—Acóplese a mí —gritó.
Laurence vio de inmediato a qué se refería. Aferrándose todavía a los arneses unidos con una mano, cerró sus mosquetones sueltos a las anillas del arnés de Granby y luego se agarró a las correas que cruzaban el pecho de éste. Entonces, los guardiadragones los alcanzaron y enseguida numerosas manos firmes sujetaron y subieron a Laurence y Granby hasta el arnés principal. Sostuvieron a Laurence hasta un lugar donde pudo asegurar sus mosquetones a las anillas adecuadas.
Apenas era capaz de respirar aún, pero se apoderó de la bocina y gritó con urgencia.
—Todo está en orden.
Su voz apenas se oyó. Respiró hondo y volvió a intentarlo, esta vez con voz más clara:
—Estoy bien, Temerario. Sigue volando.
Los tensos músculos que había debajo de él se relajaron lentamente y el dragón volvió a aletear, recuperando un poco de la altura que habían perdido. Todo el proceso había durado alrededor de unos quince minutos, pero sentía un tembleque tal que parecía que había hecho frente a una galerna de tres días en cubierta, y el corazón le palpitaba desbocado a punto de salírsele del pecho.
Granby y los guardiadragones tampoco parecían mucho más serenos.
—Bien hecho, caballeros —les dijo Laurence en cuanto confió en que no se le iba a quebrar la voz—. Dejemos espacio para que trabaje el se?or Fellowes. Se?or Granby, haga el favor de enviar a alguien al capitán de Victoriatus para saber qué ayuda nos pueden prestar. Hemos de adoptar todas las precauciones posibles para evitar nuevos sustos.
Le miraron boquiabiertos durante unos instantes. Granby fue el primero en poner en orden las ideas y comenzó a dar órdenes. Para cuando Laurence, con suma cautela, se hubo abierto camino de vuelta a su puesto en la base del cuello de Temerario, los guardiadragones ya habían envuelto con vendas las garras de Victoriatus para evitar que volviera a herir al Imperial y Maximus apareció en lontananza, apresurándose a prestar su ayuda.
El resto del vuelo transcurrió sin acontecimientos dignos de mención, siempre y cuando se considerase normal el esfuerzo de llevar por el aire a un dragón casi inconsciente. Los cirujanos acudieron apresuradamente para examinar a Victoriatus y a Temerario en cuanto depositaron sano y salvo al primero en el suelo del patio. Para gran alivio de Laurence, los cortes resultaron ser en efecto de poca profundidad. Los limpiaron y examinaron para luego diagnosticarlos de poca gravedad y colocar encima unas gasas sueltas para impedir que se irritara la piel herida. Luego, dejaron libre a Temerario y a Laurence le dijeron que el dragón durmiera y comiese lo que quisiera durante una semana.
No era la mejor vía para conseguir unos pocos días de asueto, pero agradecieron infinitamente el respiro. De inmediato, Laurence llevó andando al animal a un claro despejado cercano a la base, sin querer forzarle a que hiciera otro vuelo en el aire. Aunque el claro se encontraba en la cima de la monta?a, no estaba a demasiada altura, y lo cubría una capa de suave hierba verde. Estaba orientado al sur y lo ba?aba el sol casi todo el día. Allí durmieron los dos desde aquella tarde hasta última hora del día siguiente. Laurence permaneció tendido sobre el lomo caliente de Temerario hasta que el hambre los despertó a ambos.
—Me siento mucho mejor. Estoy seguro de que puedo cazar casi con toda normalidad —dijo Temerario.
El aviador no quiso ni oír hablar de ello; en su lugar, anduvo de vuelta a los talleres y movilizó a toda la dotación de tierra. En muy poco tiempo, condujeron a un peque?o grupo de ganado desde el redil y lo sacrificaron. El dragón se comió hasta el último trozo de carne y luego se fue directamente a dormir de nuevo.
Con cierta inseguridad, Laurence le pidió a Hollín que hiciera que los criados le llevaran algo de comida. Se sentía muy incómodo por tener que pedirle al joven un favor personal, pero era reacio a dejar a Temerario solo. Hollín no se ofendió, pero volvió con el teniente Granby, Riggs y otro par de tenientes.
—Debería ir a comer algo caliente y darse un ba?o, y luego dormir en su propia cama —dijo Granby en voz baja después de haber hecho se?al a los otros para que aguardaran a cierta distancia—. Está cubierto de sangre de la cabeza a los pies y aún no hace tiempo como para dormir a la intemperie sin poner en riesgo su salud. Los demás oficiales y yo nos turnaremos para velarlo. Le iremos a buscar si despierta o sobreviene algún cambio.
Laurence pesta?eó y se miró a sí mismo. No se había percatado de que tenía las ropas salpicadas y ba?adas por sangre de dragón, casi negra. Se pasó la mano por el rostro sin afeitar. Estaba claro que estaba dando una imagen bastante poco presentable. Alzó la mirada hacia el dragón, que permanecía totalmente ignorante de cuanto sucedía a su alrededor. Las ijadas subían y bajaban con un estruendo bajo y acompasado.