Plantan el mástil de huffduff incluso antes de tener un tejado sobre las nuevas instalaciones del Destacamento 2702, y levantan la antena huffduff incluso antes de tener electricidad para emplearla. Waterhouse hace todo lo que puede por fingir que le importa. Se lo hace saber a los operarios: grandes grupos de tanques enfrentándose en el desierto africano puede que sean gallardos y románticos, pero la verdadera batalla de esta guerra (ignorando, como siempre, el frente asiático) es la Batalla del Atlántico. No podemos ganar la Batalla del Atlántico sin hundir algunos submarinos, y no podemos hundirlos antes de haberlos encontrado, y precisamos de una forma mejor de encontrarlos que el método ya probado y seguro de dejar que nuestros convoyes pasen sobre ellos y se conviertan en pedacitos. Esa forma, caballeros, es poner en marcha esta antena tan pronto como sea humanamente posible.
Waterhouse no es un actor, pero cuando la segunda tormenta de hielo de la semana pasa por encima e inflinge grandes da?os a la antena, y debe permanecer despierto toda la noche para repararla a la luz de la lucifer galvánica, está bastante seguro de que los ha convencido. El personal del castillo trabaja hasta bien tarde para mantenerlo provisto de té y brandy, y los operarios le dedican a la ma?ana siguiente algunos emocionantes hurras cuando la antena reparada regresa a la parte alta del mástil. Todos están seguros de estar salvando vidas en el Atlántico Norte, y si supiesen la verdad probablemente le lincharían.
Esa historia del huffduff es ridículamente plausible. Es tan plausible que si Waterhouse estuviese trabajando para los alemanes tendría sus sospechas. La antena es un modelo extremadamente direccional. Recibe una se?al fuerte cuando se la orienta hacia la fuente y una se?al débil en caso contrario. El operador espera a que un submarino empiece a transmitir y luego vira la antena de un lado a otro hasta obtener la lectura mayor; la dirección de la antena da el azimut de la fuente. Dos o más lecturas similares, obtenidas por diferentes estaciones huffduff, pueden combinarse para triangular el origen de la se?al.
Para mantener las apariencias, la estación debe estar operativa veinticuatro horas al día lo que casi mata a Waterhouse durante las primeras semanas de 1943. El resto del Destacamento 2702 no se ha presentado como estaba previsto, así que, mientras tanto, es tarea de Waterhouse preservar la ilusión.
Todos a diez millas a la redonda —básicamente, toda la población civil de Qwghlm, o por decirlo de otra forma, toda la raza qwghlmiana— pueden ver la nueva antena huffduff elevándose sobre el mástil del castillo. No son personas estúpidas, y algunos de ellos, al menos, comprenderán que la maldita cosa no hace nada si siempre apunta en la misma dirección. Si no se mueve, no funciona. Y si no funciona, ?qué co?o pasa allá arriba en ese castillo?
Así que Waterhouse debe moverla. Vive en la capilla, durmiendo —cuando duerme— en una hamaca colgada a una altura peligrosa por encima del suelo (ha descubierto que los ?eskerries? son excelentes saltadores).
Si duerme durante el día, incluso un observador casual notará si la antena se mueve o no. No es bueno. Pero no puede dormir de noche, cuando los alemanes hacen rebotar en la ionosfera sus transmisiones entre los submarinos del Atlántico norte y las bases en Burdeos y Lorient porque un observador atento —digamos que un empleado insomne del castillo, o un espía alemán situado en las monta?as con binoculares— sospechará qué la antena huffduff inmóvil no es más que una tapadera. Por lo tanto, Waterhouse intenta dividir la diferencia durmiendo algunas horas al anochecer y otras pocas al amanecer, un plan que no encaja muy bien con su cuerpo. Y cuando se despierta, no tiene absolutamente nada más que hacer que sentarse frente a la consola huffduff durante ocho o doce horas, viendo cómo el aliento sale de su boca, moviendo la antena, escuchando… ?nada!
Estipula con total libertad que es un cabrón egoísta por sentirse mal consigo mismo cuando otros hombres vuelan en pedazos.
Habiendo resuelto esa cuestión, ?qué va a hacer para permanecer cuerdo? Tiene la rutina perfectamente fijada: dejar la antena apuntando más o menos al oeste durante un rato, luego moverla de un lado a otro en arcos cada vez más peque?os, fingiendo centrarse en un submarino, luego dejarla fija durante un rato y hacer gimnasia para calentarse. Ha cambiado el uniforme por una vestimenta tejida con la cálida lana de Qwghlm. De vez en cuando, a intervalos totalmente impredecibles, miembros del personal del castillo caen sobre él con un tazón de sopa, un servicio de té o simplemente para ver qué hace y decirle lo buen hombre que es. Una vez al día, escribe un galimatías —sus supuestos resultados— y lo envía a la base naval.
Divide su tiempo entre pensar en el sexo y pensar en matemáticas. Lo primero se inmiscuye continuamente en lo segundo. Es peor aún cuando la cincuentona regordeta llamada Blanche, que ha estado trayéndole la comida, enferma de hidropesía, fiebres, gota, cólicos o cualquier otro malestar shakespeariano es reemplazada por Margaret, que tiene como unos veinte a?os y es bastante atractiva.