—El hombre que me trajo el tiburón ha caído al agua —anunció el dragón en ese momento.
Laurence siguió la dirección de la mirada de Temerario. A través de la tupida cortina del aguacero vio el borrón rojiblanco de una camisa a popa y un brazo agitándose a unos setenta grados a babor. Se trataba de Gordon, uno de los marineros que había ayudado en la pesca.
—?Hombre al agua! —gritó al tiempo que hacía bocina con las manos para hacerse oír mejor, y se?aló a la figura que se debatía en las olas.
Riley le dedicó una mirada angustiada. Arrojaron unos cuantos cabos, pero el marinero ya se hallaba demasiado lejos. La tormenta los empujaba y no existía la más mínima posibilidad de salvarlo con los botes.
—Se encuentra demasiado lejos para que lleguen los cabos —apuntó Temerario—. Iré por él.
Laurence se encontró colgando en el aire antes de poder oponerse. La cadena rota pendía libre del cuello del dragón junto a él. La atrapó con el brazo libre cuando se acercó y la anudó alrededor de las correas del arnés varias veces para impedir que sacudiera y golpeara el costado de Temerario como si fuera un látigo. Luego, se asió con todas las fuerzas en un intento de salvarse mientras las piernas colgaban en el aire sin otra cosa abajo que el océano, que le esperaba en el caso de soltarse.
El instinto los había empujado a lo alto, pero tal vez no fuera adecuado permanecer ahí. Temerario se veía forzado a alejarse hacia el este de la nave. Continuó luchando de frente contra el vendaval. Se produjo un espantoso momento de vértigo cuando dieron un tumbo al soplar una fuerte ráfaga de viento y, por un instante, Laurence creyó que estaban irremediablemente perdidos y que iban a caer sobre las olas.
—Con el viento —rugió con toda la potencia de que fue capaz su voz, muy desarrollada después de dieciocho a?os en el mar, con la esperanza de que Temerario pudiera oírle—. ?Vuela a favor del viento, maldita sea!
Se le tensaron los músculos del cuello mientras Temerario se enderezaba y giraba rumbo este. De repente, la lluvia dejó de golpear el rostro del marino. Volaban a favor del viento a una velocidad vertiginosa. Laurence abrió la boca para respirar, los ojos le lloraban de lo deprisa que iban y tuvo que cerrarlos. Aquello superaba la experiencia de permanecer en el puente a una velocidad de diez nudos, suponía la misma diferencia que podía haber entre esta situación y encontrarse en el campo en un día tranquilo y soleado. Una risa alocada pugnaba por salir de su garganta, como la de un ni?o, hasta el punto de que apenas fue capaz de sofocarla para pensar con cordura.
—No nos podemos acercar a él en línea recta —gritó—. Debes ce?ir por… Debes ir primero hacia el norte y luego hacia el sur, ?lo entiendes, Temerario?
Si el dragón respondió, el viento se llevó la réplica, pero parecía haber captado la idea. De pronto, se orientó hacia el norte con las alas ahuecadas para recoger el viento; a Laurence le dio un vuelco el estómago similar al que sentía cuando navegaba en un bote de remos en medio de una fuerte marejada. La lluvia y el viento continuaban castigándolos, pero no con tanta dureza como antes. Temerario cambió de dirección y viró con la misma suavidad que un bote, zigzagueando en el aire y volviendo de forma gradual hacia el oeste.
A Laurence le ardían los brazos. Afianzó el derecho en la correa del pecho y abrió la mano para concederle un descanso. Vio a Gordon debatiéndose a lo lejos, primero cuando se acercaron y luego cuando pasaron por encima del barco. Por fortuna, el marinero sabía nadar un poco y, a pesar de la furia de la lluvia y el viento, la marejada no era tan fuerte como para arrastrarlo al fondo. Laurence contempló dubitativo las garras del dragón. Eran enormes. Si pretendía recoger a Gordon, la maniobra tenía las mismas posibilidades de matarlo que de salvarlo. Laurence tendría que posicionarse de forma que fuera él quien sujetara al desdichado marinero.
—Temerario, voy a recogerle. Espera a que esté listo, luego baja todo lo que puedas —gritó.