Parecía a punto de echarse a llorar. No era precisamente lo que yo necesitaba en esos momentos.
—Ojalá hubiese podido verla una última vez —prosiguió. ?Qué quería decir con eso? ?Que deseaba haber quedado con Sheila una última vez antes de que muriera?—. Supongo que con el incendio del coche y todo eso…
Ah. Belinda se refería a que habíamos expuesto el ataúd cerrado.
—Apagaron el fuego antes de que consumiera el interior del vehículo. Sheila no… Quedó intacta. —Intenté apartar a un lado el recuerdo de los a?icos de cristal enredados en su pelo, la sangre…
—Sí —dijo Belinda—, me parece que alguien me lo dijo. Aunque me preguntaba si Sheila… No es que me guste que mi imaginación vaya tan lejos como para pensar hasta qué punto… La verdad es que no sé cómo decir esto.
?Por qué querría saber si Sheila había sufrido quemaduras que la hubieran desfigurado? ?Cómo narices se le había ocurrido que a mí podría apetecerme hablar de eso? ?Era así como se consolaba a un hombre que acababa de perder a su mujer? ?Preguntándole si había quedado algo reconocible de ella?
—Me pareció que el ataúd cerrado sería lo mejor —dije—. Por Kelly.
—Desde luego, desde luego, puedo entenderlo perfectamente.
—Es algo tarde, Belinda, y…
—Esto me resulta muy difícil, Glen, pero el bolso de Sheila… ?se recuperó?
—?Su bolso? Sí, claro. La policía me lo devolvió. —Lo habían registrado en busca de pruebas, tíquets de compra, preguntándose si había adquirido ella misma la botella de vodka que había en el coche, vacía. No encontraron nada.
—El caso es que… Qué violento me resulta esto, Glen… Pero es que le di a Sheila un sobre, y tengo la duda de si… Es horrible, ni siquiera debería estar hablándote de esto…
—Belinda.
—Me preguntaba si a lo mejor lo encontraste en su bolso. Nada más.
—Vi todos sus efectos personales, Belinda. No había ningún sobre.
—Un sobre marrón, de empresa. De esos grandes, ya sabes.
—No vi nada parecido. ?Qué había dentro?
Vaciló un momento.
—?Cómo dices?
—Digo que qué había dentro.
—Hummm, algo de dinero en metálico. Sheila iba a recogerme una cosa la próxima vez que se acercara a la ciudad.
—?A la ciudad? ?A Nueva York?
—Sí.
—Sheila no iba a Nueva York muy a menudo.
—Me parece que estaba montando una excursión de chicas para ir un día de compras, y le había hecho un encargo.
—No te imagino perdiéndote una de esas excursiones.
Belinda soltó una risa nerviosa.
—Bueno, esa semana estaba bastante liada y no creía que pudiera escaparme.
—?Cuánto había en el sobre?
Otra pausa.
—No mucho, solo algo de dinero.
—No vi ningún sobre —repetí—. Puede que se quemara en el coche, aunque, si estaba dentro del bolso, debería haberse salvado. ?Te dijo Sheila si pensaba ir a Nueva York ese día?
—Eso fue…, eso fue lo que entendí yo, Glen.
—A mí me dijo que tenía que hacer algunos recados, pero no mencionó nada de acercarse hasta Manhattan.
—Oye, Glen, ni siquiera debería haberte dicho nada de todo esto. Será mejor dejarlo correr. Siento haberte llamado.
No esperó a que me despidiera. Simplemente colgó.
Todavía tenía el auricular en la mano y seguía debatiéndome sobre si llamar o no a Ann Slocum para cantarle las cuarenta por la forma en que había tratado a Kelly, cuando oí que sonaba el timbre, arriba.
Era Joan Mueller. La melena le caía sobre los hombros liberada de su cola de caballo, llevaba puesta una camiseta ce?ida y escotada que dejaba asomar el borde de un sujetador con blonda violeta.
—Te he visto llegar hace un rato y me ha parecido que tenías la luz encendida —dijo cuando abrí la puerta.
—He tenido que ir a buscar a Kelly a casa de una amiga —expliqué.
—?Se ha acostado ya?
—Sí. ?Quieres pasar? —Me arrepentí nada más decirlo.
—Bueno, vale —repuso ella, alegre, rozándome al pasar. Se quedó de pie antes de entrar en el salón, preguntándose, quizá, si iba a invitarla a que se sentara—. Gracias. Me encanta la noche del viernes. No tener que pensar si me dejarán a algún ni?o por la ma?ana. Esa es la parte buena. No saber qué hacer yo sola en casa, es la parte dura.
—?En qué puedo ayudarte, Joan? No se me ha olvidado lo del grifo de tu cocina.
Sonrió.
—Solo quería darte las gracias por lo de antes. —Escondió las manos en los bolsillos delanteros de sus tejanos, metiendo los pulgares por las presillas del cinturón.
—No estoy seguro de entenderte.
—Es que te he utilizado, más o menos —dijo, y sonrió—. Como guardaespaldas. —Debía de referirse a cuando había llegado Carl Bain—. Necesitaba a un hombretón fuerte a mi lado, no sé si sabes a qué me refiero.
—Me parece que no.