Temerario I - El Dragón de Su Majestad

—No tengo ni idea de cómo armarlo —contestó Laurence, sonriendo ante su preocupación—, pero estaré bien. No tendré frío con este sobretodo de cuero que me han proporcionado.

 

—En cualquier caso, ha de esperar a disponer del arnés adecuado. Los entoldados requieren mosquetones de cierre. Ya está casi listo para partir, ?no, Laurence? —Bowden se les había acercado y se incorporó a la conversación sin previo aviso. Se reunió con Laurence, que estaba de pie frente al pecho de Temerario, y se agachó levemente para examinar las sombrereras—. Mmm, ya veo que se inclina por subvertir todas nuestras costumbres a su conveniencia.

 

—No, se?or, espero que no —repuso Laurence, refrenando el genio. No servía de mucho marcar las distancias con aquel hombre, ya que era uno de los comandantes de grado superior de la Fuerza Aérea y bien podría tener algo que decir sobre los futuros destinos de Temerario—, pero mi baúl de marino era difícil de llevar y me parecía que las sombrereras eran el mejor sustituto posible a tan corto plazo.

 

—Servirán —admitió Bowden, envarándose—. Espero que se libre de su forma de pensar de marino con la misma facilidad que del baúl, Laurence. Ahora, es usted un aviador.

 

—Lo soy, se?or, y de buen grado, pero no puedo fingir que pretendo desprenderme de los hábitos y la forma de ser de toda una vida. Lo intente o no, dudo incluso que eso sea posible.

 

Por fortuna, Bowden no se enojó, aunque movió la cabeza.

 

—No, no lo es, y así lo dije… En fin. He venido a aclarar algo. Comprenderá que no debe comentar ningún aspecto de su adiestramiento con nadie que no forme parte de la Fuerza Aérea. Su Majestad considera apropiado que utilicemos el cerebro para lograr el mayor rendimiento posible en el servicio, pero nos disgusta tomar en consideración las opiniones de quienes no pertenecen al cuerpo. ?Me he explicado con claridad?

 

—Completamente —contestó de manera forzada. La peculiar orden parecía confirmar sus peores sospechas, pero resultaba difícil formular alguna objeción si ninguno de ellos se abría y hablaba con claridad; era exasperante—. Se?or —dijo mientras se devanaba los sesos para intentar sonsacarle de nuevo—, le quedaría muy agradecido si fuera tan amable de decirme qué hace del centro de Escocia un lugar tan apropiado para mi entrenamiento; de ese modo sabría qué esperar.

 

—Se le ha ordenado ir allí. Eso es lo que convierte al lugar en el único apropiado —contestó Bowden con acritud. Luego pareció sosegarse, ya que a?adió con tono menos áspero—: El director de entrenamiento de Laguán está especialmente capacitado para adiestrar con rapidez a cuidadores novatos.

 

—?Novatos? —repitió Laurence, mirándolo sin comprender—. Creía que un aviador se incorporaba al servicio a los siete a?os. No querrá decir que los ni?os empiezan a cuidar a los dragones a esa edad…

 

—No, por supuesto que no —dijo Bowden—, pero usted no es el primer cuidador que viene de fuera de nuestras filas o sin tanto entrenamiento como el que podríamos ofrecer. De vez en cuando un dragón recién salido del huevo sufre un ataque de mal humor y hemos de aceptar a cualquier voluntario. —Soltó una risotada—. Los dragones son criaturas extra?as, no hay forma de entenderlos. Algunos incluso les toman cari?o a oficiales de la Marina.

 

Dio una palmada a la ijada de Temerario y se marchó tan inopinadamente como había aparecido, sin una palabra de despedida, pero en apariencia de mejor humor, y dejando a Laurence casi tan desconcertado como antes.

 

El vuelo al condado de Nottingham duró varias horas y le concedió el lujo de disfrutar de más tiempo libre del que esperaba disponer en Escocia. Prefería no imaginar qué era lo que Bowden, Powys y Portland esperaban que rechazara intensamente, y aún menos suponer, lo que tendría que hacer si descubría que la situación era insostenible.

 

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