?Escupa, por favor.?
?Salvado por la campana! Han llegado a la planta baja. Las puertas del ascensor se abren para mostrar el vestíbulo de mármol en peligro del Foote Mansión. Los botones, disfrazados de pasteles de boda, se deslizan de un lado a otro como si estuviesen montados sobre posavasos. A menos de diez pies se encuentra Avi, y acompa?ándoles se encuentran dos bonitos trajes de los que sobresalen las cabezas de Eb y John. Las tres cabezas se vuelven hacia él. Al ver al Dentista, Eb y John adoptan las expresiones faciales de actores de serie B cuyos personajes acabasen de recibir sendas balas en medio de la frente. Avi, al contrario, se endereza como un hombre que hubiese pisado un clavo oxidado hace una semana y ahora empezase a sentir los primeros síntomas del tétanos que con el tiempo le romperá la médula espinal.
—Tenemos por delante un día ajetreado —dice Randy—. Supongo que mi respuesta es sí, según disponibilidad.
—Bien. Me comunicaré con usted —dice el doctor Kepler, y sale del ascensor—. Buenos días, se?or Halaby. Buenos días, doctor Fóhr. Buenos días, se?or Cantrell. Me alegra verles con aspecto de caballeros.
?Me alegra verles actuar como tales.?
—El placer es nuestro —dice Avi—. Asumo que le veremos más tarde.
—Oh, sí —dice el Dentista—, me verá durante todo el día. —?Me temo que este procedimiento llevará todo el día.? Les da la espalda y atraviesa el vestíbulo sin más cumplidos. Se dirige hacia un grupo de sillones de cuero ocultos por una explosión de extra?as flores tropicales. Los ocupantes de esos sillones son en su mayoría jóvenes y van elegantemente vestidos. Se ponen en marcha cuando su jefe se acerca a ellos. Randy cuenta tres mujeres y dos hombres. Es evidente que uno de los hombres es un gorila, pero las mujeres —a las que se las califica inevitablemente de parcas, furias, gracias, nornas o harpías— se rumorea que tienen entrenamiento de guardaespaldas y que también llevan armas.
—?Quiénes son ésas? —pregunta Cantrell—. ?Sus higienistas?
—No te rías —dice Avi—. Cuando practicaba la medicina, se acostumbró a tener un equipo de mujeres para hacer las tareas rutinarias. Dio forma a su paradigma.
—?Estás de cofia? —pregunta Randy.
—Ya sabes cómo es —dice Avi—. Cuando vas al dentista, en realidad nunca ves al dentista, ?no? Es otra persona la que te atiende. Luego está la élite de mujeres muy eficientes que raspan la placa, para que el dentista no tenga que encargarse de ella, y sacan las radiografías. El dentista en sí se sienta en algún otro sitio y mira las radiografías… trata contigo como si fueses una imagen de color gris abstracta sobre un pedacito de plástico. Si ve agujeros, se pone en marcha. Si no, sale y habla un ratito contigo antes de mandarte a casa.
—Ya, ?y qué hace aquí? —exige saber Eberhard Fórh.
—?Exacto! —dice Avi—. Cuando entra en la habitación, nunca sabes a qué viene… a hacerte un agujero en el cráneo, o sólo a hablar de sus vacaciones en Maui.
Todos los ojos se vuelven hacia Randy.
—?Qué pasó en el ascensor?
—Yo… ?nada! —suelta Randy.
—?Hablasteis del proyecto de Filipinas?
—Se limitó a decir que quería hablarme de él.
—Bien, mierda —dice Avi—. Eso significa que nosotros tenemos que discutirlo primero.
—Eso ya lo sé —dice Randy—, así que le dije que podría hablar con él si tengo un momento libre.
—Bien, entonces será mejor que nos aseguremos de que hoy no tengas ni un momento libre —dice Avi. Piensa durante un momento y a?ade—: ?En algún momento se metió la mano en el bolsillo?
—?Por qué? ?Esperas que saque un arma?
—No —dice Avi—, pero alguien me comentó en una ocasión que el Dentista lleva un micrófono.
—?Cómo un informador policial? —pregunta John con incredulidad.
—Exacto —dice Avi, como si no tuviese importancia—. Tiene el hábito de llevar una grabadora digital diminuta, del tama?o de una caja de cerillas, en el bolsillo en todo momento. Quizá no. En todo caso, nunca sabes si te está grabando.
—?No es ilegal o algo así? —pregunta Randy.
—No soy abogado —dice Avi—. Lo que es más importante, no soy un abogado de Kinakuta. Pero no tendría importancia en una demanda civil… si nos pusiese un litigio, podría presentar cualquier tipo de prueba.
Juntos atraviesan el vestíbulo. El Dentista está plantado en el mármol, con los brazos cruzados sobre el pecho, apuntando al suelo con la barbilla mientras absorbe la información de sus ayudantes.
—Puede que se llevase la mano al bolsillo. No lo recuerdo —dice Randy—. No importa. Fue extremadamente general. Y breve.
—Aún así, podría someter la narración a un análisis de estrés de voz, para descubrir si mentías —comenta John. Le encanta la paranoia de la situación. Se encuentra en su elemento.
—No hay nada de qué preocuparse —dice Randy—, la interferí.
—?La interferiste? ?Cómo? —pregunta Eb, sin apreciar la ironía en la voz de Randy. Eb parece sorprendido e interesado. Está claro por la expresión de su cara que Eb desea mantener una conversación que trate sobre algo esotérico y técnico.
—Es una broma —le explica Randy—. Si el Dentista analiza la grabación, sólo encontrará estrés en mi voz.
Avi y John ríen complacientes. Pero Eb parece abatido.
—Oh —dice éste—. Estaba pensando que podríamos interferir ese dispositivo si quisiésemos.
—Una grabadora no usa radio —dice John—. ?Cómo podríamos interferiría?