Consiguen atravesar el cabo justo a tiempo para evitar ser arrastrados por la implacable marea. Frente a ellos se ve un llano lleno de barro que forma el suelo de un cala en forma de caja. Las paredes de la caja están formadas por el cabo que acaban de atravesar, otro cabo, deprimentemente similar, a unos cientos de metros, y un acantilado que se levanta en vertical desde el barro. Incluso si no estuviese cubierto por una jungla tropical implacablemente hostil, el acantilado sellaría el acceso al interior de Guadalcanal simplemente por la caída en vertical. Los marines están atrapados en esa cala hasta que baje la marea.
Lo que da tiempo de sobra a las ametralladoras nipos para matarlos a todos.
Para entonces todos conocen ya el sonido del arma y se arrojan sobre el barro inmediatamente. Shaftoe da un vistazo rápido a su alrededor. Los marines tendidos de espaldas o de lado probablemente estén muertos, los que están apoyados sobre el estómago probablemente estén vivos. La mayoría están tendidos sobre el estómago. El sargento está evidentemente muerto; el tirador le apuntó a él primero.
El nipo o nipos sólo tienen una ametralladora, pero parecen tener toda la munición del mundo: el fruto del Expreso de Tokio, que ha estado llegando impunemente desde que Shaftoe y el resto de los marines desembarcaron en agosto. El tirador se lo toma con calma, apuntando con rapidez a cualquier marine que intente moverse.
Shaftoe se pone en pie y corre hacia la base del acantilado.
Al fin, puede ver los destellos del ca?ón del ?ipo. Así sabe a dónde apunta. Cuando los destellos son alargados es que está apuntado a otros y es seguro ponerse en pie y correr. Cuando se acortan, está girando para apuntar a Bobby Shaftoe…
Se ha arriesgado demasiado. Siente un dolor intenso en la parte baja derecha del abdomen. El grito de dolor es apagado por el barro y cieno cuando el peso de la malla y el casco lo lanzan de cabeza al suelo.
Quizá pierde la conciencia durante un rato. Pero no puede ser demasiado tiempo. El fuego continúa, lo que implica que no todos los marines están muertos. Shaftoe levanta la cabeza con dificultad, luchando contra el peso del casco, y ve un tronco que le separa de la ametralladora; un trozo de madera arrojado a la playa por la tormenta.
Puede correr hacia él o no. Decide correr. Está sólo a unos pasos. Comprende, a medio camino, que va a conseguirlo. Al fin fluye la adrenalina; se lanza con fuerza y cae en el refugio del gran tronco. Media docena de balas se hunden al otro lado, y arrojan sobre su cabeza una ducha de astillas fibrosas y húmedas. El tronco está podrido.
Shaftoe se ha metido en una especie de agujero, y no puede ver ni adelante ni atrás sin exponerse. No puede ver a los otros marines, sólo oírles gritar.
Se arriesga a echar un vistazo al nido de la ametralladora. Está bien oculto por la vegetación de la jungla, pero evidentemente situado en una cueva a unos veinte pies sobre el llano. él no está tan lejos de la base del acantilado: podría alcanzarlo con otra carrera. Pero trepar hasta allí sería un suicidio. Probablemente la ametralladora no pudiese apuntarle, pero pueden lanzarle granadas hasta el día del juicio final o, simplemente, acabar con él con armas peque?as cuando intente sujetarse.
Es, en otras palabras, hora de lanzar las granadas. Shaftoe se pone de rodillas, saca un tubo con rebordes de su bolsa de malla, lo apoya sobre el bozal. Intenta fijarlo, pero no puede girar la tuerca con las manos ensangrentadas. ?A qué listillo se le ocurrió usar una puta tuerca en ese contexto? No tiene sentido preocuparse de eso ahora. En realidad, hay sangre por todas partes, pero no siente dolor. Pasa los dedos por el suelo, los llena de arena y aprieta la tuerca.
De la bolsa tan práctica sale una granada de fragmentación Mark II, conocida también como la pina, y con algo más de búsqueda, saca el Adaptador de Proyección de Granadas, MI. Mete la anterior en este último, saca el seguro, lo deja caer, y luego desliza el Adaptador de Proyección de Granadas, Mi, armado y preparado, con su carga de fruta, sobre el tubo del lanzagranadas. Al fin: abre una caja de cartuchos especialmente marcada, busca entre Lucky Strikes rotos y doblados, encuentra un cilindro, un cartucho de munición sin carga, doblado en el extremo pero sin una bala de verdad. Carga algunos en la recámara del Springfield.
Se desliza junto al tronco para poder salir y disparar desde un punto inesperado de forma que no le arranquen la cabeza con la ametralladora. Finalmente levanta el dispositivo del profesor Franz de Copenhague en que se ha convertido su Springfield, clava la culata en la arena (en el modo lanzagranadas el retroceso te rompería la clavícula).
Apunta hacia el enemigo y le da al gatillo. El Adaptador de Proyección de Granadas, MI desaparece con un estallido terrible, dejando un rastro de piezas de ferretería ahora inútiles, como un alma que deja atrás su cuerpo. La pina se eleva hacia el cielo, dejando atrás incluso el mecanismo de seguridad, con el detonador químico ardiendo por lo que incluso tiene, cómo lo diría, una luz interior. Shaftoe ha apuntado bien. y la granada se dirige a dónde pretendía. Cree que es muy listo… hasta que la granada rebota, baja dando botes por el acantilado y vuela otro tronco podrido. Los nipos ya habían anticipado el plan de Bobby Shaftoe, por lo que han tendido una red o tela metálica.
Descansa con la espalda en el barro, mirando al cielo, repitiendo la palabra ?joder? una y otra vez. El tronco se agita como un todo, y algo similar a turba le llueve sobre la cara mientras las balas acaban con la madera podrida. Bobby Shaftoe dirige una plegaria al Todopoderoso y se prepara para una carga banzai.
Y entonces, el enloquecedor sonido de la ametralladora se detiene, reemplazado por el grito de un hombre. No reconoce la voz. Shaftoe se apoya en los codos y comprende que el grito viene de la cueva.
Levanta la vista y ve los enormes ojos azules de Enoch Root.