El Código Enigma

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

—Ya ha notado cómo vamos vestidos. —Monkberg se refiere al hecho de que se han desecho de las chapas de identificación y llevan todos ropas civiles o de la marina mercante.

 

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

—No queremos que los hunos, o cualquiera otros, sepan quiénes somos en realidad.

 

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

—Ahora bien, podría preguntarse por qué cono, si se supone que debemos parecer civiles, vamos cargados de subfusiles, granadas, cargas de demolición, etcétera.

 

—?Se?or! ?Esa iba a ser mi siguiente pregunta, se?or!

 

—Bien, tenemos una historia falsa para explicar ese detalle. Venga conmigo.

 

De pronto Monkberg parece entusiasmado. Se pone en pie y lleva a Shaftoe por entre varios pasillos y escaleras en dirección a la bodega del carguero.

 

—?Sabe lo de los otros barcos?

 

Shaftoe se mantiene inexpresivo.

 

—?Los otros barcos que nos rodean? Ya sabe que estamos en medio de un convoy.

 

—?Se?or! ?Sí, se?or! —dice Shaftoe, con algo menos de certidumbre. Ninguno de los hombres ha subido demasiado a cubierta en las horas que han pasado desde que les descargaron, por medio de un submarino, en esta chatarra bamboleante. Incluso si hubiesen subido a mirar, no habrían visto más que oscuridad y niebla.

 

—Un convoy a Murmansk —sigue diciendo Monkberg—. Todos esos barcos van a entregar armas y suministros a la Unión Soviética. ?Comprende?

 

Han llegado a una bodega. Monkberg enciende una lámpara colgando, que revela… cajas. Muchas, muchas, muchas cajas.

 

—Llenas de armas —dice Monkberg—, incluyendo subfusiles, granadas, cargas de demolición, etcétera. ?Me sigue?

 

—?Se?or, no se?or! ?No sigo al teniente!

 

Monkberg se le acerca más. Hasta estar inquietantemente cerca. Ahora habla empleando un tono conspiratorio.

 

—Ahora somos todos la tripulación de este barco mercante, en dirección a Murmansk. Hay niebla. Nos separamos de nuestro convoy. ?Luego, bum! Chocamos con la jodida Noruega. Estamos atrapados en territorio controlado por los nazis. ?Debemos llegar a Suecia! Pero un momento, nos decimos. ?Qué ocurre con todos esos alemanes que están entre nuestra posición y la frontera sueca? Bien, mejor será armarse hasta los dientes. ?Y quién está en mejor posición de armarse que la tripulación de un barco mercante que está repleto de armamento? Así que bajamos a la bodega y nos apresuramos a abrir algunas cajas para armarnos.

 

Shaftoe mira las cajas. Ninguna está abierta.

 

—Luego —sigue diciendo Monkberg—, abandonamos la nave y nos dirigimos a Suecia.

 

Se produce un largo silencio. Shaftoe se despierta para decir:

 

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

—Así que empiece a abrirlas.

 

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

—?Y que parezca precipitado! ?Rápido! ?Vamos! ?Mueva las piernas!

 

—?Se?or! ?Sí, se?or!

 

Shaftoe intenta meterse en el espíritu de la misión. ?Qué va a usar para abrir una caja? No hay palancas a la vista. Sale de la bodega y recorre un pasillo. Monkberg lo sigue de cerca, revoloteando, impulsándole a ir más rápido.

 

—?Tiene prisa! ?Los nazis se acercan! ?Debe armarse! ?Piense en su esposa y ni?os allá en Glasgow, Lubbock o de donde demonios sea!

 

—?Oconomowoc, Wisconsin, se?or! —dice Shaftoe indignado.

 

—?No, no! ?No en la vida real! ?Es su papel como este hijo de puta de la marina mercante que ha quedado varado! ?Mire, Shaftoe! ?La salvación a mano!

 

Shaftoe se da la vuelta para ver a Monkberg se?alando un anuario que dice FUEGO.

 

Shaftoe abre la puerta y encuentra, entre otros utensilios, una de esas hachas gigantes que los bomberos siempre llevan cuando entran en estructuras ardiendo.

 

Treinta segundos más tarde, vuelve a estar en la bodega, dándole como si fuese Paul Bunyan a una caja de munición del calibre 45.

 

—?Más rápido! ?Más improvisado! —grita Monkberg—. ?No se trata de una operación precisa, Shaftoe! ?Está aterrorizado! —Luego dice—: ?Maldición! —Corre y le quita el hacha de Shaftoe de las manos.

 

Monkberg la agita con furia, fallando por completo mientras intenta ajustarse al tremendo peso y longitud del instrumento. Shaftoe se echa a tierra en busca de seguridad. Monkberg al fin consigue coordinar el alcance y el azimut y hace contacto con la caja. Las astillas saltan por todas partes.

 

—?Ve! —dice Monkberg, mirando a Shaftoe por encima del hombro—. ?Quiero astillas! ?Quiero caos! —Agita el hacha mientras habla y mira a Shaftoe, y también mueve los pies porque el barco se bambolea, y en consecuencia la hoja falla por completo, se pasa y acaba justo en el tobillo de Monkberg.

 

—?Caramba! —dice el teniente Monkberg, con tono tranquilo de conversación. Se mira el tobillo fascinado. Shaftoe se acerca a ver qué es tan interesante.

 

Un buen trozo de la parte baja de la pierna de Monkberg ha quedado bien cortado. Bajo la luz de la linterna es posible ver varios vasos sanguíneos cortados y ligamentos sobresaliendo en lados opuestos de la herida, como puentes saboteados y tuberías colgando a ambos lado de una garganta.

 

—?Se?or! ?Está herido, se?or! —dice Shaftoe—. ?Déjeme ir en busca del teniente Root!

 

—?No! ?Quédese aquí a trabajar! —dice Monkberg—. Yo mismo puedo buscar a Root —baja ambas manos y aprieta la herida, haciendo que caiga sangre a borbotones al suelo—. ?Es perfecto! —dice meditabundo—. A?ade mucho realismo.

 

Después de repetir varias veces la orden, Shaftoe vuelve renuente a abrir cajas. Monkberg se pone en pie como puede y recorre la bodega durante varios minutos, sangrando sobre todo, luego se arrastra en busca de Enoch Root. Lo último que dice es:

 

—?Recuerde! ?Queremos que parezca un saqueo!

 

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