El bueno, el feo yla bruja

—Adiós, se?ora Sarong.

 

Hizo una leve inclinación de la cabeza a modo de despedida con la otra copa que Glenn había traído en la mano. Tres hombres jóvenes aparecieron tras ella, con gesto hosco y bien vestidos. Me alegraba de no tener su trabajo, aunque parecía que los incentivos eran fantásticos.

 

Los zapatos de Glenn resonaban sobre el cemento de camino a la entrada principal, ya sin la ayuda de Matt y su carrito de golf.

 

—?Puedes despedirte del resto de mi parte? —le pedí refiriéndome a Nick.

 

—Claro —dijo fijando la vista en los enormes carteles con letras y flechas indicando las salidas. El sol seguía siendo cálido cuando salimos a la calle y por fin me relajé al llegar a la parada de autobús. Glenn se detuvo junto a mí y me devolvió la gorra.

 

—En cuanto a tu remuneración… —empezó a decir.

 

—Glenn —dije a la vez que me la volvía a colocar—, como ya le he dicho a tu padre, no te preocupes por eso. Les estoy agradecida por haber pagado mi contrato con la SI y con los dos mil que me ha dado Trent, tengo suficiente para ir tirando hasta que se me cure el brazo.

 

—?Por qué no te callas? —me espetó metiéndose la mano en el bolsillo—. Hemos pensado otra cosa.

 

Me volví hacia él, posé la vista en la llave que tenía en la mano y luego levanté la mirada hasta cruzarme con la suya.

 

—No pudimos conseguir la autorización para reembolsarte las clases canceladas, pero teníamos este coche en el depósito. La aseguradora lo declaró siniestro total, así que no podíamos subastarlo.

 

?Un coche? ?Edden iba a darme un coche?

 

Los ojos de Glenn brillaban.

 

—Hemos arreglado el embrague y la transmisión. También había algo roto en el sistema eléctrico, pero los chicos del taller de la AFI lo han arreglado gratis. Te lo habríamos dado antes —dijo—, pero la oficina de tráfico no entendía lo que intentaba hacer y tuve que ir tres veces hasta lograr transferirlo a tu nombre.

 

—?Me habéis comprado un coche? —dije sin poder disimular la emoción en mi voz.

 

Glenn sonrió y me entregó una llave con estampado de cebra con un llavero de pata de conejo morado.

 

—El dinero que la AFI ha puesto para arreglarlo casi iguala lo que te debíamos. Te llevo a casa. No creo que puedas cambiar de marcha con el brazo así.

 

De pronto el corazón me latía con fuerza en el pecho y poniéndome a su lado escudri?é el aparcamiento.

 

—?Cuál es?

 

Glenn se?aló y de repente el sonido de mis tacones sobre la acera trastabilló al reconocer el descapotable rojo.

 

—Ese es el coche de Francis —dije sin estar muy segura de lo que sentía.

 

—No te importa, ?no? —me preguntó Glenn con tono preocupado—. Iba a ser desguazado. No eres supersticiosa, ?no?

 

—Mmm… —tartamudeé sintiéndome atraída por la brillante pintura roja. La toqué y sentí su tersa suavidad. La capota estaba bajada y me giré hacia Glenn, sonriéndole. Su gesto de preocupación se tornó de alivio.

 

—Gracias —susurré sin creer que de verdad era mío. ?Era mío?

 

Con pasos apresurados fui hacia el frontal y luego hacia la parte trasera. Tenía una nueva matrícula personalizada: ?DCAZA?. Era perfecto.

 

—?Es mío? —dije con el corazón acelerado.

 

—Vamos, súbete —dijo Glenn con la cara transformada por su entusiasmo.

 

—Es maravilloso —dije esforzándome por no echarme a llorar. Se acabaron los bonobuses caducados y esperar pasando frío. Se acabó disfrazarme con encantamientos para que me recojan.

 

Abrí la puerta. El asiento de cuero estaba caliente por el sol y tan suave como el chocolate con leche. El alegre tintineo al abrir la puerta me sonó a campanas celestiales. Metí la llave, comprobé que estaba en punto muerto, pisé el embrague y lo arranqué. El rugido del motor sonaba a libertad. Cerré la puerta y le dediqué una sonrisa de oreja a oreja a Glenn.

 

—?De verdad? —le pregunté con la voz quebrada.

 

Glenn asintió, sonriendo.

 

Estaba encantada. Con el brazo roto no podía conducir un coche de marchas, pero podía probar todos los botones. Encendí la radio y pensé que debía ser un buen augurio cuando Madonna atronó por los altavoces. Bajé el volumen de Material Girl y abrí la guantera para ver mi nombre en la documentación. Un grueso sobre amarillo cayó y lo recogí del suelo.

 

—Yo no he puesto eso ahí —dijo Glenn con un nuevo tono de preocupación en la voz.

 

Me lo acerqué a la nariz y se me desencajó la expresión al reconocer el limpio olor a pino.

 

—Es de Trent.

 

Glenn se irguió.

 

—Sal del coche —dijo remarcando cada sílaba con autoridad.

 

—No seas estúpido —dije—, si me quisiese ver muerta, no habría enviado a Quen a pagar mi fianza.

 

Con la mandíbula tensa, Glenn abrió la puerta, haciendo sonar las campanitas.

 

—Sal de ahí. Haré que lo comprueben y te lo traeré ma?ana.

 

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