lo llevó a la parte de atrás y lo frió para elevar el nivel de proteínas de sus ni?os antes de la hibernación en oto?o. Ivy se puso muy enferma cuando volvió de la misa de medianoche, pero no pensaba dejar de ir. Me dijo que la ayudaría a mantener las distancias entre ella y Piscary. Espacio mental, al parecer. El tiempo y la distancia bastaban para romper el vínculo que un vampiro de bajo rango podía tener con otro después de un mordisco, pero Piscary era un maestro vampiro. El vínculo duraría hasta que él quisiese romperlo.

 

Lentamente Ivy y yo íbamos encontrando un nuevo equilibrio. Cuando el sol brillaba en lo más alto, era Ivy, mi amiga y compa?era, alegre con su humor seco y sarcástico que empleábamos en pensar bromas para Jenks, o discutíamos posibles mejoras en la iglesia para hacerla más habitable. Después del anochecer se marchaba para que no viese lo que la noche le provocaba ahora. Se sentía fuerte bajo la luz del sol, pero se convertía en una diosa al anochecer, al borde de la impotencia en la batalla que libraba contra sí misma.

 

Me sentí incómoda con mis propios pensamientos y volví a tirar de la línea luminosa para desviar un lanzamiento y arrojarlo contra el muro detrás del catcher.

 

—?Rachel? —dijo el capitán Edden inclinándose por delante de su hijo para lanzarme una mirada dura tras sus gafas—, dime si quieres hablar con Piscary. Estaré encantado de hacer la vista gorda si decides darle una paliza.

 

Se volvió a apoyar en el respaldo y le ofrecí una lánguida sonrisa. Piscary había sido transferido a la custodia de la SI y se encontraba sano y salvo en una celda de una cárcel para vampiros. La audiencia preliminar había ido bien. El sensacionalismo del caso había incitado una apertura inesperada del sumario. Algaliarept se presentó para demostrar que era un testigo fiable. El demonio apareció en la portada de todos los periódicos, transformándose en todo tipo de figuras para asustar a todo el mundo en la sala. Lo que más me inquietó fue que el juez le tenía miedo a una ni?a de pelo revuelto que ceceaba y tenía una ligera cojera. Creo que el demonio se lo pasó muy bien.

 

Me ajusté la gorra roja de los Howlers para taparme del sol cuando un bateador llegó hasta el montículo para batear hacia el cuadro interior. Dejé el perrito de nuevo en mi regazo y moví los dedos y los labios, vocalizando el encantamiento. Las defensas del campo se habían elevado y tuve que hacer un agujero a través de ellas para alcanzar la línea. Un repentino flujo de siempre jamás me atravesó y Nick se irguió. Se excusó y se levantó para pasar delante de mí mascullando que iba al servicio. Su lánguida silueta bajó precipitadamente los escalones y desapareció.

 

Disgustada, dirigí la energía de siempre jamás hacia el lanzamiento del pitcher. Sonó un fuerte crujido y se le rompió el bate. El bateador tiró el bate hecho a?icos, maldiciendo tan alto que pude oírlo desde mi sitio. Se giró para mirar a las gradas acusadoramente. El pitcher se apoyó el guante en la cadera. El catcher se levantó. Entorné los ojos satisfecha cuando el entrenador silbó para llamar a todo el mundo.

 

—Bien hecho, Rachel —dijo Jenks y el capitán Edden se sobresaltó y me dirigió una mirada inquisitiva.

 

—?Has sido tú? —me preguntó y yo me encogí de hombros—. Vas a conseguir que te prohiban la entrada.

 

—Quizá debieron pagarme en su momento. —Estaba siendo muy cuidadosa. Nadie había resultado herido. Podía hacer que sus jugadores se torciesen un tobillo o que los lanzamientos alcanzasen a sus jugadores si quería. Pero no lo iba a hacer. Solo estaba fastidiándoles el entrenamiento. Rebusqué en la servilleta en la que mi perrito caliente venía envuelto. ?Dónde está mi bolsita de kétchup? Este perrito no sabe a nada.

 

—Ah, en cuanto a tu remuneración, Morgan…

 

—Olvídalo —le interrumpí rápidamente—, supongo que todavía estoy en deuda con vosotros por pagarme mi contrato con la SI.

 

—No —dijo—, teníamos un trato. No es culpa tuya que se cancelasen las clases…

 

—Glenn, ?me das tu kétchup? —dije bruscamente cortando a Edden—. No entiendo cómo podéis comer perritos calientes sin kétchup. ?Por qué demonios ese tío no me ha puesto nada de kétchup?

 

Edden se inclinó hacia delante con un fuerte suspiro. Glenn obedientemente rebuscó en su bola de papel hasta que encontró una bolsita de plástico. Con la expresión desencajada miró mi brazo roto y titubeó.

 

—Te… eh… te lo abro —se ofreció.

 

—Gracias —musité. No me gustaba sentirme una inútil. Intenté no fruncir el ce?o mientras observaba cómo el detective abría cuidadosamente la bolsita. Me la pasó y haciendo equilibrios con el perrito caliente en el regazo, estrujé torpemente el contenido. Estaba tan concentrada en no derramarlo que casi me pierdo a Glenn llevándose disimuladamente la mano a la boca para chuparse una gota roja de los dedos.

 

?Glenn?, pensé. Me quedé pasmada al recordar que nuestro kétchup había desaparecido y de pronto lo entendí todo.

 

—Tú… —farfullé. ?Glenn nos había robado el kétchup?

 

El detective puso cara de pánico y levantó la mano, casi tapándome la boca antes de retirarla.

 

—No —me suplicó acercándose a mí—, no digas nada.

 

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