—No —dice el oficial británico—. Sólo una caja de material médico. Debería andar flotando por aquí.
—?Se?or! ?Sí, se?or! —dice Shaftoe y desaparece de la habitación. Regresa un minuto más tarde sosteniendo un estetoscopio alemán sobre la cabeza para mantenerlo limpio. Se lo lanza al otro lado del camarote a Waterhouse, quien lo atrapa en el aire, se lo pone en los oídos, y mete el extremo en el agua hacia la caja fuerte.
Ya lo ha hecho antes, como ejercicio. Los ni?os obsesionados con las cerraduras con frecuencia crecen para convertirse en adultos obsesionados con la criptografía. El jefe de la tienda de ultramarinos en Moorhead, Minnesota, dejaba que el joven Waterhouse jugase con la caja fuerte. Rompió la combinación, para gran sorpresa del jefe, y escribió sobre la experiencia para la escuela.
Esta caja fuerte es mucho mejor de lo que era la otra. Como de todas formas no puede ver el dial, cierra los ojos.
Es vagamente consciente de que los otros tipos en el submarino llevan un rato gritando y haciendo algo, como si hubiese llegado alguna noticia sensacional. Quizás haya terminado la guerra. Luego siente como le arrancan el estetoscopio. Abre los ojos para ver al sargento Shaftoe llevándoselo a la boca como si fuese un micrófono. Shaftoe le mira con frialdad y le habla al estetoscopio.
—Se?or, torpedos en el agua, se?or. —A continuación Shaftoe sale corriendo y deja a Waterhouse solo en el camarote.
Waterhouse está como a medio camino subiendo la escalerilla de la torrecilla, mirando un disco de cielo gris negruzco, cuando la nave entera se estremece y retumba. Un pistón de aguas residuales se levanta debajo de él y le envía hacia arriba, vomitándole sobre la cubierta del submarino, donde sus camaradas le agarran y con gran consideración le impiden caer rodando al agua.
El movimiento del U—553 con las olas ha cambiado. Ahora se mueve mucho más, como si estuviese a punto de escapar del arrecife.
Waterhouse precisa de un minuto para recuperar la compostura. Empieza a pensar que es posible que haya sufrido algún da?o. Algo definitivamente va mal con su brazo izquierdo, sobre el que acaba de aterrizar.
Les barren unas luces potentes: un reflector de la torpedera británica que les ha traído aquí. Los marineros británicos lanzan una maldición. Waterhouse se apoya sobre el codo bueno y observa a lo largo del casco del submarino, siguiendo el rayo del reflector hasta ver algo grotesco. El submarino ha sido alcanzado justo bajo la línea de flotación, fragmentos del casco se despegan de la herida y salen disparados por el aire como metralla. El asqueroso contenido del casco fluye, ti?endo el Atlántico de negro.
—?Mierda! —dice el sargento Shaftoe. Se libera de una mochila peque?a pero de aspecto pesado con la que ha estado cargando, y la abre. Esa actividad súbita llama la atención de los hombres de la Marina Real que le ayudan apuntando las linternas hacia sus manos frenéticas.
Waterhouse, que para entonces podría estar sufriendo de delirio, no puede creer lo que ve: Shaftoe acaba de sacar un haz de cilindros de un marrón amarillento, tan gruesos como un dedo y de unas seis pulgadas de largo. También saca algunos elementos peque?os, incluido un carrete de cordón grueso y rojo. Se pone en pie de forma tan decisiva que casi tira a alguien, corre hacia la torrecilla y baja la escalerilla.
—?Jesús! —dice un oficial—, va a volarla. —El oficial lo medita durante un corto periodo de tiempo; el movimiento del submarino con las olas es aterrador y el sonido rasgado indica que podría estar saliéndose del arrecife—. ?Abandonen la nave! —grita.
La mayoría pasan al ballenero. Waterhouse es enviado de nuevo por el carrito. Está a medio camino hacia el torpedero cuando siente, pero apenas oye, un estremecimiento agudo.
Durante el resto del camino realmente no puede ver nada, e incluso después de regresar a la corbeta, todo es confusión, y alguien llamado Enoch Root insiste en llevarle abajo y curarle la cabeza y el brazo. Waterhouse no sabía hasta ahora que se había hecho da?o en la cabeza, lo que no deja de ser razonable, en tu cabeza es donde conoces las cosas, y si sufre da?os, ?cómo vas a saberlo?
—Le darán por lo menos un Corazón Púrpura por esto —dice Enoch Root. Lo dice con una muy clara falta de entusiasmo, como si los Corazones Púrpura no pudiesen importarle menos, pero es bastante condescendiente pensar que eso animará a Waterhouse—. Y para el sargento Shaftoe probablemente venga otro adorno importante, maldito sea.
Morphium
Shaftoe sigue viendo la palabra cuando cierra los ojos. Sería mucho mejor si prestase atención al asunto que tiene entre manos: poner cargas de demolición alrededor de los escudetes que unen la caja fuerte al submarino.
MORPHIUM. Así está escrito en una etiqueta amarillenta de papel. La etiqueta está pegada a una botellita de vidrio. El color del vidrio es el mismo púrpura oscuro que ves cuando una luz potente te ha deslumhrado los ojos.
Harvey, el marinero que se ha ofrecido voluntario para ayudarle, ilumina continuamente los ojos de Shaftoe con la linterna. Es inevitable; Shaftoe está metido en una posición extremadamente delicada bajo la caja fuerte, trabajando con las cargas, intentado colocar los cebadores con dedos viscosos ya desprovistos de calor y fuerza. No sería siquiera posible si no hubiesen torpedeado el submarino; antes, el camarote estaba medio lleno de aguas malolientes y la caja fuerte estaba hundida. Ahora se ha vaciado convenientemente.
Harvey no está metido en nada; ha salido disparado por el paroxismo del submarino, que se comporta como un tiburón varado que intenta de forma estúpida pero violenta liberarse del arrecife. El rayo de la linterna se cruza continuamente sobre los ojos de Shaftoe. Shaftoe parpadea y ve un cosmos púrpura: diminutas botellitas púrpura que dicen MORPHIUM.
—?Me cago en Dios! —grita.
—?Va todo bien, sargento? —dice Harvey.