El Código Enigma

?… mantenerse al margen de la interferencia gubernamental.? Randy no puede creer lo que oye. Si el sultán fuese un hacker desali?ado que estuviese hablando a una sala llena de criptoanarquistas sería una cosa. Pero el sultán es el gobierno, por el amor de dios, y la sala está llena de miembros con carné del establishment.

 

?Como esos chinos de aspecto temible! ?Quién co?o son? Nadie podría convencer a Randy de que de algún modo no están relacionados con el gobierno chino.

 

—Los cuellos de botella no son más que una de las barreras estructurales para la creación de un ciberespacio libre, soberano e independiente de la situación geográfica —sigue diciendo el sultán con total alegría.

 

??Soberano??

 

—El otro es el conjunto heterogéneo de leyes, y en realidad de sistemas legales, para tratar la intimidad, la libre expresión y las telecomunicaciones.

 

Aparece otro gráfico. Cada país de un color, tono y dibujo según un esquema de complejidad amenazadora. Una compleja leyenda al fondo intenta bastante tontamente explicarla. Migra?a instantánea. ésa es, por supuesto, la idea.

 

—La política de cualquier sistema legal con respecto a la intimidad es, normalmente, el resultado de cambios peque?os producidos durante siglos por tribunales y cuerpos legislativos —dice el sultán—. Con todos los respetos, sólo una parte peque?a es relevante para las preocupaciones modernas de intimidad.

 

Vuelve la luz, el sol entra alegre por los ventanales, las pantallas desaparecen silenciosas en el techo y todos se sorprenden ligeramente al ver que el sultán está en pie. Se aproxima a un tablero de Go enorme y (por supuesto) recargado y de aspecto caro, cubierto con una serie compleja de piedras blancas y negras.

 

—Quizá pueda hacer una analogía con el Go, aunque el ajedrez nos valdría igual. Dada nuestra historia, los kinakuteses estamos bien versados en ambos juegos. Al comienzo del juego, las piezas están dispuestas de una forma que es simple y fácil de comprender. Pero el juego progresa. Los jugadores toman peque?as decisiones, turno a turno, cada decisión razonablemente simple por sí misma, y realizada por buenas razones que incluso un novato puede comprender. Pero después de muchos turnos, la estructura desarrolla tal complejidad que sólo las mejores mentes, o los mejores ordenadores, pueden comprenderla. —El sultán mira pensativo el tablero de Go mientras habla. Levanta la vista y comienza a establecer contacto visual por toda la sala—. La analogía está clara. Nuestras políticas relativas a la libertad de expresión, telecomunicaciones y criptografía han evolucionado a través de una serie de decisiones simples y racionales. Pero hoy en día son tan complejas que nadie puede comprenderlas, incluso en un único país, por no decir nada de todos los países en su conjunto.

 

El sultán hace una pausa y camina meditabundo alrededor del tablero de Go. A estas alturas los invitados han renunciado en su mayoría a los asentimientos obsequiosos y las notas. Ahora nadie es táctico, todos escuchan con genuino interés, preguntándose qué va a decir a continuación.

 

No dice nada. En lugar de eso, pasa un brazo sobre el tablero y, con un movimiento rápido, barre todas las piedras. Llueven sobre la alfombra, se deslizan sobre la piedra pulida, traquetean sobre la mesa.

 

Se produce un silencio de unos quince segundos. El sultán se muestra pétreo. Luego, de pronto, se alegra.

 

—Es hora de empezar de nuevo —dice—. Algo muy difícil de hacer en un gran país, donde las leyes las escriben cuerpos legislativos, las interpretan los jueces atados por viejos precedentes. Pero estamos en el sultanato de Kinakuta y yo soy el sultán y yo digo que aquí la ley debe ser muy simple: libertad total de información. Por la presente, abdico todos los poderes gubernamentales sobre el flujo de datos a través y dentro de mis fronteras. Bajo ninguna circunstancia ninguna parte de este gobierno fisgará en el flujo de información, o empleará su poder para restringir tal flujo. Esta es la nueva ley de Kinakuta. Les invito, caballeros, a hacer lo que puedan con ella. Gracias.

 

El sultán se da la vuelta y deja la sala entre una ovación solemne. éstas son las reglas, chicos. Ahora, corred y jugad.

 

El doctor Mohammed Pragasu, el ministro de Información de Kinakuta, se levanta ahora de su silla (que, naturalmente, se encuentra a la derecha del trono del sultán) y toma la palabra. Su acento es casi tan americano como británico el del sultán; estudió en Berkeley y obtuvo el doctorado en Stanford. Randy conoce a varias personas que trabajaron y estudiaron con él durante esos a?os. Según ellos, Pragasu raramente se presentaba a trabajar vistiendo algo que no fuese una camiseta y unos vaqueros, y mostraba un gran apetito por la cerveza y la pizza como cualquier otro no Mohammed. Nadie tenía ni idea de que era primo segundo del sultán, ni de que, por sí mismo, valía algunos centenares de millones.

 

Pero eso fue hace diez a?os. En la historia reciente, en sus tratos con Epiphyte Corp., se ha presentado mejor vestido, con mejor comportamiento, pero estudiadamente informal: tuteo, por favor. Al doctor Pragasu le gusta que le llamen Prag. Todas las reuniones han comenzado con un intercambio desinhibido de los chistes más recientes. Luego Prag pregunta por sus antiguos compa?eros de estudios, que en su mayoría ahora trabajan en Silicon Valley. Pide consejo sobre las últimas y más codiciadas acciones tecnológicas, rememora durante unos minutos la época salvaje que pasó en California, y luego a los negocios.

 

Hasta ahora, ninguno de ellos ha visto a Prag en su verdadero elemento. Es algo difícil mantener el rostro serio, como si un viejo compa?ero de colegio hubiese alquilado un traje, falsificado un carné de identidad y ahora estuviese bromeando en una estirada reunión de negocios. Pero el porte del doctor Pragasu es tan solemne que resulta impresionante, tendiendo a lo opresivo.

 

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