Laurence se sintió aliviado. Había temido que a Temerario le resultara difícil estar en compa?ía de Lily, Messoria u otras dragonas, mientras que Dulcía seguramente era demasiado peque?a como para atraerle como compa?era. Pero Temerario no expresó interés en ninguna de ellas. Laurence se aventuró a preguntarle un par de veces de forma indirecta y el dragón parecía más que nada desconcertado ante la idea.
Siguieron los cambios, sin duda, algunos de los cuales se hicieron perceptibles de forma gradual. Lo primero de todo, Laurence se percató de que la mayoría de las ma?anas el dragón se despertaba sin necesidad de que le avisaran. También cambiaron sus costumbres alimenticias: comía con menor frecuencia, pero en mayor cantidad y de forma voluntaria podía estar dos o tres días sin probar bocado.
Laurence estaba un tanto preocupado por que Temerario pasara hambre para evitar la desagradable situación de que no le dieran preferencia al comer o tener que soportar las miradas de soslayo de los demás dragones ante su nueva apariencia. Sin embargo, todos sus miedos se desvanecieron drásticamente apenas un mes después de que le hubiera crecido la gorguera. Acababa de aterrizar con Temerario en la zona de alimentación y permaneció atento, lejos de la masa de dragones congregados, cuando llamaron a Lily y Maximus a los campos. En esta ocasión invitaron a otro dragón con ellos, un recién llegado de una raza que Laurence no conocía. Tenía unas alas marfile?as veteadas y marcadas venas naranjas y amarillas con un toque marrón entreverado muy próximo al marfil translúcido, pero no era de mayor tama?o que Temerario.
Los demás dragones de la base se apartaron y los vieron alejarse, pero de forma inesperada, Temerario profirió un ruido sordo y bajo, que ni siquiera llegaba a ser un gru?ido, desde lo más profundo de la garganta, lo más parecido que se puede imaginar al croar de una rana toro de unas doce toneladas, y saltó detrás de ellos sin que le invitaran.
Laurence no vio los rostros de los pastores al estar demasiado lejos la hondonada, pero se movieron alrededor de la cerca como si estuvieran desconcertados. Sin embargo, resultaba evidente que a ninguno le apetecía intentar ahuyentar a Temerario, lo cual tampoco resultaba sorprendente al considerar que ya había hundido las fauces en su primera vaca. Lily y Maximus no hicieron objeción alguna, y el dragón nuevo ni siquiera notó el cambio, por supuesto. Un momento después, los pastores soltaron otra media docena de animales en la zona, para que los cuatro dragones comieran hasta saciarse.
—Es un ejemplar magníficamente proporcionado. Es suyo ?verdad?
Laurence se volvió para encontrarse con que le hablaba un extranjero que vestía unos pantalones de gruesa lana y una sencilla chaqueta de civil, ambas con motivos de dragones salteados. Era un aviador, sin duda, y un oficial también a juzgar por el porte y los modos de caballero, pero hablaba con marcado acento francés. Laurence se quedó sin habla al verlo.
El francés no estaba solo. Le acompa?aba Sutton, que entonces se adelantó para efectuar las presentaciones. El francés se llamaba Choiseul.
—Llegué de Austria la pasada noche con Praecursoris —dijo Choiseul, que se?aló con un gesto al dragón marmóreo que comía con delicadeza un cordero abajo, en el valle, al tiempo que evitaba limpiamente el surtidor de sangre de la tercera víctima de Maximus.
—Nos ha traído buenas noticias, aunque él les pone mala cara —informó Sutton—. Austria se está movilizando y va a enfrentarse a Bonaparte de nuevo. Me atrevería a decir que muy pronto va a tener que fijar en ellos su atención en vez de en el canal.
—No deseo en modo alguno poner freno a sus esperanzas y me desolaría darles innecesarias preocupaciones, pero no voy a decir que confíe mucho en sus posibilidades. No deseo parecer ingrato. El ejército austriaco fue bastante generoso al proporcionarnos asilo político a mí y a Praecursoris durante la Revolución, y he contraído con ellos una profunda deuda, pero los archiduques son necios y no van a prestar oído a los pocos generales competentes que les quedan. ?El archiduque Fernando luchando contra el genio de Marengo y Egipto? Es un absurdo.
—Yo no diría que Marengo fue una batalla tan bien dirigida, en absoluto —intervino Sutton—. Hubiéramos visto un final muy diferente si los austriacos hubieran hecho avanzar a tiempo a la Segunda División aérea desde Verona. Fue más suerte que otra cosa.
Laurence no se consideraba lo bastante ducho en estrategia terrestre para ofrecer una opinión propia, pero las palabras de Sutton tenían pinta de ser una fanfarronada. En cualquier caso, él respetaba la buena suerte, y Bonaparte parecía atraerla más que ningún otro general.