El pegamento parece ámbar defectuoso, con fallos y burbujas, pero aun así hermoso. Enciende el peque?o soplete y pasa la llama por uno de sus extremos. El pegamento se ablanda, se derrite y gotea sobre la puerta de la caja, cerca del disco, formando un peque?o charco del tama?o de un dólar de plata.
Actuando con rapidez, Waterhouse sitúa en el charco dos hojas de afeitar, hojas que peligrosamente miran hacia arriba, paralelas y a algo menos de una pulgada de distancia. Las sostiene durante unos momentos mientras el metal helado de la caja fuerte absorbe el calor del pegamento y lo vuelve a endurecer. Ha usado un par de palillos de dientes para asegurarse de que los bordes romos de las hojas no tocan la puerta de la caja; no quiere que haya conexión eléctrica entre ellas.
Suelda un cable a cada una de las hojas de afeitar y lleva los cables hasta el altar, donde está la radio. Luego toma un peque?o fragmento de carbono y lo coloca sobre las hojas, formando un puente sobre ellas.
Abre la parte de atrás de la radio y cambia algunos cables. En su mayor parte, ya están configurados tal y como los necesita; básicamente busca algo que convierta impulsos eléctricos en sonido y que envíe el sonido a los auriculares? que es lo que hace una radio. Pero la fuente de la se?al ya no es un transmisor a bordo de un submarino, sino la corriente que fluye por uno de los cables de Waterhouse, hasta la hoja de afeitar izquierda, atraviesa el puente de carbono, llega a la hoja derecha y regresa por el otro cable.
Le lleva algo de tiempo que todo esté tal y como quiere. Cuando se mete en un callejón sin salida y se frustra, va y mueve la antena durante un rato, fingiendo seguir un submarino. Luego se le ocurre una idea y vuelve al trabajo.
En algún momento del alba oye un chillido por los auriculares: un par de cálices de baquelita conectados por algo parecido a un primitivo instrumento quirúrgico, unidos a la radio con un par trenzado de cables negros y rojos. Baja el volumen y se pone los auriculares.
Alarga la mano, toca la caja con la yema de un dedo y oye un ruido sordo y doloroso en los oídos. Desliza la yema sobre la superficie fría de metal y oye un sonido áspero. Cualquier vibración hace que el puente de carbono tiemble sobre las hojas de afeitar, abriendo y cerrando la conexión, modulando la corriente eléctrica. Las hojas y el carbono forman un micrófono, y el micrófono funciona, casi demasiado bien.
Aparta la mano de la caja y se sienta a escuchar durante un rato. Puede oír las pisadas de los eskerries recorriendo las raciones del destacamento. Puede oír el impacto de las olas en la costa, a millas de distancia, y el golpe de las ruedas lisas del Taxi en los baches de la Carretera. ?Suena a que el Taxi tiene un peque?o problema de alineación! Puede oír el restregar, restregar de Margaret limpiando el suelo de la cocina, y unas ligeras arritmias en los latidos de los soldados, y el retumbar de los glaciares que se desmoronan en la costa de Islandia, y el zumbido de ardilla de las apresuradas hélices de los convoyes que se aproximan. Lawrence Pritchard Waterhouse está conectado al Universo de un modo que excede incluso lo que Bletchley Park puede ofrecer.
El centro de ese universo en particular es la Caja Fuerte del U—553, y su eje e atraviesa el centro del Disco, y ahora Waterhouse le ha puesto la mano encima. Pone el volumen al mínimo antes de tocar nada para no hacer estallar sus oídos. El Disco gira pesado pero con facilidad, como si estuviese montado sobre cojinetes de gas. Aun así, hay una fricción mecánica que no es perceptible para los dedos congelados de Waterhouse, pero que sale de los auriculares como un deslizamiento rocoso.
Cuando el seguro se mueve, parece como si Waterhouse estuviese dándole al cerrojo principal de la Puerta del Infierno. Le lleva un poco de tiempo, y algunos comienzos en falso, descubrir dónde está; no sabe cuántos números tiene la combinación, o en qué dirección debe girar el disco. Pero experimentando un poco, comienza a aparecer una estructura, y con el tiempo deduce la siguiente combinación: 23 derecha, 37 izquierda, 7 derecha, 31 izquierda, 13 derecha y luego se produce un chasquido realmente potente y sabe hasta la médula que puede quitarse los auriculares. Da la vuelta a una ruedecilla montada cerca del disco. Eso retira los pestillos que han mantenido cerrada la puerta. La abre, con cuidado para no cortarse la mano con las hojas de afeitar, y mira al interior.
La sensación de decepción que acompa?a a ese acto no tiene nada que ver con el contenido de la caja. Siente decepción porque ha resuelto el problema, y ha regresado al estado base de aburrimiento e irritación de bajo nivel que siempre le asalta cuando no está haciendo algo que es preciso hacer intrínsecamente, como abrir una combinación o romper un código.
Mete el brazo hasta el fondo de la caja y encuentra un objeto de metal como del tama?o de un panecillo de perrito caliente. Sabía que estaría allí, porque, como ni?os que investigasen un regalo envuelto los días previos a Navidad, han estado agitando la caja de un lado a otro, y al hacerlo oyeron algo deslizándose de un lado a otro —haciendo tin, ton, tin, ton— y se preguntaron qué sería.
El objeto está tan frío, y absorbe con tanta eficacia el calor de su mano, que le duele al tocarlo. Agita la mano para recuperar la circulación, luego agarra el objeto, lo saca con rapidez y lo tira sobre el altar. Rebota una vez, dos, con un movimiento oscilante, y ta?e al hacerlo; lo más cercano a un sonido musical que ha agitado el aire de la capilla desde hace siglos. Reluce llamativamente bajo las luces eléctricas que han montado alrededor del presbiterio. La luz brillante llama la atención de Waterhouse, que ha estado viviendo en el gris y nublado Qwghlm durante semanas, vistiendo y durmiendo en cosas que son negras, caqui J verde oliva.