El bueno, el feo yla bruja

Matt parecía nervioso cuando nos acompa?ó arriba en un ascensor y nos dejó en una alargada y lujosa sala con vistas al campo. Estaba agradablemente llena de conversaciones y de gente bien vestida. El ligero olor a almizcle me hizo cosquillas en la nariz. Glenn intentó devolverme la gorra y le hice un gesto para que me la guardase.

 

—Se?orita Morgan —dijo una mujer bajita tras excusarse con un grupo de hombres—, me alegro mucho de conocerla. Soy la se?ora Sarong —dijo acercándose y extendiendo la mano.

 

Era más bajita que yo, y obviamente era una mujer lobo. Su pelo oscuro encanecía en finas y favorecedoras mechas y sus manos eran peque?as y potentes. Se movía con una elegancia de depredador que llamaba la atención, sus ojos parecían verlo todo. Los hombres lobo tenían que esforzarse mucho para limar sus asperezas. Las mujeres lobo adquirían un aspecto más peligroso.

 

—Estoy encantada de conocerla —le contesté cuando brevemente me tocó en el hombro a modo de saludo ya que mi brazo derecho estaba en cabestrillo—. Este es el detective Glenn, de la AFI.

 

—Se?ora —dijo escuetamente y la mujer sonrió ense?ando sus lisos y uniformes dientes.

 

—Encantada —dijo con tono agradable—. Si nos disculpa un momento, detective. La se?orita Morgan y yo tenemos que hablar antes de que empiece el partido.

 

Glenn asintió aparatosamente.

 

—Sí, se?ora. Iré a por algo de beber, si le parece bien.

 

—Eso sería estupendo.

 

Torcí los ojos ante tanta cortesía y me alegré de que la se?ora Sarong me pusiese la mano delicadamente en el hombro para alejarme de allí. Olía a helecho y a musgo. Todos los hombres nos observaban mientras nos acercábamos juntas hacia la ventana con excelentes vistas sobre el campo, que se veía muy lejos allá abajo y me hizo sentir ligeramente mareada.

 

—Se?orita Morgan —dijo con una mirada que no parecía de disculpas—, me acaban de comunicar que fue contratada para recuperar nuestra mascota, una mascota que en realidad nunca llegó a desaparecer.

 

—Sí, se?ora —dije sorprendida al ver cómo el tratamiento de cortesía fluía de mi boca—. Cuando me lo comunicaron no se tuvieron en cuenta ni mi tiempo ni mis esfuerzos.

 

Espiró lentamente.

 

—Detesto andarme por las ramas: ?ha estado embrujando el campo?

 

Agradecida por su franqueza, decidí corresponderla.

 

—Estuve tres días planeando cómo entrar en la oficina del se?or Ray cuando podría haber estado trabajando en otros casos —dije—, y aunque admito que no ha sido culpa suya, alguien debió llamarme.

 

—Quizá, pero la cuestión sigue siendo que el pez nunca desapareció. No suelo pagar los chantajes. Déjelo ya.

 

—Y yo no suelo recurrir a esa práctica —dije sin alterarme cuando su manada empezó a rodearme—, pero sería negligente si no le hiciese partícipe de mis sentimientos al respecto. Le doy mi palabra de que no actuaré durante el partido. No será necesario. Hasta que no me pague, cada vez que un lanzamiento salga mal o se rompa un bate, sus jugadores creerán que he sido yo. —Sonreí sin mostrar los dientes—. Quinientos dólares es un precio muy peque?o a cambio de que sus jugadores se queden tranquilos. —Unos míseros quinientos dólares. Debí pedirle diez veces más. Por qué los secuaces de Ray habían desperdiciado sus balas contra mí por un apestoso pez seguía siendo un misterio para mí.

 

La se?ora Sarong entreabrió los labios y juro que oí un peque?o gru?ido en su suspiro. Todo el mundo sabía lo supersticiosos que eran los jugadores. Pagaría.

 

—No es por el dinero, se?ora Sarong —le dije, aunque al principio fuese así—. Si dejo que una manada me trate como a un perro callejero, me convertiré en eso. Y yo no soy un chucho.

 

Apartó la vista del campo de juego.

 

—No, no es un chucho —coincidió—, es un lobo solitario. —Con un movimiento elegante se acercó al lobo más cercano, uno que me resultó extra?amente familiar, de hecho, quien se apresuró a acercarse con una chequera forrada de piel del tama?o de una Biblia; tan grande que necesitaba las dos manos para sujetarla—. El lobo solitario es el más peligroso —dijo mientras escribía—. También tienen una esperanza de vida extremadamente corta. Búsquese una manada, se?orita Morgan.

 

Hizo un fuerte ruido al arrancar el cheque. No estaba segura de si me estaba dando un consejo o de si era una amenaza.

 

—Gracias, pero ya tengo una —dije sin mirar siquiera la cantidad al guardar el cheque en mi bolso. Rocé la suave superficie de la pelota con los nudillos y la saqué. Se la puse en la mano que esperaba con la palma hacia arriba—. Me iré antes de que empiece el partido —le dije sabiendo que de ninguna manera me iba a dejar volver a subir a las gradas—. ?Durante cuánto tiempo me prohibirán la entrada al estadio?

 

—De por vida —me dijo sonriéndome como el mismo diablo—. Yo tampoco soy un perro callejero.

 

Le devolví la sonrisa. La verdad es que me caía bien. Glenn se acercó y cogí la copa de champán que me ofreció para dejarla sobre el alféizar de la ventana.

 

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