El accidente

—?Cómo que todos? A Emily Slocum le caes bien. Te ha invitado a dormir a su casa.

 

 

—Pero todos los demás me odian.

 

—Dime qué ha pasado exactamente.

 

Tragó saliva, bajó la mirada.

 

—Me llaman…

 

—?Qué, cari?o? ?Qué te dicen?

 

—Borracha. La Borracha Mamarracha. Ya sabes, por lo de mamá y el accidente.

 

—Tu madre no era…, no bebía, no era una borracha.

 

—Sí, sí que lo era —dijo Kelly—. Por eso está muerta. Por eso mató a esas otras personas. Lo dice todo el mundo.

 

Sentí una rigidez en la mandíbula. Y ?por qué no iban a decir una cosa así? Lo habían visto en los titulares de las noticias de las seis. ?Tres víctimas mortales en el accidente provocado por una madre de Milford que conducía bebida.?

 

—Y ?quién dice eso?

 

—No importa. Si te lo digo, irás a ver al director y los llamarán al despacho y les echarán a todos una bronca y, por eso prefiero ir a otro cole. Uno que no tenga conexión con las personas que ha matado mamá.

 

Las dos personas que habían muerto en el vehículo que embistió el de Sheila eran Connor Wilkinson, de treinta y nueve a?os, y su hijo Brandon, de diez.

 

Como si el destino no hubiese sido ya suficientemente cruel, Brandon había sido alumno del mismo colegio al que iba Kelly.

 

Otro de los Wilkinson, el hermano de dieciséis a?os de Brandon, Corey, había sobrevivido. Iba sentado en el asiento de atrás, con el cinturón abrochado y mirando hacia delante por el parabrisas, y había visto el Subaru de Sheila aparcado de través en la salida de la autopista justo cuando su padre gritaba ??Joder!? y pisaba el freno, aunque ya fuera demasiado tarde. Corey decía que había visto a Sheila, justo antes del impacto, dormida al volante.

 

Connor no se había molestado en abrocharse el cinturón, y la mitad de su cuerpo había quedado tendido sobre el capó del coche, que fue como lo encontró la policía. Cuando llegué yo ya se lo habían llevado, igual que a Brandon. Este sí llevaba el cinturón abrochado, pero no había sobrevivido a las heridas.

 

Iba a la clase de sexto, tres cursos por delante de Kelly.

 

Yo ya había intuido que la vuelta al colegio iba a ser dura. Incluso había ido a hablar con el director. Brandon Wilkinson había sido un ni?o popular, un alumno de sobresalientes, además de un gran jugador de fútbol. Me preocupaba que algunos de sus compa?eros quisieran desquitarse con Kelly y que le echaran la culpa a su madre de haber matado a uno de los ni?os más queridos del colegio.

 

El primer día que Kelly volvió al cole me llamaron. No porque nadie le hubiera dicho nada, sino por algo que había hecho ella. Una compa?era de clase le había preguntado si había visto el cadáver de su madre en el coche antes de que la sacaran de allí, si estaba decapitada o algo así, y Kelly le había dado un pisotón. El pisotón había sido tan fuerte que habían tenido que enviar a la ni?a a casa.

 

—Puede que Kelly aún no esté preparada para volver al colegio —me dijo el director.

 

Yo había tenido después una conversación con mi hija, le había pedido incluso que me ense?ara lo que había hecho. Kelly se había colocado justo delante de esa otra ni?a, había levantado la rodilla y luego había clavado el tacón en el empeine de su compa?era.

 

—Se lo tenía merecido —explicó.

 

Me prometió que no volvería a hacer nada parecido y regresó a clase al día siguiente. Como no había tenido noticia de ningún incidente más, había supuesto que todo iba bien. Por lo menos todo lo bien que podía esperarse.

 

—No pienso tolerarlo —dije entonces—. El lunes voy a ir a ver al director, y esos peque?os cabrones que te dicen esas cosas se van a…

 

—Y ?no podría cambiar de cole y ya está?

 

Mis manos se aferraban tensas al volante mientras bajábamos por Broad Street, cruzábamos el centro de la ciudad y pasábamos junto al parque de Milford Green.

 

—Ya veremos. El lunes lo pensaré, ?de acuerdo? Después del fin de semana.

 

—Siempre dices ?Ya veremos?. Dices que sí, pero luego es que no.

 

—Si te digo que voy a hacer algo, es que lo haré. Pero eso supondría ir a clase con ni?os que no viven en tu barrio.

 

La mirada que me lanzó lo decía todo. No le hizo falta a?adir un ?Pues vaya…?.

 

—Vale, de eso se trata, lo pillo. Y puede que te parezca un buen plan en estos momentos, pero ?qué me dices de aquí a seis meses o un a?o? Acabarás marginándote tu sola de tu propia comunidad.

 

—La odio —dijo Kelly en voz muy baja.

 

—?A quién? ?Qué ni?a te ha estado diciendo esas cosas?

 

—A mamá —dijo—. Odio a mamá.

 

Tragué saliva con dificultad. Había intentado con todas mis fuerzas guardarme mis sentimientos de ira para mí, pero ?por qué me sorprendía que también Kelly se sintiera traicionada?

 

—No digas eso. No lo dices en serio.

 

—Sí que lo digo en serio. Nos ha abandonado y provocó ese accidente asqueroso y ahora todo el mundo me odia.

 

Exprimí el volante. Si hubiese sido de madera, se habría partido.