El bueno, el feo yla bruja

Edden arqueó las cejas.

 

—?Lo contrató? —Se giró para mirar a Piscary, rodeado por los nerviosos agentes de la AFI hasta que llegase la ambulancia de la SI—. ?A quién?

 

—Mejor que no lo sepas —dije cerrando los ojos. Iba a ser el familiar de un demonio, pero al menos seguía viva. No había perdido mi alma. Debía quedarme con lo positivo.

 

—?Puedo irme? —pregunté al ver los primeros escalones tras el agujero de la pared. No tenía ni idea de cómo iba subirlos todos. Puede que si dejaba que Edden me arrestase alguien me llevase arriba. Sin esperar a su permiso, me aparté de él y me sujeté el brazo para irme cojeando hacia el agujero de la pared. Acababa de atrapar al vampiro más poderoso de Cincinnati por asesinato en serie y lo único que quería hacer era vomitar.

 

Edden dio un paso para detenerme sin contestarme.

 

—?Puedo por lo menos ponerme mis botas? —le pregunté al ver a Gwen sacándoles fotos. La fotógrafa se abría paso por la habitación cuidadosamente grabándolo todo con su cámara de vídeo.

 

El capitán de la AFI se sobresaltó y me miró los pies.

 

—?Siempre detienes a los maestros vampiros descalza?

 

—Solo cuando van en pijama. —Me envolví en la manta, abatida—. Para mantener la deportividad, ?sabes?

 

La cara redonda de Edden esbozó una sonrisa.

 

—?Oye, Gwen! Déjalo —dijo en voz alta a la vez que me agarraba por el codo y me ayudaba a subir tambaleante por las escaleras—. Esto no es el escenario de un crimen. Es solo un arresto.

 

 

 

 

 

29.

 

 

—?Eh, aquí! —grité sentándome más erguida en el duro asiento del estadio de béisbol y agitando la mano para atraer la atención del vendedor ambulante. Faltaban más de cuarenta minutos para la hora de inicio del partido y aunque las gradas empezaban a llenarse, los vendedores no estaban muy atentos.

 

Entorné los ojos y levanté cuatro dedos cuando se giró y levantó ocho dedos a modo de respuesta. Hice una mueca. ?Ocho pavos por cuatro perritos calientes?, pensé pasándole el dinero de mano en mano. Bueno, al fin y al cabo las entradas me habían salido gratis.

 

—Gracias, Rachel —dijo Glenn sentado junto a mí cuando el paquete de papel lanzado por el vendedor llegó a sus manos. Lo dejó en su regazo y fue cogiendo el resto, ya que yo tenía el brazo en cabestrillo y obviamente no podía moverlo. Le pasó uno a su padre y a Jenks a su derecha. El siguiente fue para mí y se lo pasé a Nick a mi lado. Nick me dedicó una débil sonrisa e inmediatamente miró hacia abajo, donde los Howlers habían empezado a calentar.

 

Hundí los hombros y Glenn se inclinó hacia mí con la excusa de desenvolverme el perrito caliente y dármelo en la mano.

 

—Dale más tiempo.

 

No le contesté nada. Recorrí con la vista el césped del campo, perfectamente recortado. Aunque Nick no quisiese admitirlo, se había creado un muro de miedo entre ambos. Habíamos tenido una dolorosa discusión la semana anterior, durante la cual le pedí mis más sinceras disculpas por haber usado tanta cantidad de energía de líneas luminosas a través de él y le expliqué que había sido un accidente. él insistió en que no pasaba nada, que lo entendía, que se alegraba de que lo hubiese hecho, ya que eso me salvó la vida. Sus palabras fueron sinceras y auténticas y sabía en el fondo de mi corazón que las decía de verdad. Pero ya casi nunca me miraba a los ojos y se esforzaba mucho por no tocarme.

 

Como para demostrar que no había cambiado nada, anoche había insistido en que durmiese en su casa durante el fin de semana, como siempre. Fue un error. La conversación durante la cena fue como poco forzada: ??Cómo te ha ido el día, cari?o??. ?Bien, gracias, ?Y a ti??. Tras la cena vimos la tele varias horas, yo sentada en el sofá y él en una silla al otro lado de la habitación. Esperaba que la cosa mejorase cuando nos acostamos a la intempestiva hora de la una de la madrugada, pero fingió quedarse dormido enseguida. Casi rompo a llorar cuando se apartó ante el roce de mi pie.

 

La velada se remató brillantemente a las cuatro de la ma?ana, cuando se despertó de una pesadilla y le entró un ataque de pánico cuando me vio en la cama junto a él.

 

Me excusé discretamente y cogí el autobús hasta mi casa, diciéndole que ya que estaba despierta, debía asegurarme de que Ivy llegaba a casa bien y que ya lo vería luego. No me detuvo. Se sentó al borde de la cama con la cabeza hundida entre sus manos y no me detuvo.

 

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