—Eso es cierto —dijo. Su inglés tenía un fuerte acento y sonaba lento y formal, pero lo pronunciaba con una cadencia muy medida que a?adía más solemnidad a sus palabras—. Desde el principio fue una insensatez dejar que el huevo segundogénito de Lung Tien Qian cruzara el mar. Eso nadie lo discute.
Aquella intervención los acalló a ambos y nadie habló durante unos instantes, salvo el intérprete que en voz queda tradujo las palabras de Yongxing para el resto de la comitiva china. Después, Sun Kai dijo en su idioma algo inesperado que hizo que Yongxing le mirara con gesto severo. Sun agachó la cabeza, respetuoso, y no levantó la mirada; pero para Laurence fue el primer indicio de que quizás aquella embajada no hablara con una sola voz. Yongxing respondió a Sun Kai en un tono que no admitía más comentarios, y el joven no se arriesgó a replicarle. Satisfecho de haber sometido a su subordinado, Yongxing se volvió hacia los demás y a?adió:
—Aun así, y pese al malhadado azar que le llevó a sus manos, Lung Tien Xiang estaba destinado a llegar al emperador de Francia, y no a convertirse en la bestia de carga de un soldado raso.
Laurence se envaró. Lo de ?soldado raso? le había escocido, y por primera vez se atrevió a mirar directamente al príncipe, respondiendo a aquella mirada fría y desde?osa con otra no menos firme.
—Estamos en guerra con Francia, se?or. Si ustedes han elegido aliarse con nuestros enemigos y enviarles ayuda material, no pueden quejarse cuando nos apoderamos de dicha ayuda en justo combate.
—?Tonterías! —le cortó Barham en voz alta—. China no es aliada de Francia, en absoluto. Desde luego, nosotros no consideramos a China como aliada de los franceses. Usted no ha venido aquí para dirigirse a Su Alteza Imperial, Laurence. ?Compórtese! —a?adió con violencia.
Pero Yongxing hizo caso omiso del intento de interrupción de Barham.
—?Ahora convierte la piratería en argumento de su defensa? —preguntó, displicente—. A nosotros no nos importan las costumbres de las naciones bárbaras. Al Trono Celestial le es indiferente que mercaderes y ladrones se pongan de acuerdo para robarse unos a otros, excepto cuando deciden insultar al emperador de la forma en que ustedes lo han hecho.
—?No, Alteza, eso no es así, en absoluto! —se apresuró a decir Barham, mientras dirigía una mirada venenosa a Laurence—. Su Majestad y su gobierno sienten la más profunda estima por el emperador. Le aseguro que jamás le insultarían de forma consciente. Si hubiéramos tenido la menor idea sobre la extraordinaria naturaleza de ese huevo por el que ustedes protestan, esta situación jamás se habría suscitado…
—Ahora, sin embargo, son perfectamente conscientes de ello —prosiguió Yongxing—, y aun así persisten en el insulto. Lung Tien Xiang sigue enjaezado con un arnés, le tratan apenas mejor que a un caballo, le destinan a acarrear cargas y le exponen a todas las brutalidades de la guerra. Y todo ello teniendo como compa?ero a un vulgar capitán. ?Mejor habría sido que su huevo se hundiera en el fondo del océano!
Aunque estas palabras le horrorizaron, Laurence se alegró al menos al comprobar que Barham y Powys se quedaban tan mudos y estupefactos como él ante tama?a crueldad. En el propio séquito de Yongxing, incluso el intérprete dio un respingo y, por una vez, no tradujo al chino las palabras del príncipe.
—Se?or, le aseguro que al dragón no se le ha vuelto a poner el arnés desde que tuvimos noticia de sus protestas —contestó Barham, recobrándose—. Nos hemos tomado todas las molestias posibles para asegurarnos de que Temerario… quiero decir, Lung Tien Xiang, se encuentra cómodo, y para desagraviarle por cualquier tratamiento inadecuado que haya podido recibir. Ya no sigue asignado al capitán Laurence, puedo corroborárselo: ni siquiera han hablado en estas dos últimas semanas.
Era cruel recordarle aquello. Laurence perdió el poco control que le quedaba.
—?Si alguno de ustedes se preocupara realmente por su comodidad, habrían tenido en cuenta sus sentimientos, y no sus propios deseos! —dijo levantando la voz, que había sido adiestrada para rugir órdenes en plena tempestad—. Se quejan de que Temerario lleve arnés, y a la vez me piden que le enga?e para que se deje encadenar y se lo puedan llevar de aquí en contra de su voluntad. No pienso hacerlo. ?Jamás lo haré, y pueden irse todos al infierno!
A juzgar por su expresión, a Barham le habría encantado cargar de cadenas al propio Laurence: los ojos parecían salírsele de las órbitas y tenía las manos apoyadas en la mesa como si estuviera a punto de saltar sobre él. Por primera vez, el almirante Powys habló, y al hacerlo evitó que Barham actuara.