El Código Enigma

Los soldados están embutidos en el otro avión. El teniente Ethridge y Root están en éste, junto con el soldado de primera Gerald Hott y el sargento Bobby Shaftoe. El teniente Ethridge reclamó su derecho sobre todos los objetos blandos del avión, los dispuso formando un refugio, cerca de la cabina del piloto, y se ató. Durante un rato fingió trabajar con papeles. Luego intentó mirar por la ventana. Ahora se ha quedado dormido y ronca con tal estruendo que, no es broma, ahoga el ruido de los motores.

 

Enoch Root se ha incrustado en el fondo del fuselaje, donde es más estrecho, y lee dos libros a la vez. A Shaftoe le parece típico: supone que los libros dicen cosas completamente diferentes y el capellán estará obteniendo un gran placer enfrentándolos uno contra el otro, como esos tipos que ponen un tablero de ajedrez sobre una mesa giratoria para jugar contra sí mismos. Supone que cuando vives en una choza en lo alto de una monta?a rodeado por un montón de nativos que no hablan ninguna de la aproximadamente media docena de lenguas que tú conoces debes aprender a discutir contigo mismo.

 

Hay una fila de peque?as ventanillas cuadradas a cada lado del avión. Shaftoe mira por la derecha y ve monta?as cubiertas de nieve y se caga de miedo durante un momento pensando que se han perdido en los Alpes. Pero por la izquierda, todavía aparece el Mediterráneo, y con el tiempo da paso a protuberancias parecidas a la Torre del Diablo que se elevan desde el terreno de rocas y matorral, y luego no hay más que piedras y arena, o arena sin rocas. Arena amontonada aquí y allá, sin ningún orden en particular, formando dunas. ?Maldición, siguen en áfrica! ?Deberías poder ver leones, jirafas y rinocerontes! Shaftoe se adelanta para presentar una queja ante el piloto y el copiloto. Quizá puedan jugar juntos a las cartas. Quizá desde la parte delantera del avión se vea algo que valga la pena.

 

A todos los efectos, es rechazado en una amarga derrota. Comprueba inmediatamente que el proyecto de encontrar algo mejor que mirar no tiene sentido. Sólo hay tres cosas en todo el universo: arena, mar y cielo. Como marine, sabe lo aburrido que es el mar. Los otros dos son algo mejores. Hay una línea de nubes por delante de ellos: un frente de algún tipo. Eso es todo lo que hay.

 

Obtiene una idea general del plan de vuelo antes de que retiren la carta de vuelo y la aparten de su vista. Parece que intentan sobrevolar Túnez, lo que no deja de ser curioso, porque la última vez que lo comprobó, Túnez era territorio nazi: de hecho, el sostén de la presencia del Eje en el continente africano. El plan general de hoy parece ser cortar por los estrechos entre Bizerta y Sicilia y luego dirigirse al este hacia Malta.

 

Todos los suministros y refuerzos de Rommel vienen desde Italia atravesando esos dos mismos estrechos, y llegan hasta Túnez o Bizerta. Desde allí, Rommel puede atacar al este hacia Egipto o al oeste hacia Marruecos. En las semanas que han pasado desde que el Octavo Ejército Británico le dio una paliza en El-Alamein (que está mucho más al este, en Egipto), ha estado retrocediendo en dirección oeste hacia Túnez. Desde que los americanos desembarcaron en el noroeste de áfrica, hace pocas semanas, ha estado luchando contra un segundo frente al oeste. Y Rommel lo ha estado llevando muy bien, por lo que Shaftoe ha podido deducir al escuchar los comentarios estentóreos de los noticiarios cinematográficos, tan cargados de alegría siniestra, mientras se relataban los hechos anteriores.

 

Todo eso significa que bajo ellos un gran número de fuerzas deberían estar extendiéndose por el Sahara a la espera de entrar en combate. Quizás incluso se esté produciendo una batalla. Pero Shaftoe no ve nada. Sólo la línea amarilla ocasional lanzada por un convoy, una mecha de dinamita chisporroteando en medio del desierto.

 

Así que habla con los pilotos. Y hasta que percibe que se cruzan miradas entre sí no comprende que está pasando. Aquellos ?Asesinos? debían haber probado a matar a sus víctimas hablándoles hasta la muerte.

 

Jugar a las cartas está definitivamente descartado. Esos chicos ni siquiera quieren hablar. Prácticamente tiene que meterse allí y apoderarse de los mandos de control para obligarles a decir algo. Y cuando lo hacen, hablan de forma curiosa, y comprende que esos tipos no son tipos ni colegas. Son individuos. Sujetos. Camaradas. Son británicos.

 

El único otro detalle que aprecia en ellos, antes de rendirse y volverse a la zona de carga, es que van jodidamente armados hasta los dientes. Como si esperasen tener que matar a veinte o treinta personas en el camino del avión a la letrina y de vuelta. Bobby Shaftoe ha conocido a algunos de esos tipos paranoicos durante su servicio, y no le gustan demasiado. Esa forma de pensar le recuerda demasiado a Guadalcanal.

 

Encuentra un buen sitio en el suelo cerca del cuerpo del soldado de primera Gerald Hott y se tiende. La diminuta pistola que lleva al cinto le impide tenderse de espaldas, así que se la saca y se la mete en el bolsillo. Sólo sirve para trasladar el centro de la incomodidad al estilete de los marine raider que lleva sujeto de forma invisible entre los hombros. Comprende que va a tener que echarse de lado, lo que no va bien porque a un lado tiene un Colt semiautomático, en el que no confía, y en el otro, su propio revólver de seis balas de casa, en el que sí confía. Así que tiene que encontrar dónde guardarlos, junto con la munición, cargadores de repuesto y suministros de mantenimiento que los acompa?an. El cuchillo V—44 ?Gung Ho?, para abrirse paso en la jungla, partir cocos y decapitar nipos, que lleva atado en la pantorrilla izquierda, también desaparece, al igual que la Derringer que lleva en la otra pierna para mantener el equilibrio. Lo único que se queda con él son las granadas de los bolsillos delanteros, ya que no planea tenderse sobre el estómago.

 

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