Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Temerario describió una vuelta sencilla en el aire mientras los lomeros y ventreros ajustaban a toda prisa el equipo de bombardeo. En esta ocasión, cuando repitieron la maniobra, Laurence vio caer los sacos sin marcas apreciables en los ijares de Temerario. Los fusileros, que aprovechaban los momentos de vuelo nivelado para disparar, también mejoraron su registro y después de media docena de repeticiones Laurence estuvo muy satisfecho de los resultados.

 

—Cuando logremos arrojar toda la carga de bombas y alcancemos en torno a un ochenta por ciento de aciertos al disparar, consideraré que nuestro trabajo, esto y las otras cuatro maniobras nuevas, merece la atención de Celeritas —concluyó después de que todos hubieron descendido y la dotación de tierra le quitara el arnés al dragón y le limpiara la suciedad del pelaje—. Y me parece una meta perfectamente alcanzable. Los felicito a todos ustedes, caballeros, por un comportamiento tan ejemplar.

 

Antes, se había mostrado poco dado a prodigar elogios, ya que no deseaba dar la sensación de querer ganarse el favor de la tripulación, pero ahora difícilmente se podía sentir más eufórico y le complacía ver la sincera respuesta de sus oficiales a la prueba. Todos por igual tenían deseos de continuar, de modo que, después de otras cuatro semanas de práctica, Laurence empezó a pensar de verdad que estaban listos para realizar una demostración ante un mayor número de espectadores; entonces, la decisión se le fue de las manos.

 

—La variante de vuelo de ayer por la tarde era muy interesante, capitán —le dijo Celeritas al final de la jornada matutina cuando los dragones de la formación tomaron tierra y desembarcaron las tripulaciones—. Permítanos verle volar ma?ana en formación.

 

Dicho esto, asintió con la cabeza y les ordenó retirarse. Laurence salió para reunir a su tripulación y a Temerario para una apresurada práctica final.

 

Al término de la jornada, después de que los demás hubieran vuelto a la base, él y Laurence se sentaron sin hablar en la oscuridad, demasiado extenuados para hacer otra cosa que no fuera descansar el uno junto al otro, y entonces el dragón mostró esa tendencia a preocuparse que le caracterizara.

 

—Venga, tranquilízate —le animó Laurence—. Ma?ana lo vas a hacer muy bien. Dominas todas las maniobras de principio a fin. Sólo hemos de ir despacio para que la tripulación dé la talla.

 

—No me preocupa el vuelo de ma?ana, pero ?qué ocurre si Celeritas no aprueba las maniobras? —preguntó Temerario—. Habremos malgastado todo nuestro tiempo para nada.

 

—Jamás nos hubiera pedido una demostración si pensara que las maniobras son una completa insensatez —contestó el aviador—, y en cualquier caso no hemos desperdiciado nuestro tiempo en absoluto. Todos los miembros de la tripulación han aprendido mejor su cometido porque han tenido que prestar más atención y sopesar más el alcance de sus maniobras, e incluso aunque Celeritas lo desaprobara todo, seguiría considerando que hemos invertido provechosamente todas estas tardes.

 

Al menos, aquellas palabras hicieron desaparecer los temores del dragón y permitieron que éste se durmiera. El mismo se quedó dormido junto a Temerario. No sintió frío; aunque era a primeros de septiembre, todavía persistía el calor del verano. A pesar de lo mucho que sus palabras habían conseguido tranquilizar a Temerario, él estaba despierto y alerta con las primeras luces del alba y sentía una opresión en el pecho que no lograba disipar. La mayoría de su tripulación acudió a desayunar tan pronto como él, por lo que tuvo que detenerse a hablar con varios y comer con apetito, aunque por su gusto no hubiera tomado más que una taza de café.

 

Al llegar al patio de adiestramiento, encontró a Temerario luciendo su equipo e inspeccionando el valle con la mirada. Daba coletazos al aire con inquietud. Celeritas no había llegado todavía. Transcurrieron quince minutos antes de que apareciera el primer dragón de la formación y para ese momento Laurence ya se había acercado a Temerario y a la tripulación para sobrevolar la zona. Los alféreces y guardiadragones más jóvenes tenían una particular tendencia a gritar, por lo que tuvo a los miembros de la dotación intercambiando sus posiciones para aplacar sus nervios.

 

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