Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Laurence ocultó para sí la sensación de victoria e hizo avanzar a su madre.

 

—No tengas ningún miedo. No hay motivo alguno —le dijo con suavidad—. Temerario, te presento a mi madre, lady Allendale.

 

—Una madre… Eso es especial, ?verdad? —contestó Temerario mientras agachaba la cabeza para mirarla más de cerca—. Me siento honrado de conocerte.

 

Laurence guió la mano de su madre hacia el hocico de Temerario. Ella comenzó a acariciarlo con más confianza después de la primera tentativa de tocar la cálida piel.

 

—?Caramba! El placer es mío —contestó—. ?Qué suave! Jamás lo hubiera pensado.

 

Temerario emitió un ruido sordo de complacencia ante el cumplido y la caricia. Laurence los miró a los dos con buena parte de su alegría recuperada. Pensó en lo poco que debía importarle el resto del mundo cuando estaba seguro de la buena opinión de quienes más valoraba y en la certeza de estar cumpliendo con su deber.

 

—Temerario es un Imperial Chino —le explicó a su madre sin ocultar su orgullo—, una de las razas menos comunes. El único de toda Europa.

 

—?De verdad? Es magnífico, cielo. Recuerdo haber oído en alguna ocasión que los dragones chinos son algo muy poco frecuentes —dijo, pero seguía mirando a su hijo con ansiedad, con una pregunta muda en los ojos.

 

—Sí —dijo Laurence en un intento de contestarla—. Me considero muy afortunado, te lo prometo. Tal vez algún día podamos ir a volar juntos tú y yo, cuando dispongamos de más tiempo —agregó—. Es algo extraordinario. No hay nada comparable.

 

—?Volar? ?Ni lo sue?es! —respondió ella con indignación, aunque en su interior parecía satisfecha—. Sabes perfectamente que ni siquiera soy capaz de sostenerme encima de un caballo. No sé, no estoy segura. ?Qué iba a hacer encima de un dragón?

 

—Irías sujeta con correas, como voy yo —le explicó Laurence—. Temerario no es un caballo, no intentaría tirarte.

 

—Desde luego que no —intervino Temerario con total seriedad—, y si te cayeras, me atrevo a decir que te podría recoger.

 

Tal vez aquél no fuera el comentario más tranquilizador, pero el deseo de agradar era muy obvio y lady Atiéndale le sonrió de todos modos.

 

—?Qué amable! No tenía ni idea de que los dragones fueran tan instruidos —dijo—. Cuidarás mucho de William, ?verdad? Siempre me ha dado el doble de quebraderos de cabeza que el resto de mis hijos, y siempre anda metiéndose en líos.

 

Laurence se indignó un poco al oír que le describían de esa manera y que Temerario se viera obligado a responder:

 

—Te lo prometo, nunca dejaré que le causen ningún da?o.

 

—Veo que he esperado demasiado; de un momento a otro me vais a envolver entre algodones y vais a darme de comer gachas —replicó mientras se inclinaba para besar a su madre en la mejilla—. Madre, puedes escribirme a la dirección de la Fuerza Aérea en la base de Loch Laggan, en Escocia. Es el sitio en que recibiremos la instrucción. Temerario, ?puedes sentarte sobre las patas traseras? Voy a poner otra vez esta sombrerera.

 

—?No puedes sacar ese libro de Duncan? —inquirió Temerario mientras se alzaba—. Ese de El tridente naval. Nunca has terminado de leerme la batalla del Glorioso Primero. Me la podrías leer de camino…

 

—?Te lee? —preguntó lady Allendale a Temerario, divertida.

 

—Sí. Como ves, no puedo sostener los libros por mi cuenta ni volver las hojas demasiado bien, ya que son demasiado peque?os —contestó Temerario.

 

—La estás malinterpretando. únicamente le sorprende el hecho de que me hayan persuadido para que abra un libro. Siempre intentó que me sentara a leer cuando era ni?o —intervino Laurence al tiempo que removía las otras sombrereras para encontrar el volumen—Te sorprendería saber en qué intelectual me he convertido, madre. Es insaciable. Estoy listo, Temerario.

 

Ella rompió a reír y retrocedió hasta el borde del campo mientras el dragón subía a Laurence. Se puso la mano encima de los ojos a modo de visera y se quedó observándolos mientras subían en el cielo. Era una figura diminuta que se empeque?ecía con cada batir de las grandes alas, y luego los jardines y las torres de la casa se perdieron detrás de la curva de una colina.

 

 

 

 

 

Capítulo 5

 

 

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