El Código Enigma

El aeroplano vira y da un lento giro alrededor del convoy. Shaftoe oye el sonido distante de los disparos. Flores negras estallan y se disuelven en el cielo a su alrededor. Comprende que los barcos intentan acertarles con fuego antiaéreo. Después el avión se eleva una vez más hacia el refugio de las nubes, y la oscuridad es casi completa.

 

Mira a Enoch Root por primera vez en un buen rato. éste vuelve a estar sentado en el rincón, leyendo con ayuda de una linterna. Tiene desplegados sobre el regazo un montón de papeles. Es el montón envuelto en plástico que Root sacó del maletín de Ethridge y metió en el traje de Gerald Hott. Shaftoe supone que el encuentro con el convoy y el fuego antiaéreo ha superado a Root y que volvió a sacar el paquete para echarle un vistazo.

 

Root levanta la vista y mira a Shaftoe a los ojos. No parece sentirse nervioso, ni culpable. Se muestra llamativamente calmado y tranquilo.

 

Shaftoe sostiene la vista durante un momento. Si hubiese la más mínima muestra de nerviosismo o culpa, denunciaría al capellán como espía alemán. Pero no la hay; Enoch Root no trabaja para los alemanes. Tampoco trabaja para los aliados. Trabaja para un Poder Superior. Shaftoe asiente imperceptiblemente, y la mirada de Root se suaviza.

 

—Están todos muertos, Bobby —le grita.

 

—?Quiénes?

 

—Los isle?os. Los que viste en la playa de Guadalcanal.

 

Así que eso explica por qué a Root le molestan tanto las bromas sobre saqueadores de cadáveres.

 

—Lo lamento —dice Shaftoe, acercándose para no tener que gritarse—. ?Cómo sucedió?

 

—Después de que volviésemos a mi caba?a, envié un mensaje a los jefes en Brisbane —dice Root—. Lo cifré usando un código especial. Les conté que había recogido a un marine raider, que parecía que podría sobrevivir, y que si podrían venir por favor a recogerlo.

 

Shaftoe asiente. Recuerda haber oído muchos puntos y rayas, pero entre la fiebre, la morfina y los remedios caseros que Root le había administrado no se enteraba de mucho.

 

—Bien, respondieron —siguió contando Root—, diciendo: ?No podemos ir hasta allí, pero tple importaría llevarlo a tal y tal sitio y encontrarse allí con otros marines raiders?? Lo que, como recordarás, es lo que hicimos.

 

—Sí-dijo Shaftoe.

 

—Hasta aquí bien. Pero cuando regresé a la caba?a después de entregarte, los nipones habían pasado por allí. Habían matado a todos los isle?os que pudieron encontrar. Quemaron la caba?a. Lo quemaron todo. Pusieron tantas trampas por todas partes que casi me matan. Apenas salí vivo de allí.

 

Shaftoe asiente, como sólo puede asentir alguien que ha visto a los nipos en acción.

 

—Me evacuaron a Brisbane, donde comencé a dar la lata con respecto a los códigos. ésa era la única forma en que pudieron encontrarme; era evidente que habían roto el código. Y después de dar bastante la lata, aparentemente alguien dijo: ?Eres británico, eres un sacerdote, eres médico, puedes manejar un rifle, conoces el código Morse, y lo más importante de todo, eres un jodido incordio… ?así que fuera!? Y lo siguiente que sé es que me encuentro en Argel dentro de un contenedor de carne.

 

Shaftoe aparta la vista y asiente. Root parece comprender el mensaje, que es que Shaftoe no sabe nada más de lo que ya sabe él.

 

Con el tiempo, Enoch Root vuelve a rehacer el paquete, dejándolo tal y como estaba. Pero no lo vuelve a colocar en el maletín. Lo mete en el traje de goma de Gerald Hott.

 

Más tarde vuelven a salir de entre las nubes, cerca de un puerto iluminado por la luna, y bajan hasta estar muy cerca del océano, yendo tan lento que incluso Shaftoe, quien no sabe nada sobre aviones, siente que están a punto de calar el motor. Abren la puerta lateral del Dakota y, uno-dos-tres-AHORA, lanzan el cuerpo del soldado de primera Gerald Hott al océano. Produce lo que sería una buena rociada en la piscina municipal de Oconomowoc, pero que en el océano no se nota demasiado.

 

Más o menos una hora más tarde, aterrizan el mismo Gooney Bird en una pista de aterrizaje en medio de un asombroso bombardeo aéreo. Abandonan el Skytrain en medio de la pista, cerca del otro C—47, y corren por entre la oscuridad, siguiendo a los pilotos británicos. Luego bajan por una escalera y se encuentran bajo tierra; en un refugio, para ser exactos. Ahora pueden sentir las bombas, pero no oírlas.

 

—Bienvenidos a Malta —dice alguien.

 

Shaftoe mira a su alrededor y ve que está rodeado por hombres vestidos con uniformes británicos y americanos. Los americanos le resultan conocidos: es el pelotón de marine raiders de Argel, que han venido volando en el otro Dakota. Los británicos le son desconocidos, y Shaftoe supone que son los hombres del SAS de los que le hablaron los tipos en Washington. Lo único que todos tienen en común es que cada hombre, en algún lugar de su uniforme, lleva el número 2702.

 

 

 

 

 

Confidencialidad

 

 

 

 

Avi se presenta puntual, conduciendo perezosamente su bastante bueno, pero no horriblemente ostentoso, deportivo nipon, que mete de un volantazo en un mosaico irregular de losetas de asfalto. Randy lo observa desde el segundo piso, mirando desde cincuenta pies casi en línea recta a través del techo solar. Avi lleva puestos los pantalones de un buen traje de un tejido apropiado para el trópico, una camisa de algodón hecha a mano, gafas oscuras de esquí y un sombrero de lienzo de alas anchas.

 

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