Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)

Me pegué muchísimo más a él y coloqué las manos sobre su pecho para acoplarme mejor. Desde esa reducida distancia, me di cuenta de que olía a perfume caro y de que se podía percibir el calor enérgico que emanaba su piel. Por desgracia, Aegan era de esos tipos que tenían el infierno en los ojos y, aun así, cualquier chica deseaba como una estúpida quemarse en él.

Hice un enorme esfuerzo para no darle un empujón y apartarlo de mí. De hecho, hasta intenté encontrar en él algo que me gustara un poco, algo que no hiciera que me resultara tan desagradable en ese momento.

Iba a besarlo.

Iba a besarlo.

Iba a...

Ay, no, asco, ?asco!

?No quería!

?No quería!

El se?or destino me salvó.

—Oye —me dijo alguien de repente, poniéndome una mano en el hombro.

No hubo beso gracias a esa inesperada pero bendita interrupción. Aegan me soltó y se apartó al mismo tiempo que yo me giré para mirar a la persona que había hablado. Era una chica que no conocía, que sostenía una bebida a medio terminar y que, punto importante, tenía los ojos achispados por la ebriedad. Su expresión era de curiosidad e intentaba buscar algo en mi cara.

—Esto sonará loquísimo, pero tu cara me recuerda mucho a la de una chica que me atendió en el Starbucks de mi ciudad —a?adió.

Sentí que todas las miradas del círculo y, sobre todo, la de Aegan se deslizaron hacia mí.

—Eh, nunca he trabajado en un Starbucks —le respondí con desconcierto.

Ella entornó los ojos y se balanceó sin darse cuenta, al perder un poco el equilibrio.

—Sí, tal vez me he confundido. —Esbozó una sonrisa divertida e incoherente—. Su cabello era rojo, pero es que te pareces bastante a ella...

Estaba a punto de decirle que en verdad no era yo cuando, de repente, recibí el impacto de un balón de vóleibol en la mejilla.

Sí, así como lo lees: un balón me dio en la cara.

??Es que no podía tener un poquito de suerte?!

Me tomó unos segundos entender que había sido atacada, porque el balón con el que habían estado jugando en la piscina fue lanzado con tanta fuerza que fue imposible de parar, y como si mi carita fuese un imán de desgracias, dio contra ella. Fue gracioso, visto desde fuera. La pelota me aplastó la mejilla y, por la fuerza del golpe, me caí al suelo.

Sentí un caliente e intenso latigazo de dolor en la mandíbula. Algunas personas se concentraron a mi alrededor. Escuché voces y preguntas. Por unos segundos, los vi borrosos debido al aturdimiento, pero en cuanto todo se aclaró un poco, me di cuenta de que la gente me miraba como si fuera el mejor chisme, que los chicos de la piscina, incluido Aleixandre, habían salido a ver si no me habían matado. A pesar de eso, me concentré solo en que Aegan intentaba aguantar la risa con todas sus fuerzas.

Un instante después, estalló en una carcajada, y como si con ella diera permiso al resto de los presentes, todos los demás se rieron también.

—Jude, ?te ayudo a levantarte? —me preguntó Aleixandre entre las risas sin unirse a ellos, y me extendió la mano.

Como reacción natural, acepté su mano para ponerme en pie. El dolor se expandió hasta mi frente y nariz. Solté un quejido.

Aegan siguió con su ataque de risa; se reía tanto que parecía que se iba a orinar. Deseé que se atragantara con su propia saliva y se muriera ahí mismo.

—Tu cara... —soltó entre carcajadas—. Tú... Fue... Te quedó la marca... Déjame... hacer... Hacerte una...

Trató de sacar su teléfono para fotografiarme. En cuanto lo tuvo en la mano, me golpeó una rabia tan intensa, tan vengativa, que solo quise abalanzarme sobre él y quitárselo de la mano con un insulto, pero mi mente me gritó: ??No! ???No!!!?, porque hacer eso le serviría a Aegan para mostrarme como una chica violenta. Con todos mirándome, quedaría peor.

Conteniendo la ira, mi única opción era salir de ahí antes de que me diera igual lo que dijeran los demás y me lanzara a ahogar a Aegan en la piscina.

A zancadas rápidas me dirigí a las escaleras para abandonar la terraza. Me dolía la nariz, la mejilla, parte de la boca e incluso estaba algo mareada, pero la rabia por las risas y por la hipocresía me impulsaron a meterme en el primer lugar que vi: el establo.

Empecé a patear el heno como una loca furiosa.

—?Maldito Aegan! —chillé—. ?Te odio!

Los caballos miraron mi show. Algunos relincharon como diciendo: ?Ey, loca, ?por qué montas ese escándalo en nuestra casa??. La verdad es que parecía una histérica, pero si no me desahogaba de ese modo iba a darme un infarto. Tenía que liberar la rabia o me desmayaría. Así que despotriqué durante unos minutos, soltando groserías e insultos, hasta que el se?or destino dejó de estar de mi lado, se me enredó el pie en el heno y caí al suelo como una estúpida.

Me llené el trasero de heno, tierra y piedrecitas. Medio temblando y medio mareada, me levanté, me sacudí, y cuando me di la vuelta para irme, me topé con Adrik, que estaba ahí mirándome.

Llevaba puesto un atuendo que lo hacía parecer un mozo del establo.

—Si destrozas el heno, solo me haces más difícil el trabajo —me dijo, ce?udo.

Quise soltarle: ??Qué haces ahí? ?No puedo tener algo de privacidad para explotar??. Pero tenía más sentido su presencia en el establo que la mía.

—Lo siento —me disculpé, intentando recuperar un poco de calma—. No sabía que te encargabas de limpiar este lugar.

En ese momento pareció darse cuenta de que iba en biquini y de que estaba hecha un desastre, porque me miró de arriba abajo con una expresión incrédula. Sentí la necesidad de cubrirme porque cuando Adrik te miraba de esa manera, tan fijamente y con tanta atención, daba la impresión de que estaba viendo hasta tus órganos.

—No creo que esto sea lo que estoy pensando —comentó él, dudoso, refiriéndose a mi situación.

—Depende, ?estás pensando que soy una estúpida, ridícula, medio desnuda que lo hace todo mal?

—Una parte de eso —admitió con un mohín de duda.

—Pues sí, estás en lo cierto —le concedí.

No le importó mucho. Procedió a dejar el heno sobre una pila, luego se sacudió las manos y cogió un rastrillo que había contra una de las paredes. Comenzó a recoger el heno que yo había desperdigado. Tuve la impresión de que era el único que se dedicaba a mantener ordenado el establo.

Supuse que ya debía irme, pero...

—Lo que sea que te haya pasado ahora, es culpa tuya —se atrevió a decirme.

Abrí y cerré la boca para decir algo hiriente, pero solo me salió:

—?Por qué?

—?Por qué eres su novia si lo odias? —inquirió en una inteligente respuesta.

Recurrí a las mentiras.

—Yo no lo...

—Te odio, Aegan —me interrumpió, imitándome—. Maldito seas, eres un imbécil, ojalá pudiera patearte la cara como estoy pateando este heno.

Vaaale, me había oído. Eso sí que había sido estúpido por mi parte.

Creí que había arruinado mi imagen de novia enamorada hasta que él elevó la comisura derecha en una sonrisa agria, pero divertida.

—Fue casi una declaración de homicidio —opinó.

—Bueno, no lo dije en serio —traté de arreglar mi error—. Solo es que estaba enfadada, pero ya se me ha pasado.

No me creyó. Negó con la cabeza y uno de los caballos pareció emocionado de que Adrik estuviera cerca rastrillando el terreno.

—?Quieres un consejo de verdad, Jude? —dijo de forma inesperada—. No eres tan tonta como te gusta aparentar. Si quieres hacer algo bueno, si en verdad no quieres seguir pasando por estas cosas, aléjate de nosotros y ocúpate de tus estudios. No le veo sentido a que estés con él si te hace pasarlo tan mal.

Me quedé estupefacta... ?Me estaba dando un buen consejo? ?él? ?A mí?

?Me lo creía o no me lo creía?

—Es... complicado —decidí decir. Luego recuperé cierta firmeza—. E igual no hablaré de esto contigo. Sé que los tres pueden conspirar para...

Me interrumpió:

—La última vez que conspiramos teníamos nueve a?os y tratábamos de decidir si encerrábamos a Aleixandre en el armario o en el sótano. —Detuvo lo que estaba haciendo y se apoyó en el rastrillo. Entornó los ojos y me miró—: ?O tú crees que nos reunimos los tres para planear cómo fastidiarte la vida?

Lo que sí creía era que eran crueles, muy crueles.

—Es que...

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