El Corredor Del Laberinto (The Maze Runner #1)

?Así es como mueren?, pensó.

—Bueno, esos sólo son los que hemos encontrado. Hay más cuyos cuerpos nunca aparecieron —Minho se?aló distraídamente hacia el Claro cerrado—. Ese pu?etero cementerio está en el bosque por un motivo. Nada mata mejor el tiempo que recordar cada día a tus amigos asesinados brutalmente —Minho se levantó, cogió a Alby por los brazos y luego se?aló con la cabeza sus pies—. Coge esos mamones apestosos. Le tenemos que llevar hasta la puerta. Les dejaremos un cuerpo para que lo encuentren con facilidad por la ma?ana.

Thomas no se podía creer lo morbosa que era aquella afirmación.

—?Cómo puede estar ocurriendo una cosa así? —gritó a las paredes a la vez que giraba en círculo. Se sintió a punto de perder el control definitivamente.

—Deja de lloriquear. Deberías haber seguido las normas y haberte quedado dentro. Ahora, venga, cógele de las piernas.

Con una mueca de dolor por un retortijón de tripas, Thomas se acercó y levantó los pies de Alby como le habían dicho. Llevaron medio a rastras el cuerpo inerte unos tres metros hasta la grieta vertical de la puerta, donde Minho apoyó a Alby contra la pared en una posición en la que casi estaba sentado. El pecho de Alby subía y bajaba, esforzándose por respirar, y su piel estaba empapada en sudor; parecía que no iba a durar mucho más.

—?Dónde le han mordido? —preguntó Thomas—. ?Puedes verlo?

—No te muerden. Los jodidos te pican. Y no, no puedes verlo. Podría tener montones de picotazos por todo el cuerpo —Minho cruzó los brazos y se apoyó en el muro.

Por alguna razón, Thomas pensó que la palabra ?picar? sonaba mucho peor que ?morder?.

—?Te pican? ?Qué significa eso?

—Tío, tendrás que verlos para saber de lo que estoy hablando.

Thomas se?aló los brazos de Minho y, luego, sus piernas.

—Bueno, ?y por qué esa cosa no te ha picado a ti?

Minho extendió las manos.

—Quizá sí lo haya hecho. Quizá me desplome en cualquier momento.

—Ellos… —empezó a decir Thomas, pero no sabía cómo terminar la frase. No sabía si Minho lo había dicho en serio.

—No existe ningún ?ellos?, sólo el que creíamos que estaba muerto. Se volvió loco y picó a Alby, pero luego salió corriendo —Minho volvió la vista hacia el Laberinto, que estaba a oscuras casi por completo porque se había hecho de noche—. Pero estoy segurísimo de que no tardará en estar aquí con un pu?ado de los otros para liquidarnos con sus agujas.

—?Sus agujas? —a Thomas las cosas le sonaban cada vez más alarmantes.

—Sí, agujas —no dio más detalles y, por la cara que puso, tampoco pensaba hacerlo.

Thomas levantó la vista hacia los enormes muros cubiertos de enredaderas. La desesperación por fin le había puesto en modo ?resolver problemas?.

—?No podemos trepar por esta cosa? —miró a Minho, que no dijo ni una palabra—. Por las enredaderas, ?no podemos subir por ellas?

Minho dejó escapar un suspiro de frustración.

—Te lo juro, verducho, debes de creer que somos un hatajo de subnormales. ?De veras piensas que nunca hemos tenido la ingeniosa idea de subir por las putas paredes?

Por primera vez, Thomas notó que poco a poco le invadía la ira para competir con el miedo y el pánico.

—Sólo intento ayudar, tío. ?Por qué no dejas de poner pegas a todo lo que digo y hablas conmigo?

Minho saltó bruscamente sobre Thomas y le agarró por la camiseta.

—?No lo entiendes, cara fuco! ?Tú no sabes nada y lo único que haces es empeorarlo intentando tener esperanza! Estamos muertos, ?me oyes? ?Muertos!

Thomas no supo qué sintió con más fuerza en aquellos momentos, si enfado con Minho o lástima por él. Se estaba rindiendo con demasiada facilidad. Minho bajó la vista hacia sus manos, que agarraban con firmeza la camiseta de Thomas, y la vergüenza le atravesó el rostro. Le soltó despacio y retrocedió. Thomas se recolocó la ropa con actitud desafiante.

—Jo, tío —susurró Minho; luego se dejó caer en el suelo y hundió la cara en sus pu?os apretados—. Nunca he estado tan asustado, macho. No como ahora.

Thomas quiso decir algo, que madurara, que pensara, que le contara todo lo que sabía. ?Algo! Abrió la boca para hablar, pero la cerró enseguida cuando oyó el ruido. Minho asomó la cabeza y miró por uno de los oscuros pasillos de piedra. Thomas notó cómo se le aceleraba su propia respiración.

Aquel sonido grave e inquietante venía de lo más profundo del Laberinto. Era un zumbido constante que emitía un timbre metálico cada pocos segundos, como cuchillos afilados rozando unos contra otros. Cada vez se oía más alto y, entonces, surgieron unos chasquidos sobrecogedores. Thomas se imaginó unas largas u?as dando golpecitos contra un cristal. Un gemido ahogado llenó el aire y luego sonó algo que parecía el ruido de unas cadenas.