El Código Enigma

—?El teniente se ha negado a permitirme destruir los libros de códigos, cosa que he jurado hacer! —grita Benjamín. Ha perdido los nervios por completo.

 

—?Tengo órdenes específicas y claras del coronel Chattan! —dice Monkberg, dirigiéndose a Root. Shaftoe se asombra. Monkberg parece reconocer la autoridad de Root en la cuestión. O quizás esté asustado y busca un aliado. Los oficiales conjurándose frente a los soldados. Como siempre.

 

—?Tiene una copia impresa de esas órdenes que pueda examinar? —pregunta Root.

 

—No creo que sea apropiado que tengamos esta discusión ahora y aquí —dice Monkberg, todavía a la defensiva.

 

—?Cómo sugiere que manejemos este asunto? —dice Root, pasando un poco de seda por la carne de Monkberg—. Estamos en tierra. Los alemanes llegarán pronto. O dejamos los libros de códigos o no. Tenemos que decidirlo ahora.

 

Monkberg se relaja sobre la silla y se queda pasivo.

 

—?Puede mostrarme órdenes por escrito? —pregunta Root.

 

—No. Se me dieron verbalmente —dice Monkberg.

 

—?Y esas órdenes mencionaban específicamente los libros de código? —pregunta Root.

 

—Así es —dice Monkberg, como si fuese un testigo en el estrado.

 

—?Y esas órdenes manifestaban que se debía permitir que los libros de códigos cayesen en manos de los alemanes?

 

—Así fue.

 

Se produce un silencio durante un momento mientras Root ata una sutura y comienza con otra. Luego dice:

 

—Un escéptico, como el cabo Benjamín, podría pensar que todo eso de los libros de código es invención suya.

 

—Si falsificase mis propias órdenes —dice Monkberg—, podrían fusilarme.

 

—Sólo si usted, y algunos testigos de los hechos, regresan a territorio amigo, y comparan notas con el coronel Chattan —dice Enoch Root, con tranquilidad y paciencia.

 

—?Qué co?o pasa? —dice uno de los individuos del SAS, entrando por una escotilla de abajo y subiendo por la escalerilla—. ?Estamos esperando en los putos botes! —Entra en la habitación, con el rostro rojo por el frío y la ansiedad, y mira a su alrededor.

 

—Jódase —dice Shaftoe.

 

El individuo del SAS se detiene.

 

—?Vale, sargento!

 

—Baje y dígale al resto de los hombres que se jodan también —dice Shaftoe.

 

—?Muy bien, sargento! —dice el hombre del SAS y desaparece.

 

—Como atestiguan todos esos hombres ansiosos en los botes —sigue diciendo Enoch Root—, la probabilidad de que usted y varios testigos regresen a territorio amigo se reduce por minutos. Y el hecho de que usted acabe de sufrir una terrible herida en la pierna por su propia mano, no hace sino unos minutos, complica tremendamente nuestra huida. O nos capturan juntos, o usted se ofrecerá voluntario para que le dejemos atrás y que le capturen. En cualquier caso, se salva, asumiendo que sea un espía alemán, del consejo de guerra y el pelotón de fusilamiento.

 

Monkberg no puede dar crédito a sus oídos.

 

—?Pero… pero fue un accidente, teniente Root! Me di en la pierna con una puta hacha… ?cree que lo hice deliberadamente?

 

—Es difícil para nosotros saberlo —dice Root lamentándolo.

 

—?Por qué no nos limitamos a destruir los libros de códigos? Es lo más seguro —dice Benjamín—. Me limitaría a cumplir mis órdenes… no hay nada malo en ello. Nada de consejos de guerra.

 

—?Pero eso arruinaría la misión! —dice Monkberg.

 

Root lo medita un momento.

 

—?Ha muerto alguna vez alguien —dice— porque el enemigo robase uno de nuestros códigos secretos y leyese nuestros mensajes?

 

—Con segundad —dice Shaftoe.

 

—?Ha muerto alguna vez alguien de nuestro bando —sigue diciendo Root— porque el enemigo no tenía uno de nuestros códigos secretos?

 

Es todo un dilema. Benjamín es el primero en contestar, pero incluso él debe pensarlo:

 

—?Claro que no! —dice.

 

—?Sargento Shaftoe? ?Tiene alguna opinión? —le pregunta Root mientras le dedica una mirada sombría y seria.

 

Shaftoe dice:

 

—El asunto de los códigos es muy complicado.

 

El turno de Monkberg.

 

—Creo… creo… creo que podría ocurrírseme una situación hipotética en la que alguien podría morir, sí.

 

—?Y usted, teniente Root? —pregunta Shaftoe.

 

Root no dice nada durante un buen rato. Se limita a coser y coser. Parece que pasan varios minutos. Quizá no sea tanto tiempo. Todos están nerviosos por los alemanes.

 

—El teniente Monkberg me pide que crea que evitaremos que soldados aliados mueran si hoy entregamos los códigos de la marina mercante aliada a los aliados —dice Root al fin. Todos saltan nerviosos al oír su voz—. En realidad, ya que debemos emplear una especie de cálculo de muertes para esta situación, la pregunta real es ?salvará eso más vidas de las que perderemos?

 

—Allí me he perdido, padre —dice Shaftoe—. Ni siquiera pude aprobar álgebra.

 

—Entonces empecemos con lo que sabemos: entregar los códigos sacrificará vidas porque permitirá a los alemanes saber dónde se encuentran nuestros convoyes y hundirlos. ?No?

 

—Exacto —dice el cabo Benjamín. Root parece inclinarse por su posición.

 

—Eso sería cierto —sigue diciendo Root—, hasta que los aliados cambien su sistema de códigos… lo que probablemente sucederá lo antes posible. Por tanto, en el lado negativo del cálculo de muertes, tenemos algunos convoyes hundiéndose en el futuro próximo. ?Qué hay del lado positivo? —pregunta Root encarnando las cejas en meditación mientras sigue contemplando la herida de Monkberg—. ?Cómo podría entregar los códigos salvar algunas vidas? Bien, es un imponderable.

 

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