—Pues organiza una fiesta e invita al papa. Puede que mi padre trabajase para el tuyo, pero sigues siendo escoria y el único motivo por el que no te tiro el dinero a la cara es primero porque me lo he ganado y segundo porque lo necesito para vivir mientras me recupero de las lesiones que me ha ocasionado lograr que no te metan en la cárcel.
Le brillaban los ojos de regocijo y eso me puso furiosa.
—Gracias por limpiar mi nombre —dijo. Alargó la mano para tocar mi coche y se detuvo en seco cuando proferí un brusco sonido de advertencia. Cambió la dirección de su movimiento, girándose para comprobar si Jonathan se había movido. No lo había hecho. Glenn también nos vigilaba.
—Olvídalo, ?vale? —le dije—. Fui a por Piscary para salvarle la vida a mi madre, no a ti.
—Gracias de todas formas. Si sirve de algo, ahora me arrepiento de haberte metido en aquel foso de las ratas.
Incliné la cabeza para verlo y me aparté el pelo que me rozaba en la cara por el viento.
—?Y te crees que con eso lo arreglas todo? —dije con la tensión en la voz. Luego entorné los ojos. Estaba casi dando brincos en el sitio, ?qué le pasaba?
—Hazme un sitio —me soltó finalmente mirando el asiento vacío junto a mí.
Me quedé mirándolo fijamente.
—?Qué?
Echó un vistazo a Jonathan y de nuevo a mí.
—Quiero conducir tu coche. Hazme un sitio. Jon nunca me deja conducir. Dice que es indigno de mí. —Miró de reojo a Glenn, escondido tras una columna—. A menos que prefieras que un detective de la AFI te lleve a casa sin pasar de la velocidad máxima permitida.
La sorpresa mantuvo la rabia alejada de mi voz.
—?Sabes conducir un coche de marchas?
—Mejor que tú.
Miré a Glenn y luego de nuevo a Trent. Lentamente me hundí en el asiento.
—Te propongo una cosa —le dije arqueando las cejas—, te dejo que me lleves a casa si durante el camino solo hablamos de un tema.
—?De tu padre? —adivinó y asentí. Me estaba acostumbrando a esto de negociar con el demonio.
Trent volvió a meterse las manos en los bolsillos y se balanceó adelante y atrás sobre sus talones mientras meditaba. Bajando la vista del cielo azul asintió.
—No me puedo creer que esté haciendo esto —mascullé a la vez que arrojaba mi bolso al asiento de atrás. Torpemente pasé por encima de la palanca de cambio hasta el otro asiento. Me quité la gorra roja de los Howlers y me recogí el pelo en un mo?o antes de volver a ponerme la gorra contra el viento.
Glenn dio un salto hacia delante y se detuvo cuando le dije adiós con la mano. Movió la cabeza con un gesto de incredulidad y se dio la vuelta para volver a entrar en el estadio.
Me abroché el cinturón de seguridad mientras Trent abría la puerta y se sentaba en el asiento del conductor. Ajustó los espejos, aceleró el motor un par de veces antes de pisar el embrague y cambiar a primera. Puse la mano en el salpicadero, pero echó a andar tan suavemente como si se ganase la vida aparcando coches.
Mientras Jonathan apresuradamente entraba en la limusina, miré de reojo a Trent. Entorné los ojos cuando decidió toquetear la radio mientras estábamos parados en un semáforo y no volvió a ponerse en marcha aunque ya estaba en verde. Estaba a punto de soltarle un manotazo por juguetear con mi radio cuando encontró una emisora en la que sonaba Takata y subió el volumen. Molesta, apreté el botón para guardar la emisora en la memoria.
El semáforo pasó de verde a ámbar y Trent se puso en marcha bruscamente, cruzando la intersección y colándose delante de los coches que venían en dirección contraria entre chirridos de ruedas y pitos. Con los dientes apretados juré que si me destrozaba el coche antes de que yo tuviese la ocasión de hacerlo, lo demandaría.
—No volveré a trabajar para ti —le dije mientras Trent saludaba amablemente con la mano a los iracundos conductores de detrás al incorporarse a la autopista. Mi enfado vaciló al darme cuenta de que había dejado pasar el semáforo en verde intencionadamente para que Jonathan tuviese que esperar hasta que cambiase de nuevo.
Miré a Trent con incredulidad. Al ver que me había dado cuenta, dejó de disimular. Me recorrió un estremecimiento de excitación cuando me lanzó una rápida sonrisa mientras el viento empujaba su pelo sobre sus ojos verdes.
—Si eso te ayuda a conciliar el sue?o, se?orita Morgan, por favor, no dudes en seguir creyéndolo.
El viento me azotaba la cara y cerré los ojos por el sol, sintiendo el asfalto retumbar en mis huesos. Ma?ana empezaría a pensar cómo romper mi contrato con Algaliarept, cómo quitarme la marca de demonio, cómo lograr que Nick dejase de ser mi familiar y cómo vivir con una vampiresa que intentaba ocultar que había vuelto a ser practicante. Ahora mismo iba de copiloto del soltero más poderoso de Cincinnati, con dieciocho mil seis dólares y cincuenta y siete centavos en el bolsillo y nadie iba a evitar que ignorásemos los límites de velocidad.
Bien mirado, no había sido una mala semana de trabajo.