Laurence rescató una vieja mesa de vuelo en un desván, recabó la ayuda de Hollin para reparar la pata rota y la llevó al claro reservado a Temerario bajo la atenta mirada del dragón. Era una especie de gran diorama fijado sobre un tablero con un entramado en lo alto. Laurence no disponía de un juego adecuado de dragones a escala para situar sobre la mesa, pero los sustituyó atando tallas y trozos de madera coloreados a los zarcillos de la celosía, de modo que fueran capaces de representar posiciones en tres dimensiones para que el otro las comprendiera y evaluara.
Desde el principio, Temerario desplegó una rápida comprensión de los movimientos aéreos. Era capaz de descubrir enseguida si la maniobra era o no factible, y de no serlo, describía los movimientos necesarios para que lo fuera. La inspiración inicial de cada nueva maniobra era del dragón en la mayor parte de los casos. Laurence, por su lado, tenía más en cuenta la eficacia militar de las diferentes posiciones, y sugería aquellas modificaciones que ayudaban a administrar mejor la fuerza que debía utilizarse en cada ocasión.
Eran unas discusiones animadas, de las que se oían, y llamaron la atención del resto de su tripulación. Granby pidió tímidamente permiso para asistir y en cuanto Laurence se lo concedió, le siguió el segundo teniente, Evans, y muchos de los guardiadragones. Sus a?os de entrenamiento y experiencia les proporcionaron un poso de conocimiento del que tanto Laurence como Temerario carecían, y sus sugerencias refinaron más y más el plan.
—Se?or, los demás me han pedido que le proponga que probemos algunas de las nuevas maniobras —le dijo Granby a las pocas semanas de haberse incorporado al proyecto—. No nos importaría nada dedicar nuestras tardes al trabajo. Sería triste no poder demostrar lo que el dragón puede hacer.
Laurence se sintió profundamente conmovido, no sólo por el entusiasmo de los oficiales, sino al ver que tanto Granby como la tripulación sentían el mismo deseo de ver que se reconocía la valía de Temerario. Se alegró mucho de encontrar a otros que estaban tan orgullosos del dragón como él mismo.
—Tal vez sea posible si tenemos suficientes tripulantes ma?ana por la tarde —contestó Laurence.
Todos los oficiales, cada uno en compa?ía de tres o más mensajeros, se hallaban presentes diez minutos antes de la hora. Laurence los miró con un ligero desconcierto mientras bajaba de su vuelo diario al lago. Entonces, al tenerlos a todos formados y a la espera, se percató de que la dotación de vuelo vestía el uniforme completo incluso en aquel improvisado ejercicio. Era habitual ver a las otras tripulaciones sin las chaquetas ni los lazos anudados al cuello, en especial después del calor de los últimos días. No pudo evitar considerarlo un halago a su propio hábito.
El se?or Hollín y la dotación de tierra también esperaban preparados. Incluso Temerario era capaz de estarse quieto en medio de tanto entusiasmo. Enseguida le pusieron el arnés reglamentario de combate y la dotación de vuelo subió en tropel.
—Todos a bordo y sujetos, se?or —informó Granby mientras se sentaba en su posición de despegue sobre el hombro derecho de Temerario.
—Muy bien. Temerario, vamos a comenzar haciendo dos veces el vuelo de patrulla normal para tiempo despejado —dijo Laurence—. Luego, a mi se?al, cambiaremos a la versión modificada.
El dragón asintió con ojos centelleantes y se lanzó a los cielos. Era la más sencilla de las nuevas maniobras y Temerario apenas tuvo dificultad en realizarla. Laurence vio enseguida su principal inconveniente cuando el dragón salió de la última vuelta en espiral y regresó a la posición normal, a la que estaba acostumbrada la tripulación. Los fusileros habían errado al menos la mitad de los blancos y las ijadas de Temerario estaban manchadas allí donde los sacos de ceniza, que en las maniobras representaban a las bombas, habían golpeado al dragón en lugar de caer.
—Bien, se?or Granby, nos queda mucho trabajo por delante antes de poder hacer una demostración encomiable —dijo Laurence.
Granby asintió con pesar, y luego sugirió:
—Sin duda, se?or. Tal vez si volara un poco más despacio al principio…
—Creo que probablemente también deberíamos sincronizar nuestras reacciones —comentó al estudiar los regueros de cenizas—. No podemos arrojar bombas mientras describe esos rápidos giros, por lo que si nos es imposible trabajar a un ritmo constante, debemos esperar y lanzar los simulacros de bomba de una sola andanada en los momentos en que él esté nivelado. El mayor riesgo que podemos correr es no acertarle al objetivo, y ese riesgo se puede asumir, pero el otro, no.