Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Temerario, pórtate bien con él —instruyó Laurence en voz baja—. Algunos dragones son cortos de entendederas, igual que las personas. Acuérdate de Bill Swallow, del Reliant.

 

—Ah, sí —replicó Temerario hablando también en voz baja—. Ahora lo comprendo. Seré prudente. ?Crees que le gustaría comerse una de mis vacas?

 

—?Querría comer algo? —le preguntó Laurence a James cuando ambos hubieron desmontado y se encontraron en el suelo—. Temerario ya ha comido esta tarde y podrían compartir una vaca.

 

—Vaya, es muy amable de su parte —contestó James, relajando su prevención de forma ostensible—. Estoy seguro de que te encantaría, ?verdad, pozo sin fondo? —continuó afectuosamente mientras palmeaba el cuello de Volatilus.

 

—?Vacas! —exclamó Volatilus, abriendo los ojos como platos.

 

—Acompá?ame a elegir una. Podemos comer aquí —dijo Temerario al peque?o dragón gris, y se sentó para aferrar un par de vacas por encima del muro del redil.

 

Las depositó en una zona despejada del herboso campo y Volatilus trotó con entusiasmo para compartirlas cuando Temerario le hizo se?as para que acudiera.

 

—Es extraordinariamente generoso por su parte y por la de su dragón —comentó James mientras Laurence le conducía a la casita—. Jamás he visto compartir comida a ninguno de los dragones grandes. ?De qué raza es?

 

—No soy un experto en la materia, y nos llegó sin acreditación alguna de su origen, pero hoy mismo sir Edward Howe lo acaba de identificar como un Imperial —confesó Laurence con cierta vergüenza; parecía como si quisiera restarle importancia, pero por supuesto, era el hecho objetivo, y no podía eludir decírselo a la gente.

 

James trastabilló en el umbral al oír las noticias y estuvo a punto de caer encima de Fernáo.

 

—?Está…? ?Cielo santo, no bromea! —exclamó mientras recuperaba el equilibrio y entregaba al criado su sobretodo—. Pero ?cómo lo encontró? ?Cómo logró enjaezarlo?

 

Al anfitrión ni se le había pasado por la cabeza que el huésped pudiera interrogarle de esa manera, pero ocultó su parecer desfavorable sobre los modales de James. Seguramente, las circunstancias justificaban cierto margen de flexibilidad.

 

—Se lo contaré encantado —respondió mientras indicaba al invitado la dirección del salón—. De hecho, me gustaría oír su consejo sobre cómo he de proceder. ?Le apetece un poco de té?

 

—Sí, aunque preferiría café si tiene —dijo James, que acercó un sillón al fuego y se retrepó en él, colgando una pierna del brazo—. Caray, es estupendo sentarse un minuto. Llevábamos siete horas de vuelo.

 

—?Siete horas? Debe de estar destrozado —comentó Laurence sorprendido—. No tenía ni idea de que podían estar en el aire tanto tiempo.

 

—?Válgame Dios! He soportado vuelos de catorce horas —dijo James—, aunque no lo intentaría con vuestro dragón. Si hace buen tiempo, Volly puede aguantar en el cielo batiendo las alas una sola vez por hora. —Dio un enorme bostezo—. Sin moverse, lo digo en serio. Aunque eso no vale con las corrientes de aire que soplan sobre el océano.

 

Fernáo acudió con café y té y se lo sirvió. Laurence describió brevemente la adquisición y el enjaezado de Temerario. James le escuchó con manifiesto asombro mientras se tomaba cinco tazas de café y devoraba dos platos de sándwiches.

 

—Como puede ver, soy algo parecido a una baja. El almirante Croft ha escrito un despacho al mando de la Fuerza Aérea de Gibraltar pidiendo instrucciones en lo que concierne a mi situación, las cuales espero que transporte usted, pero confieso —terminó—que agradecería si me dijera usted algo que me permitiera hacerme una idea de lo que me aguarda.

 

—Me temo que le pregunta a la persona equivocada —confesó James de buen humor después de haber vaciado una sexta taza—. Nunca he oído nada parecido a vuestra historia, y no le puedo dar otro consejo experto que el de que entrenen. Me asignaron al servicio de correos desde que tenía doce a?os y llevo a lomos de Volatilus desde los catorce, pero usted, a lomos de esa preciosidad, va a estar en lo más duro del combate. No obstante —agregó—, voy a acortar su espera. Me iré a toda prisa a la pista de aterrizaje, recogeré el correo y entregaré el despacho de su almirante hacia la noche. No me sorprendería que ma?ana, antes de la hora del almuerzo, tenga a un subcomandante pendiente de usted.

 

—?Cómo?, ?un sub qué…? —preguntó Laurence, forzado a preguntar con desesperación.

 

Con todo el café que había consumido, el habla de James se había avivado.

 

—Subcomandante —repitió James—. Aún no es aviador. Casi olvido que no estoy hablando con uno.

 

—Gracias, es un bonito cumplido —dijo Laurence, aunque en su fuero interno deseó que su interlocutor se hubiera esforzado más en recordarlo—, pero ?no irá a volar esta noche, verdad?

 

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