Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Capitán Laurence, le preocupa la felicidad de su dragón, y así es como debe ser, pero ha de pensar primero en su adiestramiento y las necesidades de la Fuerza Aérea. ?Me va a rebatir que no ha progresado más deprisa y que ha alcanzado niveles de destreza mayores desde la llegada de Praecursoris?

 

Laurence se le quedó mirando fijamente. La idea de que Celeritas hubiera promovido de manera intencionada la rivalidad entre los dragones para estimular a Temerario resultó primero asombrosa y luego casi ofensiva.

 

—Se?or, Temerario siempre ha dado buen rendimiento, se ha esforzado todo lo que ha podido —comenzó a replicar con enojo.

 

Sólo se detuvo cuando Celeritas le interrumpió con una risotada.

 

—Alto ahí, capitán —dijo con tono brusco pero divertido—. No le estoy insultando. Lo cierto es que es un dragón demasiado listo para ser un combatiente de formación ideal. Si la situación fuera diferente, le haríamos líder de formación o un luchador independiente, y lo haría muy bien. Pero tal y como están las cosas, y dado su peso, debemos ponerle en la formación, y eso implica que ha de conocer las maniobras al dedillo. Son muy simples y no bastan para retener su atención. No ocurre muy a menudo, pero lo he visto antes y los signos son inconfundibles.

 

Por desgracia, Laurence no podía replicar a esa argumentación. Los comentarios de Celeritas eran perfectamente ciertos. Al ver al aviador sumido en el silencio, el director de prácticas continuó:

 

—Esa rivalidad a?ade el suficiente sabor para que se sobreponga al lógico aburrimiento que, en breve, se hubiera convertido en frustración. Aliéntele, alábele, que se sepa querido por usted y de ese modo las rencillas con otro macho no le van a afectar. A su edad, es muy natural, y es mejor que se enemiste con Praecursoris y no con Maximus. Praecursoris tiene la edad suficiente para no tomarse el asunto en serio.

 

Laurence no compartía ese optimismo. Celeritas no había visto hasta qué punto se inquietaba Temerario. Por otra parte, tampoco podía negar que el egoísmo motivaba sus comentarios: le desagradaba ver a Temerario ser tan duro consigo mismo. Pero todos debían ser duros, absolutamente todos.

 

Allí, en aquella helada pradera septentrional, era demasiado fácil olvidar que Inglaterra estaba en grave peligro. De acuerdo con los partes, Villeneuve y la Armada francesa andaban sueltos. Nelson les había ido dando caza durante todo el camino hacia las Antillas, sólo para ver cómo los esquivaba de nuevo, y ahora los buscaba desesperadamente por el océano Atlántico. Sin duda, la intención de Villeneuve era reunirse con la flota a las afueras de Brest y a continuación intentar apoderarse del estrecho de Dover. Bonaparte tenía un gran número de transportes en cada puerto a lo largo de la costa francesa, a la espera de abrir una brecha en las defensas del canal para hacer cruzar un numeroso ejército de invasión.

 

Laurence había servido en las tareas de bloqueo durante largos meses y sabía bien lo difícil que resultaba mantener la disciplina durante interminables y monótonos días sin ver al enemigo. Las distracciones —disfrutar de más compa?ía, un paisaje más amplio, libros y juegos—hacían el deber de entrenar mucho más llevadero, pero ahora sabía que en su camino había tanta insidia como aburrimiento.

 

Por eso, se limitó a saludar con una reverencia y despedirse diciendo:

 

—Comprendo su plan, se?or. Gracias por la explicación.

 

No obstante, regresó junto a Temerario decidido a poner freno a aquel entrenamiento casi obsesivo y, si era posible, hallar medios alternativos para distraer su interés de las maniobras.

 

Fueron estas circunstancias las que le dieron la idea de explicar a Temerario tácticas de formación. El aviador lo hizo más pensando en el interés del dragón que en el suyo propio, con la esperanza de proporcionar un mayor interés intelectual a las maniobras, pero Temerario comprendió las lecciones con facilidad y enseguida las clases se convirtieron en verdaderos debates, tan útiles para uno como para otro, y compensaban sobradamente su falta de participación en las discusiones que los capitanes mantenían.

 

Aprovechando la inusitada capacidad voladora de Temerario, se embarcaron juntos en la preparación de una serie de maniobras propias que pudieran encajar con el ritmo más lento y metódico de la formación. El propio Celeritas había mencionado el ensayo de esa clase de estrategias, pero las apremiantes necesidades de la formación le habían forzado a relegar el plan a un futuro todavía sin determinar.

 

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