Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—?Qué te propones al irte volando de esa manera? —espetó Rankin sin esperar siquiera a que Hollín y los cadetes se bajaran—. Cuando no estés comiendo, tienes que estar aquí a la espera, ?comprendido? ?Y quién les ha dicho a ustedes que podían montar en él?

 

—Levitas fue sumamente amable al hacerme el favor de llevarlos, capitán Rankin —dijo Laurence, que salió de entre la dotación de Temerario y habló con brusquedad para distraer la atención del hombre—. Sólo hemos bajado al lago, y nos podían haber hecho una se?al en cualquier momento.

 

—No voy a preocuparme de andar corriendo detrás de un encargado de se?ales para tener disponible mi dragón, capitán Laurence. Le agradecería que se preocupara de su propio animal y me dejara a mí el mío —repuso Rankin fríamente. Luego, dirigiéndose a Levitas, agregó—: Supongo que ahora estarás empapado, ?no?

 

—No, no. Estoy casi seco, seguro. No tardaré mucho en estarlo del todo, lo prometo —dijo Levitas, que se encorvó sobre sí mismo hasta empeque?ecerse.

 

—Esperemos que así sea —dijo Rankin—. Agáchate, deprisa. Y en cuanto a todos vosotros, ?permaneced lejos de él a partir de ahora! —les dijo a los cadetes mientras se encamaraba a su posición haciendo a un lado a Hollin de un empellón.

 

Laurence se quedó observando al Winchester mientras éste se alejaba volando con Rankin montado sobre su lomo. Berkley y la capitana Harcourt permanecieron en silencio, igual que los demás dragones. De pronto, Lily ladeó la cabeza y profirió un airado siseo. Sólo cayeron unas gotas de ácido, pero crepitaron y humearon sobre la piedra, dejando un profundo boquete negro.

 

—?Lily! —le reprendió la capitana Harcourt, pero había cierto alivio en su voz por el hecho de romper el silencio—. Peck, trae un poco de aceite para el arnés —ordenó a un miembro de la tripulación de tierra de Lily mientras descendía. Lo vertió con prodigalidad sobre las gotas de ácido hasta que dejaron de humear—. Listo, cubridlas con un poco de arena y ma?ana ya será seguro lavarlas.

 

Laurence también agradeció aquella peque?a interrupción. No confiaba en sí mismo lo suficiente como para hablar de inmediato. Temerario le acarició con el hocico con suavidad y los cadetes le miraron preocupados.

 

—No debería haberlo sugerido, se?or —dijo Hollín—. Por descontado, le pediré perdón a usted y al capitán Rankin.

 

—En absoluto, se?or Hollin —contestó Laurence. Oyó su propia voz, fría y muy severa, por lo que intentó mitigar el efecto causado al a?adir—: Nada de cuanto ha hecho está mal.

 

—No veo razón alguna por la que debamos permanecer lejos de Levitas —susurró Roland.

 

Laurence no vaciló ni un segundo en responder. Fue algo tan intenso y automático como su propia e inútil ira contra Rankin.

 

—Se?orita Roland, un superior jerárquico le ha dado una orden. Si ése no es motivo suficiente, se ha equivocado de trabajo —replicó con brusquedad—. Que no vuelva a escucharle otro comentario de ese tipo. Hagan el favor de llevar esos trapos a la lavandería ahora mismo. Si me disculpan, caballeros, iré a dar un paseo antes de la cena —agregó dirigiéndose a los demás.

 

Temerario era demasiado grande para deslizarse detrás de él con éxito, por lo que el dragón recurrió a sobrepasarle volando y esperarle en el primer claro que había junto al camino. Laurence estaba convencido de que deseaba estar solo, pero descubrió que se alegraba de entrar en el círculo de las patas del dragón y apoyarse sobre su cálido corpachón, escuchando el palpitar casi musical y la continua reverberación de su respiración. Le entraron unas ganas terribles de llamar a Rankin.

 

—No sé por qué lo soporta. Aunque es peque?o, sigue siendo más grande que Rankin —dijo Temerario tiempo después.

 

—?Por qué lo soportas tú cuando te pido que te pongas el arnés y realices algunas maniobras peligrosas? —le contestó Laurence—. Es su deber y su costumbre. Le han educado para obedecer y ha sufrido ese tratamiento desde que salió del huevo. Lo más probable es que no se le ocurra otra alternativa.

 

—Pero te ve a ti y a los demás capitanes. A nadie se le trata de ese modo —replicó Temerario. Abrió surcos en el suelo al flexionar las garras—. No te obedezco porque sea un hábito y no sea capaz de pensar por mí mismo. Lo hago porque sé que mereces esa obediencia. Nunca me tratarías con crueldad ni me pedirías que hiciera algo peligroso o desagradable sin motivo.

 

—No, no sin motivo —admitió el aviador—, pero tenemos un trabajo duro, amigo mío, y a veces debemos estar dispuestos a soportar mucho —vaciló, pero luego a?adió con tacto—: Quería hablar contigo de ello, Temerario. Has de prometerme que en el futuro no antepondrás mi vida a todo lo demás. Seguramente sabías que Victoriatus es más necesario que yo para la Fuerza Aérea, incluso aunque no tuviéramos en cuenta a la tripulación. Nunca deberías haber contemplado la posibilidad de arriesgar sus vidas para salvar la mía.

 

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