Se inclinó hacia delante y dio unas palmaditas en el cuello del dragón, que había vuelto la cabeza hacia atrás para observar la reunión con interés.
—?Estás preparado? ?Nos podemos ir ya? —preguntó mientras apoyaba los cuartos delanteros en la barandilla. Los músculos ya se tensaban debajo de la piel lisa y en el tono de voz se evidenciaba una nota de impaciencia.
—?Apártese, Tom! —exclamó Laurence apresuradamente mientras soltaba la cadena y sostenía la correa del cuello—. Muy bien, Temerario, vamos…
Estuvieron en el aire de un solo salto. Las anchas alas describieron grandes arcos a ambos lados del jinete y el corpachón se estiró y salió disparado hacia el cielo como una flecha. Laurence miró hacia abajo desde el hombro de Temerario. El Reliant ya había quedado reducido al tama?o de un juguete de ni?o que cabeceaba solitario en la vasta extensión del océano; incluso alcanzó a ver el Amitié a unos treinta kilómetros al este. El viento era fortísimo, pero las cinchas resistieron y de nuevo se encontró sonriendo como un idiota y comprendió que era incapaz de reprimirse.
—Seguiremos rumbo oeste, Temerario —dijo Laurence a voz en grito.
No deseaba acercarse demasiado a tierra y arriesgarse a un posible encuentro con una patrulla francesa. Una cincha rodeaba la parte más estrecha del cuello de Temerario por debajo de la cabeza, una cincha a la que habían sujetado las riendas para que Laurence pudiera indicar la dirección con mayor facilidad. En ese momento, consultó la brújula que había atado a la palma de la mano y dio un tirón a la rienda derecha. El dragón dejó de subir y giró de buen grado para estabilizarse después. Era un día límpido y despejado, con un moderado oleaje. Temerario batía las alas con menos rapidez ahora que no necesitaba ascender, pero devoraban los kilómetros incluso a ese ritmo y ya habían perdido de vista el Reliant y el Amitié.
—Ahí veo uno —anunció Temerario.
Bajaron en picado a mayor velocidad. Laurence sujetó las riendas con fuerza y contuvo un grito. No era lógico sentir un júbilo tan infantil. La distancia le indicó el alcance de la vista del dragón. Era una maravilla que avistara a las presas desde tan lejos. Apenas había pensado en ello cuando se produjo una enorme salpicadura. Temerario volvía a remontar vuelo chorreando agua y con una marsopa forcejeando en las garras.
Otro nuevo motivo de asombro: Temerario se detuvo y se mantuvo inmóvil en el aire para comer mientras batía las alas en perpendicular al cuerpo en arcos giratorios. Laurence no tenía ni idea de que los dragones pudieran llevar a cabo una maniobra semejante. No resultaba cómoda, ya que el dragón no era muy preciso en el control y oscilaba en el aire de forma errática, pero demostró ser muy práctica. Otro pez emergió a la superficie para alimentarse de los desechos conforme el dragón esparcía restos de vísceras sobre el océano y cuando terminó con la marsopa pudo atrapar de inmediato a dos grandes atunes, uno con cada pata, a los que también devoró, antes de dar cuenta de un enorme pez espada.
Después de haber metido el brazo debajo de la cincha del cuello para no salir disparado, Laurence quedó libre de mirar a su alrededor y saborear la sensación de ser el amo de todo el océano, ya que no se avistaba a otra criatura ni otra nave. No pudo evitar enorgullecerse por el éxito de la operación y la emoción de volar era extraordinaria. Se sentía completamente feliz siempre y cuando no pensara en el precio que había tenido que pagar por ello.
Temerario tragó el último trozo del pez espada y descartó la parte superior de las mandíbulas, puntiaguda y afilada, después de examinarla con curiosidad.
Cuando terminó de esparcir restos de vísceras sobre el océano, mientras batía las alas para ganar altura en el cielo, anunció:
—Estoy lleno. ?Volamos un poco más?
Era una sugerencia tentadora, pero llevaban más de una hora en el aire y Laurence ignoraba cuál era la resistencia del animal.
—Volvamos al Reliant. Si te apetece, podremos volar un poco alrededor de la nave —contestó con pesar.