El accidente

—Tu madre te quería mucho.

 

—Entonces ?por qué ha hecho algo tan estúpido y me ha destrozado la vida? —preguntó Kelly.

 

—Kelly, tu madre no era estúpida.

 

—?O sea, que emborracharse y aparcar en mitad de la carretera no es estúpido?

 

Perdí los nervios.

 

—?Ya basta! —Cerré el pu?o y golpeé el volante—. Maldita sea, Kelly, ?crees que tengo respuestas para todo? ?No crees que yo también me estoy volviendo loco intentando adivinar por qué narices hizo tu madre una cosa tan tonta? ?Crees que a mí me resulta fácil? ?Crees que me gusta que tu madre me haya dejado solo contigo?

 

—Acabas de decir que no era estúpida —dijo Kelly. Le temblaba el labio.

 

—De acuerdo, está bien, ella no, pero lo que hizo sí que fue estúpido. Más que estúpido. Fue lo más estúpido que pueda hacer nadie, ?de acuerdo? Y no tiene ningún sentido, porque tu madre nunca jamás habría bebido cuando sabía que tenía que conducir. —Volví a darle otro pu?etazo al volante.

 

Podía imaginar la reacción de Sheila si me hubiera oído diciendo eso. Habría dicho que yo sabía que no era del todo cierto.

 

Sucedió hace muchos a?os. Cuando ni siquiera estábamos prometidos. Habíamos ido a una fiesta. Todos los chicos del trabajo, sus mujeres, sus novias. Yo había bebido tanto que apenas me tenía en pie, así que de ninguna manera podía coger el coche. Sheila seguramente tampoco habría pasado la prueba si la hubieran hecho soplar, pero estaba en mejor forma que yo para conducir.

 

Sin embargo, no era justo tenerle eso en cuenta. En aquel entonces éramos más jóvenes. Más tontos. Sheila jamás se habría arriesgado a algo así ahora.

 

Solo que sí lo había hecho.

 

Miré a Kelly, vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.

 

—Si mamá nunca hubiera hecho algo así, ?por qué pasó? —preguntó.

 

Detuve la furgoneta a un lado de la calle.

 

—Ven aquí —dije.

 

—Llevo puesto el cinturón.

 

—Desabróchate ese maldito chisme y ven aquí.

 

—Aquí estoy muy bien —dijo, casi abrazada a la puerta.

 

Lo más que pude hacer fue alargar un brazo y tocarla.

 

—Lo siento —le dije a mi hija—. La verdad es que no sé por qué lo hizo. Tu madre y yo pasamos juntos muchos a?os. Yo la conocía mejor que a nadie en este mundo, y la quería más que a nadie en este mundo, al menos hasta que llegaste tú, y entonces te quise a ti igual que a ella. Lo que quiero decir es que yo, igual que tú, tampoco lo entiendo. —Le acaricié la mejilla—. Pero, por favor, por favor, no digas que la odias. —Cuando Kelly decía eso me hacía sentir culpable, porque creía que le estaba transmitiendo mis sentimientos de ira.

 

Estaba furioso con Sheila, pero no quería volver también a su hija en su contra.

 

—Es que estoy muy enfadada con mamá —dijo Kelly, mirando por la ventanilla—. Y me hace sentir como si fuera mala, porque estoy enfadada cuando se supone que tengo que estar triste.

 

 

 

 

 

Capítulo 3

 

 

Volví a poner la furgoneta en marcha. Unos cuantos metros después accioné el intermitente y torcí hacia Harborside Drive.

 

—?Cuál es la casa de Emily?

 

Debería haber sido capaz de reconocerla. Sheila y la madre de Emily, Ann Slocum, se conocían desde hacía seis o siete a?os, cuando las dos habían apuntado a las ni?as a un curso de natación para bebés. Allí habían compartido sus anécdotas de madres primerizas mientras hacían lo posible por ponerles y quitarles el ba?ador a sus hijas, y desde entonces habían seguido en contacto. Como no vivíamos muy lejos unos de otros, las ni?as habían acabado yendo al mismo colegio.

 

Llevar en coche a Kelly a la casa de Emily e irla a recoger más tarde era una tarea de la que normalmente se ocupaba Sheila, por eso no había reconocido la casa de los Slocum en un primer momento.

 

—Esa de ahí —dijo Kelly, se?alando una casa.