ángeles en la nieve

Es una típica comisaría de ciudad peque?a. Seis celdas para borrachos y dos calabozos temporales, mi despacho y una sala para el recepcionista, una sala común con un par de escritorios y ordenadores para los agentes de servicio. Quiero tener el informe listo antes de la reunión de la ma?ana.

Me siento en mi despacho y lo redacto; luego lo dejo a un Lulo. Si espero unas horas antes de introducirlo en la base de datos nacional de delitos, será demasiado tarde para que los periódicos se hagan eco, y podré retrasar la tormenta mediática un día más. Quiero que los padres de Sufia lo sepan antes de que se publique en los medios.

A este respecto, los teléfonos suponen una dificultad a?adida. Cuando la gente es testigo de delitos o se entera de alguno y de sus detalles, hoy en día pueden llamar a los periódicos sensacionalistas a cambio de una nimia recompensa. Al efectuar mi interrogatorio en Marjakyl?, no mencioné el nombre de la víctima del asesinato. Sólo los agentes de servicio, Kate, Aslak, Esko y mis padres saben que la muerta es Sufia. Y les he pedido a todos que mantuvieran el secreto, con lo que he atajado el problema.

Descargo las fotografías de la escena del crimen de la cámara digital al sistema informático, para que podamos echarles un vistazo durante la reunión, y luego empiezo a poner la investigación en marcha.

Técnicamente debería seguir la cadena de mando y llamar al comandante de la región, pero no me gusta ese tipo, y prefiero no hacerlo. El comisario superior de Policía y yo tenemos un pasado en común, así que lo llamo a él. Aún no está en su despacho, por lo que pido el número de su móvil y le llamo.

—Ivalo —responde.

—Soy Kari Vaara, de Kittil?. Siento llamarle tan temprano.

—Me estoy afeitando.

—Es urgente. Tengo un caso del que informarle.

Silencio.

—Tenemos una investigación por asesinato en marcha. Una joven llamada Sufia Elmi fue secuestrada y asesinada ayer, hacia las dos de la tarde. Es una refugiada somalí estrella de cine de segunda fila, de esas que aparecen constantemente en los periódicos sensacionalistas.

—Mierda.

—Sí, pero la cosa se pone peor. El asesinato tiene indicios de crimen sexual, pero también de acto racista. Podría ser ambas cosas. Fue una carnicería. El asesino le escribió en el vientre las palabras ?zorra negra? con un cuchillo.

—Querrá aparecer en los medios.

—Por eso le he llamado.

—?Tienes un sospechoso?

Oigo un chorro de agua. Está meando mientras hablamos.

—Tengo unas huellas de coche y un montón de pruebas forenses.

—Puedo enviar una unidad de homicidios de Helsinki o de Rovaniemi. Ya sabes cómo está la cosa en Navidades; tendré que comprobar quién está disponible.

Aún no me doy por aludido:

—No hace falta. Tengo buen material para empezar.

—Desde luego que sí, pero, aun así, te iría bien algo de ayuda.

Aquello me sorprende. Es la primera vez que alguien cuestiona mi capacidad profesional.

—Gracias, pero no lo necesito.

El chorro se interrumpe; se oye el ruido de la cisterna.

—?Estás seguro de que quieres este caso?

—?Por qué me pregunta eso?

—Es algo que deberías considerar.

—Claro que lo quiero.

—Piénsalo. A lo mejor, por una vez, deberías pasar.

Finlandia es un país peque?o y provinciano, pero los de Helsinki se comportan como si ellos fueran gente sofisticada y los lapones fuéramos unos paletos de pueblo. A veces nos llaman poron purija: ?muerderrenos?.

—Es mi jurisdicción —insisto—; es mi caso. —Cada vez levanto más la voz. Me recuerdo a mí mismo que tengo que calmarme.

—Aquí nos va mucho —responde el jefe—; podemos jugarnos mucho los dos. Quizás el caso te vaya grande.

—He llevado otras investigaciones por asesinato.

—Hace a?os.

Paso a tutearle e incido en el aspecto personal:

—Jyri, tú me condecoraste y me ascendiste. No me digas que no crees que pueda con esto.

—Te condecoré por tu valentía, no por tu capacidad como criminalista.

Me vienen ganas de mandarle a tomar por culo, pero no lo hago.