El Código Enigma

—Y por esa razón sólo llevo a buen ritmo lo de esos routers. Y por cierto, son buenos routers, pero no tienen la capacidad suficiente para alimentar una Cripta de ese tama?o, o justificarla económicamente.

 

—Lo esencial de la explicación de Avi y Beryl —dice Cantrell— es que Epiphyte ya no es la única compa?ía portadora hasta la Cripta.

 

—Pero estamos tendiendo el cable desde aquí a Palawan…

 

—Los lacayos del sultán han estado haciendo negocios —dice Cantrell—. Avi y Beryl se muestran vagos, pero comparando notas con Tom y leyendo las hojas de té, he llegado a la conclusión de que hay otro cable, quizá dos, viniendo hacia Kinakuta.

 

—?Guau! —dice Randy. Es lo único que se le ocurre—. ?Guau! —Se bebe la mitad de la Guinness—. Tiene sentido. Si van a hacerlo una vez con nosotros, pueden hacerlo de nuevo con otros portadores.

 

—Nos usaron como palanca para atraer a otros —dice Cantrell.

 

—Bien… entonces, la pregunta es: ?sigue siendo necesario el cable desde Filipinas? ?O deseado?

 

—Sí —dice Cantrell.

 

—?Lo es?

 

—No. Quiero decir que sí, que ésa es exactamente la pregunta.

 

Randy lo medita.

 

—En realidad, podría ser positivo para tu parte de la operación. Más entradas a la Cripta implican más negocios a la larga.

 

Cantrell arquea las cejas, algo preocupado por los sentimientos de Randy. Randy se recuesta en la silla y dice:

 

—Ya hemos debatido anteriormente si tenía sentido que Epiphyte estuviese tonteando con cables y routers en Filipinas.

 

Cantrell responde:

 

—El plan de negocio siempre ha defendido que tendría sentido económico tender un cable hasta Filipinas incluso si la Cripta no existiese.

 

—El plan de negocio estaba obligado a decir que la red intra-Filipinas podía convertirse en un negocio independiente y sobrevivir —dice Randy—, para justificar que lo hiciésemos.

 

Ninguno de los dos precisa decir más. Se han estado concentrando intensamente el uno en el otro durante un buen rato, apartándose del resto del bar con sus posturas, y ahora, de forma espontánea, los dos se recuestan, se estiran y empiezan a echar vistazos a su alrededor. Casualmente eligen el mejor momento, porque Goto Furudenendu acaba de entrar con un pelotón de lo que Randy supone son ingenieros civiles: hombres nipones muy cuidados, de aspecto sano y como de treinta y tantos. Randy los invita con una sonrisa, luego llama al camarero y le pide algunas de esas grandes botellas de cerveza nipona.

 

—Esto me lo ha recordado: los Adeptos al Secreto van tras de mí —dice Randy.

 

Cantrell sonríe, mostrando algo de admiración por esos locos de los Adeptos al Secreto.

 

—La gente inteligente y furiosamente paranoica es la columna vertebral de la criptología —dice—, pero no siempre entienden de negocios.

 

—Quizá los entienden demasiado bien —dice Randy. Siente algo de molestia residual porque vino al Bomba y Arpeo a responder la pregunta planteada por [email protected] (??Por qué lo hacéis??) y todavía no conoce la respuesta. Es más, sabe menos que antes.

 

Luego se les unen los hombres de Goto y resulta que justo en ese momento aparecen Eberhard Fóhr y Tom Howard. Se produce una explosión combinatoria de intercambio de tarjetas y presentaciones. Parece que el protocolo exige mucha bebida social. Inadvertidamente. Randy ha desafiado la amabilidad de esos tipos pidiéndoles cerveza, y deben demostrar que no se les puede ganar en semejante juego. Se unen mesas y todo se vuelve increíblemente jovial. Eb también debe pedir cerveza para todos. Muy pronto, las cosas han degenerado en karaoke. Randy se pone en pie y canta Me and Yon and a Dog Named Boo. Se trata de una buena elección, porque es una canción relajante y tranquila que no exige demasiada expresividad emocional. Ni, ya puestos, habilidad para la canción.

 

En cierto momento, Tom Howard pasa un brazo fornido sobre el respaldo de la silla de Cantrell para poder gritarle mejor al oído. Sus brazaletes eutropianos gemelos, grabados con el mensaje ?Hola Doctor, por favor, congéleme de la siguiente forma?, brillan y son bastante evidentes. Randy se pone nervioso porque cree que los nipones van a darse cuenta y van a empezar a hacer preguntas extremadamente difíciles de contestar. Tom le está recordando algo a Cantrell (por alguna razón, siempre se refieren a Cantrell de esa forma; algunas personas han nacido para que las llamen por su apellido). Cantrell asiente y dedica a Randy una mirada rápida y algo furtiva. Cuando Randy se la devuelve, Cantrell baja la vista disculpándose y se dedica a retorcer nervioso la botella de cerveza entre las manos. Tom sigue dedicando a Randy una mirada de interés. Todas esas miradas hacen que Randy, Tom y Cantrell acaben en el extremo de la barra más alejado de los altavoces del karaoke.

 

—Así que conoces a Andrew Loeb —dice Cantrell. Queda claro que está consternado por ese hecho pero también algo impresionado, como si acabase de descubrir que Randy en una ocasión había matado a un hombre a golpes con las manos desnudas y que nunca se hubiese molestado en comentarlo.

 

—Cierto —dice Randy—. Tan bien como alguien puede conocer a un tipo así.

 

Cantrell está prestando una diligencia excesiva al proyecto de arrancar la etiqueta de la botella y por tanto es Tom quien recoge el testigo.

 

—?Hicisteis negocios juntos?

 

—En realidad no. ?Puedo preguntar cómo sabéis esas cosas? Es decir, para empezar, ?cómo sabéis siquiera que Andrew Loeb existe? ?Por lo del digibomber?

 

—Oh, no… fue después. Andy se convirtió en una figura importante en algunos de los círculos que Tom y yo frecuentamos —dice Cantrell.

 

—Los únicos círculos en los que puedo imaginarme a Andy serían fanáticos de la supervivencia con métodos primitivos y personas que creen haber sufrido abusos en rituales satánicos.

 

Randy lo dice sin pensar, como si su boca fuese un teletipo mecánico que imprime una predicción meteorológica. El comentario queda como colgando.

 

—Eso ayuda a rellenar algunas lagunas —dice Tom al fin.

 

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