Estamos a principios de noviembre de 1942, y están sucediendo una cantidad absolutamente increíble de cosas, todas a la vez, en todas partes. Ni el mismísimo Zeus sería capaz de llevar la cuenta, ni siquiera movilizando a las cariátides (decidles que no importa lo que dijimos, que abandonen sus cargas). Con los templos desmoronándose por todas partes, como catalejos, enviaría a esas cariátides, y a cualquier náyade y dríade a la que pudiese presionar (a la escuela de bibliotecarias, les daría visores verdes, las vestiría con el remilgado uniforme asexual del SAAPO, Servicio de Administración y Archivo de la Perspectiva Olímpica, y las pondría a trabajar rellenando fichas de tres por cinco durante todo el día). Emplearían parte de esa firmeza de la que se jactan las cariátides para atender las máquinas de tarjetas Hollerith y los lectores de tarjetas ETC. Incluso así, Zeus seguiría sin poder manejar la situación. Estaría tan cabreado que ni siquiera sabría a que hubrísticos mortales fulminar con el rayo, ni a que chicas de calendario o a que guapos soldaditos molestar.
Lawrence Pritchard Waterhouse es ahora mismo tan olímpico como cualquiera. Roosevelt, Churchill y algunos más en la lista Ultra Mega tienen el mismo acceso, pero tienen otras preocupaciones y distracciones. No pueden vagar por la capital del flujo de datos del planeta, mirando por encima de los hombros de los traductores y leer los textos descifrados a medida que salen, golpe-golpe-golpe, de las máquinas de cifrado Typex. No pueden seguir a voluntad los hilos concretos de la narrativa global, corriendo de un barracón a otro, estableciendo conexiones a base de fragmentos, incluso a medida que las WREN del barracón 11 tienden cables de una bombe a otra, tejiendo una red para capturar los mensajes de Hitler mientras se mueven por el éter.
Aquí tenemos algunas de las cosas que Waterhouse conoce: se ha ganado la batalla de El-Alamein, y Montgomery persigue a Rommel hacia el oeste por la región Cirenaica a lo que parece una velocidad endemoniada, llevándole de vuelta al distante punto fuerte del Eje en Túnez. Pero no es la derrota total que parece. Si Monty comprendiese la importancia de la información de inteligencia que llega por el canal Ultra, podría ejecutar movimientos decisivos, para rodear y capturar grandes grupos de italianos y alemanes. Pero no es así, y por tanto Rommel ejecuta una retirada ordenada, preparándose para luchar un día más, y el laborioso Monty es debidamente insultado en la sala de control de Bletchley Park por ese fallo en explotar sus preciosas pero perecederas gemas de inteligencia.
El mayor desembarco de la historia se acaba de producir en el noroeste de áfrica. Se llama Operación Antorcha, y va a atacar a Rom-mel por detrás, sirviendo de yunque para el martillo de Montgomery o, si Monty no acelera un poco el paso, puede que sea al revés. Parece estar brillantemente organizada, pero en realidad no es así; es la primera vez que los americanos se aventuran seriamente en el Atlántico y en esos barcos van metidas muchas cosas, incluso un montón de tipos de inteligencia que asaltan teatralmente las playas como si fuesen marines. Incluido también en el desembarco está el contingente americano del Destacamento 2702, un grupo escogido a dedo de duros veteranos del combate.
Algunos de esos marines aprendieron lo que saben en Guadalca-nal, una isla básicamente inútil del suroeste del Pacífico donde el Imperio de Nipón y los Estados Unidos se disputan —con rifle— el derecho mutuo a construir una base aérea. Los informes preliminares parecen indicar que el Ejército Nipón, durante su extenso paseo por el este de Asia, ha perdido su fuerza. Parece que violar a toda la población femenina de Nanjing y matar a bayoneta a los indefensos habitantes de Filipinas no se traduce en verdadera competencia militar. El Ejército de Nipón sigue intentando inventar alguna forma de matar, digamos, a un centenar de marines norteamericanos sin perder, digamos, quinientos de sus propios soldados.
La Marina japonesa es un asunto totalmente diferente: ellos sí que saben lo que hacen. Tienen a Yamamoto. Tienen torpedos que estallan de verdad al chocar con el blanco, en claro contraste con los modelos norteamericanos que se limitan a rascar la pintura de los barcos japoneses y luego se hunden disculpándose. Yamamoto acaba de realizar otro intento de eliminar la flota norteamericana de las islas de Santa Cruz, hundió el Hornet y le abrió un buen agujero al Enterprise. Pero perdió un tercio de sus aviones. Observando cómo los japoneses acumulan pérdidas, Waterhouse se pregunta si alguien en Tokio habrá pensado en coger un abaco y calcular las cifras de eso que llaman Segunda Guerra Mundial.
Los Aliados han hecho sus propios cálculos, y se han cagado de miedo. Ahora mismo hay un centenar de submarinos alemanes en el Atlántico, que operan en su mayoría desde Lorient y Burdeos, y aniquilan a los convoyes del Atlántico Norte con tal eficacia que no se trata siquiera de ?combate?, sino más bien de una carnicería al nivel de la del Lusitania. Van camino de hundir como un millón de toneladas sólo este mes, lo que Waterhouse no consigue acabar de comprender. Intenta concebir una tonelada como más o menos el equivalente a un coche, y luego intenta imaginar a Estados Unidos y Canadá yendo al centro del Atlántico y arrojando sin más un millón de coches al océano… sólo en noviembre. ?Vaya!
El problema es Tiburón.
Los alemanes lo llaman Tritón. Es un nuevo sistema de cifrado usado en exclusiva por la Marina. Es una máquina Enigma, pero no la habitual de tres rotores. Hace unos a?os los polacos descubrieron cómo descifrar la antigua y Bletchley Park industrializó el proceso. Pero hace más de un a?o, se capturó un submarino alemán en la costa sur de Islandia y fue examinado a fondo por los hombres de Bletchley. Encontraron una caja Enigma con nichos para cuatro —no tres— rotores.
Cuando la Enigma de cuatro rotores entró en servicio el uno de febrero, todo el Atlántico quedó en la oscuridad. Alan y los demás han estado examinando el problema desde entonces. Lo malo es que no saben cómo se conecta el cuarto rotor.