Pero lo de la herida en la pierna hace que Shaftoe comprenda mejor la idea que las palabras de Monkberg. La visión de la sangre le trae recuerdos de Guadalcanal y de aventuras más recientes. Su última dosis de morfina está perdiendo efecto, lo que le hace sentirse más atento. Y está empezando a sentirse muy mareado, lo que le hace desear luchar contra el mareo haciendo algún trabajo duro.
Así que más o menos se vuelve loco con el hacha. Pierde el sentido de lo que sucede.
Desea que el Destacamento 2702 se hubiese quedado en tierra seca… preferiblemente una tierra seca y cálida como aquel lugar en el que permanecieron, durante dos soleadas semanas, en Italia.
La primera parte de la misión había sido dura, con eso de cargar con barriles de mierda. Pero el resto (excepto las últimas horas) habían sido igual que un permiso, excepto que no había mujeres. Cada día se turnaban en el puesto de observación, observando la bahía de Nápoles con binoculares y prismáticos. Todas las noches, el cabo Benjamín se sentaba y enviaba más galimatías en código Morse.
Una noche, Benjamín recibió un mensaje que le llevó un buen rato descifrar. Anunció la noticia a Shaftoe:
—Los alemanes saben que estamos aquí.
—?Qué quiere decir con que saben que estamos aquí?
—Saben que durante al menos seis meses hemos tenido un puesto de observación mirando a la bahía de Nápoles —dice Benjamín.
—Llevamos aquí menos de dos semanas.
—Ma?ana van a empezar a buscar en esta zona.
—Bien, entonces salgamos de aquí cagando leches —dijo Shaftoe.
—El coronel Chattan le ordena que espere —dijo Benjamín—, hasta que sepa que los alemanes saben que estamos aquí.
—Pero ya sé que los alemanes saben que estamos aquí-dice Shaftoe—, me lo acaba de decir.
—No, no no no —responde Benjamín—, espere hasta el momento en que sabría que los alemanes lo saben incluso aunque el coronel Chattan no se lo hubiese comunicado por radio.
—?Te estás quedando conmigo?
—Son órdenes —dijo Benjamín, y le pasa a Shaftoe el mensaje descifrado como prueba.
Tan pronto como salió el sol pudieron oír a los aviones de observación cruzando el cielo. Shaftoe estaba listo para ejecutar el plan de huida, y se aseguró de que los hombres también lo estuvieran. Envió a algunos de los individuos del SAS a reconocer los puntos de obstrucción en la ruta de salida. Shaftoe en persona se limitó a tenderse de espaldas y mirar el cielo, observando los aviones.
?Ya sabía que los alemanes lo sabían?
Desde que se había despertado, tin par de individuos del SAS habían estado siguiéndole a todas partes, observándole con atención. Por fin Shaftoe les devolvió la mirada y asintió. Salieron corriendo. Un momento más tarde oyó las llaves inglesas golpeando el interior de las cajas de herramientas.
Los alemanes tenían aviones de observación por todo el puto cielo. Se trataba de una prueba circunstancial bastante fuerte de que los alemanes lo sabían. Y Shaftoe veía los aviones con bastante claridad, por lo que se podía defender que él sabía que lo sabían. Pero el coronel Chattan le había ordenado quedarse ?hasta que los alemanes les observasen con segundad?, lo que significase eso.
Uno de los aviones, en particular, se acercaba cada vez más. Buscaba muy cerca del suelo, cortando peque?as franjas en cada ocasión. Esperando a que pasase sobre su posición, Shaftoe quería gritar. Era demasiado estúpido para ser real. Quería lanzar una bengala y acabar de una vez.
Finalmente, a media tarde, Shaftoe, tendido de espaldas a la sombra de un árbol, miró directamente al aire y contó los remaches en el vientre de ese avión alemán: un Henschel Hs 126 [15] con una única ala en forma de flecha montada sobre el fuselaje, para no bloquear la visión hacia el terreno, y con escalerillas, riostras y el enorme y tosco dispositivo de aterrizaje desplegado sobresaliendo por todas partes. Un alemán encerrado en la caja de vidrio pilotando el avión, otro en la parte abierta, mirando a través de las gafas y jugueteando con una ametralladora montada sobre una articulación. Ese vio a Shaftoe, tocó al otro piloto en el hombro y se?aló hacia abajo.
El Henschel alteró la búsqueda, virando para sobrevolar la posición.
—Ya está —se dijo Shaftoe. Se levantó y se puso en marcha en dirección al desvencijado granero—. ?Ya está! —gritó—. ?Ejecutar!
Los individuos del SAS estaban en la parte de atrás del camión, bajo la lona, trabajando con las llaves. Shaftoe los miró y vio partes relucientes de la Vickers esparcidas sobre la tela blanca limpia. ?De dónde co?o habían sacado esos tipos tela blanca y limpia? Probablemente la habían estado guardando durante días. ?Por qué no habían podido poner en marcha la Vickers antes? Porque tenían órdenes de montarla con rapidez, estrictamente en el último minuto.
El cabo Benjamín vaciló, con la mano apoyada sobre el interruptor de la radio.
—Sargento, ?está completamente seguro de que saben que estamos aquí?
Todos se volvieron para ver cómo Shaftoe respondería a ese ligero desafío. Lentamente se había estado ganando la reputación de hombre al que era preciso vigilar.
Shaftoe se volvió, salió al medio del claro, unas yardas. Tras él podía oír como el resto de los hombres del Destacamento 2702 se posicionaban en la entrada, intentado verle con claridad.
El Henschel regresaba para otra pasada, ahora tan cerca del suelo que bien podría atravesarle el vidrio con una piedra.
Shaftoe sacó el subfusil, le dio al obturador, lo sujetó bien, lo movió de un lado a otro y abrió fuego.
Bien, algunos podrían quejarse de que el arma carecía de poder de penetración, pero estaba completamente seguro de que pudo ver cómo salían volando trozos del motor del Henschel. El Henschel perdió el control casi de inmediato. Se inclinó hasta tener las alas casi verticales, cambió de dirección, se inclinó más hasta quedarse boca abajo, perdió la poca altitud que tenía y aterrizó como un pastel boca abajo sobre los olivos a un centenar de yardas. No ardió de inmediato: qué chasco.