Después de que el vendaval hubiera acelerado su avance, llegaron a Funchal un día antes de las tres semanas inicialmente previstas por Laurence. El dragón, situado en la popa, lo miraba todo con avidez desde el momento en que avistaron la isla. En tierra, causó sensación de inmediato; por lo general, no se veía atracar en el embarcadero a dragones a bordo de una peque?a fragata. Había una reducida multitud de espectadores congregados en los muelles cuando entraron en el puerto, aunque de ningún modo se acercaron demasiado a la embarcación.
El buque insignia del almirante Croft estaba en el puerto. El Reliant navegaba de forma nominal bajo sus órdenes. Riley y Laurence habían acordado en privado que los dos juntos le pondrían al comente de lo insólito de la situación. El Commendable envió un mensaje transmitido mediante banderas de se?ales: ?Capitán, acuda a informar?, casi al mismo tiempo que echaban el ancla. Laurence se detuvo sólo un instante para hablar con Temerario, a quien aleccionó con inquietud:
—Recuerda, debes permanecer a bordo hasta mi regreso.
Aunque Temerario jamás le iba a desobedecer de forma voluntaria, cualquier novedad interesante le podía distraer y Laurence no confiaba en que el dragón fuese a permanecer en la nave cuando le estaba esperando todo un nuevo mundo por explorar.
—Te prometo que sobrevolaremos toda la isla a mi vuelta. Mira todo lo que quieras. Entretanto, el se?or Wells te va a traer una ternera fresca y algún cordero, que nunca los has probado.
Temerario suspiró levemente, pero inclinó la cabeza.
—De acuerdo, pero date prisa —replicó—. Me gustaría volar hasta esas monta?as y comerme uno de ésos —agregó sin perder de vista a los caballos de tiro de un carruaje cercano.
Los corceles patearon el suelo nerviosamente como si hubieran oído y entendido a la perfección sus palabras.
—Ah, no, Temerario. No puedes comerte cualquier cosa que veas en las calles —dijo Laurence alarmado—. Wells te traerá algo enseguida.
Atrajo la atención del tercer teniente, a quien le transmitió la urgencia de la situación; después de una última mirada dubitativa, bajó por la plancha y se reunió con Riley.
El almirante Croft los aguardaba con impaciencia. Al parecer, había oído parte del revuelo. Era un hombre alto y llamativo, especialmente por la notoria cicatriz y la mano falsa sujeta al mu?ón del brazo izquierdo; los dedos de hierro se movían gracias a una serie de muelles y gatillos. Había perdido la extremidad poco antes de su promoción al Almirantazgo, y había ganado mucho peso desde aquel momento. No se levantó cuando entraron en el gran camarote, se limitó a fruncir el ce?o e indicar que se sentaran en las sillas con un movimiento del brazo.
—Muy bien, Laurence, explíquese. Supongo que todo este alboroto guarda relación con ese dragón salvaje que tiene ahí abajo.
—Se?or, ese dragón se llama Temerario, y no es salvaje —contestó Laurence—. Ayer hizo tres semanas desde que apresamos una nave francesa, el Amitié. Encontramos un huevo en su bodega. Nuestro cirujano tiene ciertas nociones de dracología, fue él quien nos avisó de que iba a eclosionar en breve, por lo que fuimos capaces de arreglarlo… Es decir, le puse el arnés.
Croft se levantó de un repentino salto y miró a Laurence con los ojos entrecerrados, y luego a Riley; sólo entonces se percató del cambio de uniforme.
—?Qué? ?Por su cuenta y riesgo? Y, por tanto, usted… Cielo santo, ?por qué no encomendó esa tarea a uno de los guardiamarinas? —exigió saber—. Esto es llevar el deber muy lejos, Laurence. Que un oficial de la Armada elija pasar a la Fuerza Aérea es un asunto delicado.
—Se?or, mis oficiales y yo lo echamos a suertes —continuó Laurence, conteniendo un estallido de indignación. No albergaba deseo alguno de que lo alabaran por su sacrificio, pero que le reprendieran por ello era pasarse de la raya—. Confío en que nadie cuestione mi dedicación al servicio. Sentí que sólo podría ser justo si también yo compartía el riesgo y no eludí esa posibilidad, aunque, llegado el momento, mi papeleta no salió elegida. El dragón estableció un vínculo conmigo, y no podíamos permitirnos el lujo de que rehusara el arnés de la mano de otro.
—?Caray! —exclamó Croft, que se dejó caer sobre la silla con expresión hura?a.
Golpeteó la palma de metal de la izquierda con los dedos de la derecha en un tic nervioso y permaneció sentado en un mutismo absoluto a excepción del débil tintineo de las u?as al entrechocar con el hierro. Transcurrieron largos minutos durante los que Laurence alternó entre imaginar el millar de desastres que Temerario podría ocasionar en su ausencia y la preocupación por lo que Croft pudiera hacer con el Reliant y Riley.