El Código Enigma

El objeto le hipnotiza, simplemente por su brillo y belleza frente al apagado y basto basalto, incluso antes de que su mente lo identifique como un lingote de oro sólido.

 

Es un pisapapeles cojonudo, lo que está bien, porque si la capilla tiene algo son corrientes de aire, y el contenido importante de la caja consiste en hojas de papel cebolla que salen volando bajo la brisa más tenue. Las páginas están pautadas con pálidas líneas horizontales y verticales, que dividen cada una de las hojas en una rejilla, y las rejillas están llenas de letras escritas a mano en grupos de a cinco.

 

—?Bien, mira lo que ha encontrado! —dice una voz tranquila. Waterhouse levanta la vista para enfrentarse a la inquietante mirada de calma y tranquilidad de Enoch Root.

 

—Sí. Mensajes cifrados —dice Waterhouse—. No es Enigma.

 

—No —dice Root—. Me refería a la Raíz de Todos los Males, esto. —Intenta coger el lingote de oro, pero se le resbala entre los dedos. Lo coge con mayor firmeza y lo separa del altar. Algo le llama la atención y lo mueve bajo una de las luces eléctricas, frunciendo el ce?o al mirarlo con la concentración crítica de un cortador de diamantes.

 

—Tiene grabados caracteres Hanzi —dice Root.

 

—?Perdone?

 

—Chinos o japoneses. No, chinos, aquí está la marca de un banco en Shanghai. Y hay algunas cifras, la pureza y el número de serie. —Demuestra un inesperado conocimiento sobre esas cosas tratándose de un sacerdote misionero.

 

Hasta este momento, el lingote de oro no ha significado nada para Waterhouse; no es más que una muestra grande de un elemento químico, como una plomada o un frasco de mercurio. Pero el hecho de que pueda transmitir información es bastante interesante. Definitivamente tiene que ponerse en pie y echarle un vistazo. Root tiene razón: el lingote ha sido cuidadosamente marcado con peque?os caracteres orientales, aplicados con un sello. Las diminutas facetas de los ideogramas relucen bajo la luz, y hacen destellar el hueco entre las dos mitades del eje.

 

Root deja el lingote sobre el altar. Se dirige a la mesa donde tienen el papel y coge una hoja de papel cebolla y un lápiz. De nuevo en el altar, pone la frágil página sobre el lingote y luego le pasa por encima el lápiz, volviéndola completamente negra excepto allí donde hay números y caracteres. En unos momentos tiene una muestra perfecta de la inscripción en todo detalle. Dobla la hoja y se la mete en el bolsillo, devuelve el lápiz a la mesa.

 

Waterhouse hace tiempo que ha vuelto al examen de las hojas de la caja. Los números han sido escritos todos por la misma mano. Ahora bien, como sacaron muchos otros papeles de entre las aguas que anegaban el camarote del capitán del submarino, Waterhouse puede reconocer su letra con facilidad: otra persona escribió las hojas.

 

El formato del mensaje deja bien claro que no se cifró con una máquina Enigma. Los mensajes Enigma siempre se inician con dos grupos de tres letras cada uno, que le indican al receptor cómo situar los rotores de su máquina. Esos grupos faltan en todas las hojas, así que debe haberse usado algún otro sistema de cifrado. Como cualquier otra nación moderna, Alemania dispone de una plétora de sistemas de cifrado diferentes, algunos basados en libros y otros en máquinas. Bletchlev Park ha roto la mayoría de ellos.

 

Aun así, parece un ejercicio interesante. Ahora que ha llegado el resto del Destacamento 2702, lo que hace imposible posteriores citas con Margaret, Waterhouse no tiene nada que hacer. Intentar romper el código empleado en esas hojas será el puzzle perfecto para llenar el amplio vacío abierto tan pronto como Waterhouse rompió la combinación de la caja. Roba un poco de papel para sí, se sienta frente al escritorio y se ocupa durante una o dos horas en copiar el texto cifrado de las páginas del capitán, comprobando por duplicado y triplicado cada uno de los grupos para asegurarse de que tiene una copia exacta.

 

Por una parte, es un verdadero incordio. Por otra, le da una oportunidad de repasar a mano el texto cifrado, en el nivel más bajo posible, lo que podría serle útil luego. El talento inefable de encontrar estructuras en el caos no puede actuar a menos que se sumerja primero en el caos. Si contiene ciertas estructuras, no las aprecia ahora mismo, por cualquier método racional. Pero puede que haya alguna parte subracional de su mente que se pueda poner a trabajar, ahora que las letras han pasado frente a sus ojos y a través del lápiz, y puede que, de pronto, le presente una pista envuelta para regalo —o incluso una solución— dentro de unas semanas cuando se esté afeitando o esté moviendo la antena.

 

Desde hace un rato es ligeramente consciente de que Chattan y los otros están despiertos. No se permite la entrada de soldados en el presbiterio, pero los oficiales se reúnen allí para admirar el lingote de oro.

 

—?Rompiendo el código, Waterhouse? —dice Chattan, acercándose tranquilamente al escritorio mientras se calienta las manos con una taza de café.

 

—Haciendo una copia en limpio —dice Waterhouse y luego, porque no carece de algo de astucia, a?ade—: por si el original resulta destruido en el trayecto.

 

—Muy prudente —admite Chattan—. Dígame, no escondería un segundo lingote de oro, ?verdad?

 

Waterhouse lleva el tiempo suficiente entre militares para no morder el anzuelo.

 

—La serie de sonidos emitidos cuando agitamos la caja de un lado a otro indicaba que no había más que un objeto pesado en su interior, se?or.

 

Chattan ríe y toma un sorbo de café.

 

—Me interesará ver si puede romper el cifrado, teniente Waterhouse. Estoy tentado de apostar dinero.

 

—Se lo agradecería, pero sería una mala apuesta, se?or —contesta

 

Waterhouse—. Es muy probable que Bletchley Park ya haya roto este código, sea cual sea.

 

—?Qué le hace decir tal cosa? —pregunta Chattan con voz ausente.

 

La pregunta es tan tonta viniendo de un hombre en la posición de Chattan que Waterhouse se queda desorientado.

 

—Se?or, Bletchley Park ha roto casi todos los códigos militares y gubernamentales de los alemanes.

 

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