—Por supuesto. No es necesario hacer noche aquí con este tiempo. Esos cafés me han devuelto la vida y Volly podría ir y volver volando a China después de comerse esa vaca. De todos modos, tendremos un lecho mejor en Gibraltar. Me marcho.
Después de efectuar aquel comentario, tomó el sobretodo del gabinete y salió del salón a grandes pasos, silbando, mientras Laurence, sorprendido, vaciló y lo acompa?ó con retraso.
Volly acudió junto a su jinete de un par de saltos, farfullando con excitación sobre vacas y ?Temer?, que era lo mejor que lograba pronunciar el nombre de Temerario. James lo acarició y subió encima.
—Gracias de nuevo. Os veré en alguna de mis rondas si entrenáis en Gibraltar —se despidió mientras agitaba una mano.
Sus figuras se empeque?ecieron en el cielo crepuscular en medio del aleteo de unas alas grises.
—Le hizo muy feliz comerse la vaca —informó Temerario después de un momento mientras miraba a lo alto cerca de Laurence.
El antiguo marino se rió ante la parquedad del elogio y estiró la mano para frotar con suavidad el cuello.
—Lamento que tu primer encuentro con otro dragón no haya sido muy afortunado —dijo—. Pero él y James van a llevar a Gibraltar un mensaje del almirante Croft en que se nos menciona y en uno o dos días espero que te encuentres con otros que resulten más agradables.
Sin embargo, parecía que James no había exagerado en su estimación. Laurence acababa de salir hacia la ciudad cuando una gran sombra sobrevoló el puerto y al alzar la mirada descubrió a una enorme criatura de piel rojiza y dorada que pasaba por encima de su cabeza y tomaba tierra en el campo de aterrizaje sito en el extrarradio de la ciudad. Se dirigió de inmediato al Commendable con la esperanza de que hubiera algún mensaje para él y poco después, a mitad de camino, lo encontró un joven guardiamarina sin aliento que le informó de que el almirante Croft le había mandado llamar.
Dos aviadores le esperaban en el camarote de Croft: el capitán Portland, un hombre alto, enjuto, de facciones severas y nariz parecida a la de una tortuga ?pico de halcón?, lo que le hacía guardar cierta semejanza con un dragón, y el teniente Dayes, un joven de apenas veinte a?os, con una larga coleta pelirroja, cejas a juego y expresión poco amigable. La actitud distante estaba a la altura de la reputación de los aviadores y, a diferencia de Laurence, ninguno de los dos hizo ademán de saludarle con una inclinación.
—Bueno, Laurence, es un tipo muy afortunado —empezó Croft tan pronto como las forzadas presentaciones hubieron terminado—. Después de todo, vamos a tenerle de vuelta en el Reliant.
Laurence, que aún estaba evaluando a los aviadores, se detuvo al oír esto y dijo:
—?Cómo dice?
Portland lanzó a Croft una mirada desde?osa, ya que el comentario que terminaba de hacer había sido poco diplomático, si no ofensivo.
—Ha prestado un valioso servicio a la Fuerza Aérea, sin duda —dijo con fría formalidad mientras se volvía hacia Laurence—, pero espero no tener que pedirle que preste ese servicio por más tiempo. El teniente Dayes ha venido a relevarle.
Laurence miró confuso a Dayes, quien le devolvió la mirada con un punto de hostilidad en los ojos.
—Se?or —dijo hablando con lentitud; pensaba con dificultad—. Tenía entendido que no se podía relevar al cuidador de un dragón; que debía estar presente desde el momento de la rotura del huevo. ?Estoy equivocado?
—En circunstancias normales, tiene razón y es lo deseable —respondió Portland—. Sin embargo, en ocasiones el cuidador muere, por herida o enfermedad, y en más de la mitad de los casos somos capaces de convencer al dragón de que acepte a otro nuevo. En este caso, espero conseguirlo y que la juventud de Temerario —prosiguió, arrastrando el nombre con leve aire de disgusto—facilite el reemplazo.
—Ya veo —contestó Laurence.
No consiguió pronunciar ni una palabra más. Tres semanas atrás, la noticia le hubiera producido el mayor de los júbilos; ahora, por extra?o que pareciera, le entristecía.
—Le estamos agradecidos, por supuesto —a?adió Portland, tal vez sintiendo que necesitaba una respuesta más amable—, pero al dragón le irá mucho mejor en manos de un aviador adiestrado y estoy seguro de que la Armada no va a estar dispuesta a perder a un oficial tan abnegado.
—Es usted muy amable, se?or —replicó Laurence ceremoniosamente con una inclinación de cabeza.
El cumplido no había sido espontáneo, pero vio que había hecho con sinceridad el resto de un comentario que tenía toda la sensatez del mundo. Sin duda, Temerario estaría mejor en manos de un aviador adiestrado, alguien que supiera manejarlo de forma adecuada, de igual modo que una nave estaría mejor en manos de un auténtico marino. Que Temerario hubiera acabado con él había sido un puro accidente y ahora que conocía la verdadera naturaleza del dragón, era aún más obvio que éste merecía un compa?ero con el mismo grado de destreza.