Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Lily, acuérdate de mantener el cuello recto en el rizo. —Se volvió hacia Laurence—. Vamos a ver. Tengo entendido que no ha demostrado ninguna capacidad ofensiva especial.

 

—No, se?or —la respuesta y el tratamiento salieron de forma automática, el tono y la actitud eran acordes al rango declarado por el dragón, un hábito que había continuado, para su sorpresa—. Sir Edward Howe, que ha identificado su especie, era de la opinión de que resulta altamente improbable que las desarrollara, aunque no lo descartaba…

 

—Sí, sí —le interrumpió Celeritas—. He leído la obra de sir Edward. Es un experto en razas orientales y en esa materia confío en su juicio más que en el mío. Es una pena, ya que nos hubiera venido muy bien uno de esos escupidores de veneno o lanzatrombas. Nos hubiera sido muy útil contra un Flamme—de—Gloire francés. Pero tengo entendido que tiene cuerpo para el combate pesado, ?no?

 

—En la actualidad, ronda las nueve toneladas, y eso que eclosionó apenas hace seis semanas —respondió Laurence.

 

—Bien, eso es estupendo. Podría doblar ese peso —dijo Celeritas. Se frotó la frente con el lado de una garra con gesto pensativo—. Bueno. Todo es como me han dicho. Excelente. Vamos a emparejar a Temerario con Maximus, el Cobre Regio que en estos momentos se adiestra aquí. Los dos juntos servirán de refuerzo libre a la formación en arco de Lily, que es la Largario de ahí arriba. —Indicó con un gesto a la formación que describía vueltas en el valle; Laurence, todavía atónito, se dio la vuelta para mirarla. El dragón prosiguió—: Por supuesto, he de ver a Temerario antes de determinar el plan específico de vuestra instrucción, pero necesito finalizar este entrenamiento y, de todos modos, no le va a ser posible demostrar ninguna de sus habilidades después del viaje. Pida al teniente Granby que le muestre el lugar y le guíe a los lugares de alimentación de los dragones. Lo encontrará en el club de oficiales. Vuelva ma?ana con Temerario una hora después del alba.

 

Aquello era una orden que exigía un acuse de recibo, por lo que Laurence ocultó su frialdad detrás del formalismo y contestó:

 

—Muy bien, se?or.

 

Por fortuna, Celeritas no pareció percatarse, pues ya volvía a su altísimo mirador.

 

Laurence se alegraba de no saber la ubicación del club de oficiales. Tuvo la impresión de que se acostumbraría más fácilmente a una semana de silencio para poner en orden sus pensamientos que a los quince minutos de ajetreo que le llevó encontrar a un criado que le indicara la dirección correcta. Ahora le venía a la mente todo cuanto había oído sobre los dragones: que no servían de nada sin sus cuidadores, que un dragón sin enjaezar sólo valía para la cría. Ahora ya no le sorprendía nada aquella inquietud por parte de los aviadores. ?Qué pensaría la gente si se enterara de que una de las criaturas, en teoría controlada por ellos, era quien entrenaba e impartía órdenes?

 

Por supuesto, considerado desde una perspectiva racional, Temerario le había dado pruebas de inteligencia e independencia desde hacía mucho. Pero éstas se habían desarrollado de forma gradual con el paso del tiempo, y había llegado a pensar de él que era un caso único sin extender dicha conclusión al resto de los dragones. Después de la primera sorpresa, aceptó la idea de tener a un dragón como instructor sin demasiada dificultad pero, sin duda, crearía un escándalo de dimensiones colosales entre quienes no habían gozado de esa experiencia personal.

 

No había pasado mucho tiempo desde que, poco antes de que la Revolución francesa volviera a sumir a Europa en la guerra, se formulara al gobierno la propuesta de sacrificar a todos los dragones desenjaezados en vez de obligar al erario público a soportar el gasto de alimentarlos para la crianza. El fundamento de esta posición se basaba en que no eran necesarios en aquel momento y que lo más probable fuera que la obstinación por mantener a dragones sin domesticar sólo perjudicase a los linajes de combate. El Parlamento había calculado un ahorro estimado en más de diez millones de libras anuales y la idea se sopesó muy seriamente hasta que se desestimó de repente sin dar ninguna explicación pública. Sin embargo, se rumoreaba que todos los almirantes de la Fuerza Aérea destinados en Londres se le habían echado encima al primer ministro y le habían informado de que la Fuerza Aérea en bloque se amotinaría si se aprobaba aquella ley.

 

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