El cielo de Loch Laggan rebosaba de nubes de color gris que volaban a baja altura y se reflejaban en las oscuras aguas del lago. La primavera aún no había llegado; una capa de hielo y nieve cubría la orilla, que aún conservaba las ondulaciones de arena amarillenta de una marea oto?al. La ma?ana, fría y despejada, olía a pino y madera recién cortada del bosque. Un camino de grava subía serpenteando desde la orilla septentrional del lago hacia el complejo de la base, y Temerario giró para seguirlo por el cerro.
Varios enormes barracones de madera estaban dispuestos unos junto a otros cerca de la cima hasta formar en una zona despejada un cuadrángulo abierto por delante; la mitad parecían establos. Había hombres trabajando con metal y cuero, se trataba obviamente del personal de tierra, responsable del mantenimiento del equipo de los aviadores. Ninguno de ellos alzó los ojos para mirar dos veces la sombra del dragón mientras cruzaba sobre su lugar de trabajo ni cuando Temerario sobrevoló el cuartel general.
El edificio principal era una de esas fortificaciones de aspecto medieval: cuatro torres desnudas unidas por gruesos muros de piedra que abarcaban un enorme patio por delante y una imponente casona achaparrada que se hundía directamente en la cima de la monta?a y parecía provenir de ella. El patio estaba lleno hasta los topes. Un joven ejemplar de Cobre Regio, que doblaba el tama?o de Temerario, dormitaba despatarrado sobre las losas; justo detrás, sesteaban un par de Winchesters de colores marrón y púrpura, más peque?os aún que Volatilus. Tres Tanatores Amarillos de tama?o medio se api?aban en un amasijo en el lado opuesto del patio, sus costados de estrías blancas subían y bajaban de forma acompasada.
Al desmontar, Laurence descubrió la razón por la que los dragones habían elegido ese sitio para descansar: las losas estaban calientes, como si las caldearan desde abajo. Temerario ronroneó de placer y se estiró sobre las piedras junto a los Tanatores en cuanto Laurence terminó de descargar.
Un par de sirvientes habían acudido a su encuentro y tomaron el equipaje de sus manos. Le condujeron a la parte posterior del edificio a través de un angosto corredor oscuro que olía a moho hasta desembocar en otro patio abierto que salía de la ladera de la monta?a y terminaba sin ningún tipo de barandilla, cortado a pico hacia otro valle con peque?as zonas nevadas. Había cinco dragones en el aire dando media vuelta en elegante formación, como una bandada de pájaros. En cabeza iba un Largario, reconocible al instante por las franjas blanquinegras que delimitaban sus puntiagudas alas naranjas, que a lo largo de su considerable longitud se iban oscureciendo hasta llegar a un azul intenso. Había una pareja de Tanatores a los flancos y al final volaban como si estuvieran anclados a ellos un Cobre Gris y ala derecha un dragón gris plateado moteado de manchas azules y negras, cuya raza Laurence no identificó de inmediato.
Aunque batían las alas a diferente ritmo, apenas cambiaron sus posiciones relativas hasta que el oficial de se?ales del Largario ondeó una bandera. Entonces, dejaron de aletear y, moviéndose con la gracia de unas bailarinas, invirtieron el sentido, de forma que el Largario pasó a ocupar el último lugar. En respuesta a otra se?al que no vio, todos echaron las alas hacia atrás y avanzaron en vuelo invertido para realizar un rizo perfecto y volver a la formación original. Laurence vio enseguida que la maniobra hacía que la pasada del Largario cerca del suelo durase más tiempo y, entretanto, permanecía bajo la protección de la formación. El animal era la mayor amenaza ofensiva del grupo.
—Nitidus, aún haces muy despacio el rizo de la pasada. Prueba a cambiar a un ritmo de seis aleteos durante el mismo.
Por encima de su cabeza llegaba una voz grave y rotunda de dragón. Laurence se giró y a la derecha del patio vio encaramado a un afloramiento rocoso a un dragón de tonalidades doradas con las manchas de color verde claro de un Tanator y el borde de las alas de intenso naranja. No llevaba ni jinete ni arnés, a menos que mereciera tal nombre el enorme anillo dorado del cuello tachonado de piedras redondeadas de color verde.
Laurence le clavó los ojos. Lejos, en el valle, el ala repetía el movimiento del rizo.
—Mejor —gritó el dragón con aprobación. Luego ladeó la cabeza y miró hacia abajo—. ?Capitán Laurence? El almirante Powys me anunció su llegada. Llega en buen momento. Soy Celeritas, el director de prácticas de la base.
Extendió las alas para impulsarse y luego se dejó caer con facilidad hacia el patio.
Laurence saludó de forma maquinal con una inclinación de cabeza. Celeritas era un dragón de peso medio que tal vez alcanzaría la cuarta parte del tama?o de un Cobre Regio y era más peque?o que Temerario en su actual estadio infantil.
—Mmm —musitó mientras bajaba la cabeza para examinar a Laurence de cerca—. Tiene bastantes más a?os que la mayoría de los cuidadores, pero a menudo eso resulta bueno cuando debemos apresurarnos con un dragón joven, como me parece que es el caso de Temerario.
Alzó la cabeza y volvió a dirigirse a grito pelado hacia el valle.