El accidente

La primera parte de la conversación, que sonaba como si Ann estuviera interesándose por alguien enfermo, parecía bastante inofensiva; pero la segunda llamada resultaba más desconcertante. Si no era más que una llamada molesta, a lo mejor a Ann le fastidiaba haber tenido que interrumpir la primera conversación para contestarla. Eso podía comprenderlo. A lo mejor por eso le había soltado al que llamaba esa especie de amenaza sobre pegarle un tiro.

 

La gente amenazaba muchas veces con cosas que, en realidad, no tenía intención de cumplir. ?Cuántas veces no lo había hecho yo mismo? Cuando se trabaja en mi ramo, sucede prácticamente a diario. Yo siempre quería asesinar a los proveedores que no nos hacían las entregas a tiempo. Quería matar a los tipos de la carpintería que nos enviaban tablones combados. El otro día le había dicho a Ken Wang que era hombre muerto después de que atravesara con un clavo una tubería de agua que pasaba justo por detrás de un tabique de pladur.

 

El hecho de que Ann Slocum le hubiera dicho a alguien que quería meterle una bala en el cerebro no significaba que tuviera intención de hacerlo. Sin embargo, puede que no le hubiera gustado descubrir que una ni?a peque?a la había oído perder los nervios y decir semejantes cosas. Tampoco querría que su hija supiera que le había hablado así por teléfono a nadie.

 

Pero ?de verdad había dicho algo que pudiera importarle que su marido descubriera?

 

Al margen de todo eso, evidentemente, mi única preocupación era Kelly. Mi hija no merecía que nadie la asustara de esa manera. Podía aceptar que Ann se hubiese molestado al encontrarla escondida en su armario, pero enfadarse tantísimo con ella, amenazarla con prohibirle la amistad de Emily y luego obligarla a quedarse en esa habitación y llevarse el inalámbrico con ella para que Kelly no pudiera llamar a nadie…, ?a qué co?o había venido eso?

 

Volví a coger el teléfono y empecé a marcar.

 

Colgué otra vez.

 

Además, ?a santo de qué me había organizado todo ese teatro en la puerta, cuando había ido a buscar a Kelly? Estaba claro que Ann no sabía que mi hija tenía un móvil. ?Y si Kelly no me hubiera llamado para que fuera a buscarla? ?Exactamente qué es lo que habría hecho Ann después?

 

Pensé en lo que iba a decirle a esa mujer cuando la tuviera al teléfono.

 

?Ni se te ocurra volver a hacerle pasar ese mal rato a mi hija otra vez.?

 

Algo así.

 

Si es que llamaba.

 

Aunque mi opinión sobre el buen juicio de Sheila había caído en picado durante las últimas semanas, no podía evitar preguntarme cómo habría llevado ella la situación. Al fin y al cabo, Ann era amiga suya. Sheila siempre parecía saber, mucho mejor que yo, cómo manejar una situación peliaguda, cómo desactivar una bomba de relojería social. Y conmigo aún se le daba mejor. Una vez, después de que un tipo con un Escalade todoterreno me cortara el paso en Merritt Parkway, yo había acelerado tras él con la esperanza de alcanzarlo y hacerlo parar para echarle una buena bronca.

 

—Mira por el retrovisor —me dijo Sheila en voz baja mientras yo pisaba el acelerador hasta el fondo.

 

—?Lo tengo delante, no detrás! —exclamé.

 

—Que mires por el retrovisor —repitió.

 

Mierda, me sigue la poli, pensé, pero cuando miré por el retrovisor, lo que vi fue a Kelly en su asiento infantil.

 

—Si hacerle un corte de mangas a ese tío pasa por encima de la seguridad de tu hija, entonces adelante —dijo Sheila.

 

Mi pie se levantó del pedal.

 

Toda una lección de sensatez, viniendo de una mujer que se había metido en dirección contraria por la salida de una autopista y había matado a dos personas, además de dejarse la vida en el accidente. Los recuerdos de esa noche no cuadraban con los que yo tenía de Sheila como una persona calmada y responsable. Pensé que sabía muy bien cuál sería su convincente opinión sobre el apuro en el que me encontraba en esos momentos.

 

Supongamos que sí llamaba a Ann Slocum y le decía cuatro palabras bien dichas sobre lo que pensaba de ella. Puede que eso me produjera cierta satisfacción, pero ?cuáles serían las repercusiones para Kelly? ?Pondría la madre de Emily a su hija en contra de la mía? ?Enviaría eso a Emily al bando enemigo del colegio, donde los ni?os llamaban a mi hija la Borracha Mamarracha?

 

Vacié el vaso y consideré la idea de subir arriba para volverlo a llenar. Estaba allí sentado, sintiendo cómo se extendía la calidez por todo mi cuerpo, cuando de pronto sonó el teléfono.

 

Descolgué.

 

—?Diga?

 

—?Glen? Soy Belinda.

 

—Ah, hola, Belinda. —Consulté el reloj de la pared. Eran casi las diez.

 

—Ya sé que es tarde —dijo.

 

—No pasa nada.

 

—Llevo días pensando en llamarte. Me parece que no nos hemos visto desde el funeral. Me siento mal por no haberte llamado más, pero quería darte tiempo.

 

—Claro.

 

—?Qué tal le va a Kelly? ?Ya ha vuelto al colegio?

 

—Podría irle mejor, pero lo superará. Todos lo superaremos.

 

—Sí, lo sé, lo sé, es una ni?a estupenda. Es que… no dejo de pensar en Sheila. Vamos, que ya sé que solo era mi amiga, y que vuestra pérdida es muchísimo mayor que la mía, pero me duele, me duele mucho.