Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—Lo siento mucho. Me persuadieron para que dejara de cuidarte y él tuviera la oportunidad de hacerlo por tu propio bien, pero debería haber adivinado la clase de tipo que era.

 

Temerario se mantuvo en silencio durante varios minutos mientras permanecían cómodamente juntos. Luego dijo:

 

—Laurence, supongo que ya soy demasiado grande para estar a bordo de una nave.

 

—Sí, mucho, salvo para un barco de transporte de dragones —contestó el marino ladeando el rostro, perplejo por la pregunta.

 

—Permitiré que alguien me monte si deseas volver a tu barco —aseguró Temerario—, pero a él no, por haberme mentido. No te obligaré a quedarte.

 

Laurence se quedó petrificado durante unos instantes con las manos aún en la cabeza de Temerario y el cálido aliento del dragón envolviéndole.

 

—No, compa?ero —repuso al fin en voz baja, consciente de que no decía más que la verdad—. Te prefiero a ti antes que a cualquier nave de la Armada.

 

 

 

 

 

Segunda Parte

 

 

 

 

 

Capítulo 4

 

 

—No, saca más el pecho, como yo.

 

Laetificat se puso en cuclillas e hizo una demostración. La enorme circunferencia de la panza de color rojo y oro aumentó cuando inspiró.

 

Temerario imitó el movimiento. Su dilatación fue visualmente menos espectacular al carecer de marcas tan vividas y, por supuesto, al pesar una quinta parte de lo que pesaba la hembra de Cobre Regio, pero esta vez consiguió proferir un rugido mucho más fuerte.

 

—Listo —dijo complacido mientras volvía a apoyarse sobre las cuatro patas.

 

Las vacas recorrían el redil despavoridas.

 

—Mucho mejor —concedió Laetificat, que rozó con suavidad el lomo de Temerario en se?al de aprobación—. Practica a la hora de las comidas. Te ayudará a mejorar tu capacidad pulmonar.

 

—Supongo que ya no es noticia lo mucho que lo necesitamos a tenor de cómo se desarrollan los acontecimientos. —Portland se volvió hacia Laurence. Ambos se hallaban junto a un lateral del campo, donde no llegaría el ensordecedor estruendo que los dragones estaban a punto de provocar—. La mayor parte de los dragones de Bonaparte se encuentran estacionados a lo largo del Rin, y él, por supuesto, ha estado muy ocupado en Italia. Eso y nuestro bloqueo naval es lo único que frena la invasión, pero ya nos podemos despedir del bloqueo sobre Toulon si resuelve las cosas satisfactoriamente en el continente y libera unas cuantas divisiones. No tenemos suficientes dragones en el Mediterráneo para proteger a la flota de Nelson, que deberá retirarse, y entonces Villeneuve irá directo hacia el canal de la Mancha.

 

Laurence asintió con gravedad. Había leído las noticias de los movimientos de Bonaparte con gran alarma desde que el Reliant había atracado.

 

—Sé que Nelson ha intentado atraer a la flota francesa a una batalla, pero Villeneuve, sin ser marino, tampoco es tonto. Un bombardeo aéreo es la única esperanza de hacerle salir de ese puerto seguro.

 

—Eso significa que no hay esperanza, no con las fuerzas que podemos brindarle en este momento —dijo Portland—. La División Local tiene un par de Lárganos capaces de llevarlo a cabo, pero no podemos prescindir de ellos: Bonaparte cruzaría el estrecho de inmediato.

 

—?No valdría un bombardeo convencional?

 

—No es lo bastante preciso a tanta distancia, y los franceses han infestado Toulon de ca?ones con metralla envenenada. Los aviadores no valdrían ni un chelín si acercasen las monturas a esas fortificaciones. —Portland negó con la cabeza—. No, pero se está adiestrando a un joven Largado y si Temerario fuera tan amable de darse prisa en crecer, entonces, tal vez podrían los dos juntos sustituir a Excidium y Mortiferus en el canal de la Mancha dentro de poco, y puede que sólo necesitáramos a uno de los dos para Toulon.

 

—Estoy seguro de que hará todo lo posible por complacerle —contestó Laurence echando una mirada al dragón en cuestión, que iba por su segunda vaca—, y puede decirse lo mismo de mí. Sé que no soy el hombre que desearía para este puesto ni puedo rebatir el argumento de que prefiera a un aviador experimentado en un puesto tan decisivo, pero espero que mi experiencia naval demuestre no ser del todo inútil en este campo.

 

Portland suspiró y contempló el paisaje.

 

—Carajo. —Era una respuesta extra?a, pero Portland parecía más preocupado que enojado. Después de unos momentos a?adió—: Es un hecho insoslayable: usted no es un aviador; ya sería bastante difícil si fuera una mera cuestión de destreza o conocimientos, pero… —se calló.

 

A juzgar por el tono, Laurence no creyó que se refiriera al coraje. Esta ma?ana le había tratado de forma más amistosa. Por ahora, tenía la impresión de que los aviadores eran un grupo muy cerrado y sus fríos modales desaparecían una vez que habían aceptado a alguien dentro del grupo, por lo que no se ofendió y dijo:

 

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